Por Bernardo Jurado
Si, con los nuevos amores, intercambiamos, canjeamos nuestras soledades, pero también nuestras felicidades.
Yo no te necesito para ser feliz, créanme, que no necesito a nadie para serlo y esta actitud puede sonarles poco menos que impertinente, pero no es así, porque ahora paso a explicárselos: de acuerdo al psicólogo Walter Riso, el amor eterno dura algo más de ciento ochenta días y yo creo que es así, mejor dicho, no lo creo, lo aseguro porque lo he puesto a prueba, entonces la pregunta no se hace esperar: ¿y para que buscamos otra relación?
Me llama mi partner Jesús –que no es el de Nazaret, sino un gran pecador y excepcional relacionista público–, para decirme que había comprado mi más reciente novela en Amazon y se consiguió con mis ocho libros, pero que había uno que le llamo mucho la atención, me refiero a Esto también pasará, entendiendo los traumas del divorcio.
-¿En qué tiempo escribes tanto?, ¿tú no trabajas?, ¿tú no haces más nada?
-Si Jesús, trabajo y hablo por teléfono, hago ejercicios a diario, me baño, llego temprano a mi oficina, a veces navego a vela, juego golf los miércoles y además trato de tener todo el sexo que pueda, ¿Por qué?; y simplemente no me contestó, porque infiere que le miento.
Yo soy una persona tan imperfecta, que hasta mi madre me lo ha dicho. Se queja de mi carácter, pero no puede ser de otra manera, porque soy y seré su hijo problema. Mis otros hermanos, (a los que ella sin lugar a dudas quiere menos), esos si son perfectos, profesionales, decentes y amables y la cuidan con denuedo, pero está muy preocupada porque soy escritor y ella vivió con uno más disciplinado que yo y entiende del canje de soledades, porque simplemente no se puede escribir en una discoteca o con pendejos hablándote al lado, se requiere soledad, la mejor compañía de este bello oficio, de manera que entonces les pregunto a Ustedes, mis lectores: ¿no creen que es un intercambio, un canje, un trueque de soledades la imperfecta vida del escritor y la solitaria y silenciosa vida del lector? ¡Por supuesto que lo es!
Pero es que la soledad es como los cadáveres a la policía, todos tienen algo que decir, todos poseen una huella que delata el delito, el abuso y el maltrato de alguien de la sociedad. Por los momentos, esto de escribir es un placer casi clandestino, que es como son buenos los placeres, es una zona oscura, sombría donde algunos se esconden para tapar sus falencias, pero yo no, así soy; y las que me quieran serán recibidas con toda consideración. Si, esto es una suerte de placer ventral, abdominal, que es precisamente donde los placeres son más escandalosos.
Cuando ella viene a visitarme, siempre nos vemos con extrañeza, una encantadora extrañeza que aviva la invención, que hace explotar las iniciativas, que permite los espacios individuales, que atascan las palabras, pero que en definitiva es un excepcional canje de nuestras propias soledades.
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