Por G. Galán
III
Es jueves 6 de junio de 2019 cuando tres mujeres maravillosas hablan sobre otras mujeres dominicanas igualmente excepcionales en la Feria del Libro de Madrid. Martha, Ángela y Emilia participan en la tertulia “Voces femeninas dominicanas del siglo XX”. Pero antes de sumergirme en esa experiencia, permítanme contarles sobre mi visita al Museo del Prado, que realicé antes de asistir a las actividades de la feria.
Esa mañana, desperté un poco más tarde que en días anteriores, pues el cansancio de las extensas caminatas y las trasnochadas había hecho estragos en mi cuerpo. Decidí visitar la página web del Museo del Prado, donde leí que los periodistas tienen acceso gratuito a sus instalaciones. La información era tan maravillosa que, al llegar a la boletería, pregunté, titubeante, si era cierto lo que había leído.
Una joven muy amable me pidió mi ID y, sin más explicaciones, me regaló una entrada que daba acceso a todas las exhibiciones del museo. ¡Bendito periodismo!
Como siempre que visito un museo, llevaba conmigo una lista de las obras y exhibiciones que me interesaba ver. Hay tanto arte impresionante en ese edificio monumental que pretender verlo todo. en pocas horas sería una locura.
Mi lista:
- Pinturas negras de Goya: La sala se abre con la impresionante “La última comunión de San José de Calasanz”, una compleja escena sobre la eucaristía. Goya demuestra, como siempre, su inigualable técnica. Podría haber pasado horas allí, pero me limito a observar las obras desde diferentes ángulos. Mi aprecio por estas pinturas crece cada vez que las vuelvo a ver.
- El Jardín de las Delicias de El Bosco: Rodeada de turistas asiáticos que analizan con atención los tres paneles, me cuelo frente al tríptico y lo contemplo con la admiración y curiosidad que merece. Esta vez, me detengo en el último panel, que representa el infierno, una representación que antes no había explorado tanto.
- Las Meninas de Velázquez: Una obra majestuosa, inspiración de mi amado Picasso. En esa sala, siento que entro en la escena para acompañar a la infanta. Luces, sombras, planos… todo es perfecto. Mis ojos están de fiesta.
- Fra Angélico y los inicios del Renacimiento en Florencia: Una magnífica exhibición centrada en el retablo de la Anunciación del Prado, donde Fra Angélico brilla como parte del renacer de las artes en Florencia.
- Capuchino en la cafetería del museo: Antes de dirigirme a la feria, no he tomado ni dos sorbos cuando coincido con Plinio y su compañera en una mesa cercana. Nos saludamos y conversamos sobre literatura, sobre algunos conocidos que tiene en Miami, como don Tiberio, mi amigo de noventa años con quien siempre hablo de libros. Plinio me cuenta que lleva años sin visitar Miami, pero guarda gratos recuerdos de la ciudad.
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—Cuando vuelvas, vas a encontrar otra ciudad. Miami ha cambiado mucho, hacia el bien —le comento, antes de iniciar una conversación sobre arte. Definitivamente, él es más amante de Dalí y yo de Picasso, pero coincidimos en lo maravillosas que son las obras de ambos artistas y, por supuesto, El Prado.
Luego de ver los retablos de Fra Angélico, salgo del museo custodiada por ángeles; lo sé porque alguno de los tantos que pintó el artista renacentista debió acompañarme. ¡Hay para todos, ya verán!
Llego a la feria, que hoy suena a algarabía con Perico Ripiao en la entrada del pabellón dominicano, donde un gentío intenta aprender a bailar al ritmo dominicano. Adentro, Martha habla sobre la escritora Josefina B. en la tertulia sobre voces femeninas, mientras Ángela y Emilia discuten sobre otras mujeres importantes en las letras dominicanas del pasado siglo, como Abigail Mejía, Flérida Nolasco y Aida Cartagena Portalatín. La presentación sobre Josefina concluye con un video de su libro Levente no. Yolayorkdominicanyork, que es aclamado por el público. ¡Ay, Ombe!
Una entrevista nos espera, y Minerva nos aguarda en Casa de Vacas, un hermoso teatro dentro del Parque del Retiro. Caminamos hacia el teatro sin saber bien cómo llegar; Ángela y Emilia andan con tacos en esa caminata.
—Yo te admiro, Ángela —le aseguro, sintiendo dolor en los pies, a lo que me responde—: No te creas, yo ando con unos zapatos bajitos en la cartera.
No logramos ponernos de acuerdo sobre el camino hacia Casa de Vacas. Ella y Emilia siguen recto, mientras que Martha y yo doblamos a la izquierda y llegamos.
El cuento de René del Risco B. me transporta a mis trece años, cuando lo leí por primera vez, descubriendo algo muy importante en sus páginas que nunca olvido. Martha y yo nunca supimos si Ángela y Emilia llegaron a la lectura; lo que sí notamos al salir de la sala es que Ángela ya había cambiado a sus zapatos bajitos.
De camino al pabellón dominicano, Martha y yo decidimos detenernos a disfrutar de unos tintos de verano mientras conversamos sobre su reciente estadía en Francia y el hermoso lugar donde pasó unos días antes de llegar a Madrid. La charla fluye con tanta naturalidad que perdemos la noción del tiempo y nos damos cuenta de que aún no hemos llegado al pabellón. Además, con el estómago vacío, decidimos unirnos a Minerva, Víctor y José E., quienes se dirigen a un restaurante en Malasaña, recomendado por Alejandro, uno de los poetas dominicanos que trabaja en el montaje de la feria este año.
—Tengo ganas de unos boquerones —dice Minerva, y tras escucharla, nos dirigimos a la búsqueda de ese manjar. Mientras caminamos, nos encontramos con viejas construcciones que, adornadas con luces de neón azul, nos invitan a explorarlas. Una de ellas llama especialmente nuestra atención. Aunque parece un bar, al acercarnos descubrimos que en realidad es una iglesia: la iglesia de San Antón, también conocida como la “iglesia After Hours” o “la iglesia de los sin techo”, donde la fundación “Mensajeros de La Paz” brinda apoyo a quienes más lo necesitan.
Al entrar, quedamos fascinados por las enormes fotografías de personas que han contribuido al bienestar social, iluminadas con luces de neón. Un letrero intermitente destaca un mensaje de esperanza, ubicado a los pies de una imagen de la Virgen. Dos carteles gigantes flanquean el altar, con mensajes del Papa Francisco instando a la ayuda a los pobres y al apoyo para mantener las puertas de la iglesia abiertas las 24 horas. Un servidor se acerca y nos habla sobre la labor que realizan allí.
Mientras observo los bancos, donde algunas personas descansan, uno de mis acompañantes se dirige a buscar agua bendita. El servidor también nos cuenta que cada noche distribuyen bocadillos de carne, queso, vegetales y pescado a quienes lo necesitan. Me impresiona la reliquia de San Valentín, que reposa en una urna a la derecha de una de las capillitas, junto a un cuadro que no logro distinguir con claridad.
Mi contemplación se interrumpe cuando el servidor toma un libro de la mesa de entrada, que suelen vender para recaudar fondos.
—Esto es para ti —me dice, extendiéndomelo.
Con gratitud, lo recibo y descubro que es un libro de entrevistas a varios periodistas por el Papa Francisco. La sorpresa nos envuelve y, en silencio, nos miramos, conscientes de la curiosidad de que soy la única del grupo que ha presentado un libro de entrevistas en la Feria del Libro de Madrid.
Al llegar al restaurante recomendado, nos damos cuenta de que los boquerones no están en el menú. Martha y yo optamos por algunas tapas para saciar el hambre acumulada. La conversación gira en torno a los lugares maravillosos que hemos explorado en la ciudad y las presentaciones a las que hemos asistido. Madrid nos ha brindado la oportunidad de conocernos y compartir ideas sobre nuestras pasiones, algo que valoro mucho.
Minerva, sin rendirse, continúa buscando sus boquerones. En medio de la búsqueda, nos encontramos con Frank B., Alejandro y un grupo de jóvenes escritores españoles. Los seguimos a un bar donde la música ensordecedora dificulta la conversación. Sin embargo, no pasan ni dos minutos antes de que crucemos a otro bar más tranquilo. Martha decide retirarse a su hotel, y Víctor nos comparte anécdotas sobre el mundo de la danza dominicana, justo en el momento en que Minerva se da por vencida en su búsqueda.
—¿Quieren ver un lugar diferente? —nos pregunta Víctor, tratando de animar a Minerva. Todos aceptamos, y en menos de tres cuadras llegamos a El Son, una discoteca con música en vivo donde dan clases de baile en medio de la fiesta nocturna. Víctor se lanza a la pista como el gran bailarín que es, mientras yo intento seguir los pasos de un grupo que parece estar haciendo zumba. Pero, ¿quién puede seguirle el ritmo a Víctor en cuestiones de baile? La timidez me invade y no puedo evitar reírme al pensar en el contraste entre haber salido de una calle llena de bares hipsters y encontrarme en medio de esta celebración vibrante.
El reguetón resuena en el aire, y Minerva y yo no podemos evitar reírnos al observar cómo los jóvenes en la pista parecen carecer de huesos, moviéndose con una flexibilidad que desafía la gravedad.
—Si yo intentara hacer uno de esos movimientos, habría que llamar al 911 —comento, con una mezcla de admiración y terror, convencida de que lo mío es el merengue, y si es apambichao, ¡mejor aún!
Víctor vive cerca, así que nos despedimos de él en una esquina de El Son, agradeciéndole por habernos mostrado un lugar tan vibrante y alegre. Pedimos un taxi que nos deja como si fuéramos un grupo escolar. Yo soy la última en ser dejada en la ruta, disfrutando de la sensación de camaradería que nos une.
Al llegar a mi habitación del hotel, me siento a organizar las imágenes capturadas por mi cámara. Es en este momento que decido investigar un poco sobre la iglesia de San Antón, y descubro que la pintura que pasó desapercibida ante mis ojos era una copia de La última comunión de San José de Calasanz de Francisco de Goya, cuyo original había contemplado esa misma mañana en el Museo del Prado. Esa obra, que había reposado en el Museo Calasancio de los Escolapios, fue encargada por ellos para decorar la iglesia.
Ver el lugar para el que fue creada me hace reflexionar sobre el significado de “lugar” en mi vida, quizás por ser inmigrante o simplemente por curiosidad. Es un concepto cargado de historia y de experiencias, y al cruzar la puerta de esa iglesia, sentí que estaba conectando los hilos de mi propia historia con el arte y la cultura de esta ciudad vibrante.
Gracias, Martha, por insistir en que entráramos a ese lugar. Sin tu impulso, quizás nunca habría descubierto esa conexión tan profunda. Eres un ángel en mi camino.
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