©Por Glenda Galán

Bogotá me recibe en un hotel ubicado al frente de Corferias, un gran centro donde se celebran ferias de todo tipo, incluyendo la Feria Internacional del Libro de Bogotá, a la que tengo acceso, cómodamente, desde aquí.

Con una changua en el estómago salgo de hotel-desayunoincluído. La calle ruge esta mañana, es tanta la gente y los carros  que casi no puedo apreciar el paisaje a mi alrededor conformado, en su mayoría, por pequeños negocios. Corferias abarca toda una cuadra y la puerta de entrada parece que se aleja, por más que camino.

En el recorrido voy dejando atrás una larga fila de personas que desafían la lluvia para entrar a la feria, mi peinado también se va perdiendo bajo la lluvia, a pesar de cubrirlo con mi bufanda.

Así como estoy, Debo tomarme una foto para la acreditación que me dará acceso a todos los eventos de la feria. En la casilla, donde se llevan a cabo esos menesteres, me aconsejan peinarme y sentarme derecha con las piernas hacia un lado.

–Listo, aquí tienes tu identificación. Debes cerrar bien tu cartera, aquí los ladrones pagan la entrada para robar, pero si la cuidas bien, nada pasa.

La feria es un monstruo de páginas y de sonrisas. La música se siente, pero no molesta, la estación de comida, en el centro de los pabellones, es un hormiguero de ofertas culinarias peruanas, colombianas y de otros países, donde no logro encontrar el ajiaco que tanto quisiera probar en este viaje.

Argentina, que este año es el país invitado, se luce con un hermoso pabellón que contiene una cancha de fútbol, además de cientos de libros de sus autores. Antes de llegar al pabellón de libros universitarios –donde mi editorial exhibe sus libros, menos el mío, que aún está en imprenta y que rezo para que salga bien y a tiempo para la presentación–, trato de adquirir un libro del argentino Enzo Maqueira, que es uno de mis entrevistados en Ventanas.

Electrónica se nos agotó en los primeros días de la feria, pero tenemos una antología en la que él trabajó, me dice el joven que atiende en el área de editoriales independientes.

El libro lo tengo en digital, pero me habría gustado adquirirlo en papel, sin embargo me alegra que se haya agotado.

Soy una isla rodeada de jóvenes uniformados y militares que hoy disfrutan de entrada gratis. Es tanta la gente que, por suerte, me pierdo, camino al stand de Cátedra Pedagógica. Así es como me encuentro con “Bogotá Contada”, una instalación que recopila frases de varios escritores, entre los que distingo a Frank Báez, quién también entrevisté para mi libro Ventanas.

Los paneles blancos y morados me hacen dar vueltas entre ellos mientras voy leyendo. Frank cuenta sobre un milagro en Bogotá, así como el que me acaba de suceder, al encontrarlo.

Días más tarde volvía a la instalación de “Bogotá contada” para retratar al Frank del panel y al de mi libro.

Frente a estos paneles diviso una guía de la feria y me doy cuenta que estoy cerca del pabellón 3, un espacio que reúne a universidades y muchos stands con libros educativos y de otros tópicos, entre los que diviso Mi lucha, de Adolf Hitler, que logra despeinarme más que la lluvia.

Mi lucha es caminar sin tropezar hasta llegar al espacio de Cátedra Pedagógica, donde soy recibida por dos jóvenes que atienden el stand. Minutos más tarde, llega Lucho y me acompaña a dar una vuelta por otros espacios que son amenizados con música en vivo, de un grupo de jóvenes armados con arpa, guitarras y maracas.

También pasamos por el stand de La Fuerza Aérea donde intercambio un Cortadito por la revista de la entidad, de manos de una de las mujeres que dirigen el organismo. Cortadito es un plaqueta que reúne varios de mis poemas,  relatos y los funde con una hermosa ilustración del artista cubano José Bedia.

En este pabellón el ambiente es festivo, los niños disfrutan de actividades dedicadas a ellos, de libros y otras mercancías que, con su colorido, llenan el lugar de alegría.

En medio del júbilo de las personas que caminan con fundas en las manos, soy entrevistada por Lucho, que reporta en directo para una estación de Cundinamarca. Me maravilla que en estos tiempos se pueda realizar este segmento del programa cultural desde un celular. Dado el pajón dejado en mi cabeza por la llovizna y por la lucha de Hitler, agradezco que esta conversación sobre Ventanas se produzca vía radial, aunque el entrevistador insiste en grabarla con su cámara.

Colombia llovió desde que llegué hasta que me fui.

Primera parte:

Un chin de Bogotá 1. Santa Bárbara