Por Bernardo Jurado
La luz torturaba mis pupilas, acostado boca arriba, la lengua ya sufría de los embates propios de la sustancia que me inyectaron, la mandíbula inferior dejó de ser mía y yo guardaba el silencio de los torturados, entregado al desquicio, a la espera de esa pregunta que delataría a mis compañeros.
Es probable que este método lo aprendieran en la antigua Unión Soviética, no puede sino ser propio de comunistas, de guerrilleros inconclusos en sus tropelías y yo en silencio, en santo silencio. Pensaba lo que me enseñaron en la Marina en aquel curso de sobrevivencia “si acaso el enemigo le atrapara, solo diga su nombre, su grado militar y número de matrícula, sus derechos humanos deben ser ejercidos y bajo ningún concepto delate sus planes ni a sus compañeros”.
Hay mujeres a las que temo, pero en este caso particular, ellas han hecho un eficiente equipo, que a diario recuerdo, porque el miedo me ataca, porque se encargan de recordármelo, porque saben que no tengo otra alternativa que hacerles caso.
La sustancia continuaba en su avance por mi torrente sanguíneo, ya era la mitad de la cara la que no sentía, las manos dormidas por la tensión y los dedos de los pies, bajo los zapatos, engarrotados y la pregunta llegó cual saeta: Cuanto tiempo tienes sin fumar?, Aun te hace falta el cigarrillo?, Te felicito por tu dentadura, está excelente y yo pensaba que el cigarro es como el sexo, que aunque puedas tener tiempo sin él, siempre hace falta (primera inspiración), que el cigarro es un vector que tiene trescientos grados centígrados en una punta y en la otra a un estúpido como era yo (segunda inspiración).
Liana Puig es una comandante de un ejército de salvación. Me tratan como si yo fuera el príncipe de Asturias, me consienten y hacen del trabajo del odontólogo, otrora doloroso y torturante toda una aventura cosmética e inspiradora.
Ellas son bellas, finas, inteligentes y profesionales, simpáticas y cariñosas. Su avidez por saber la vida de la farándula es tal, que no tengo ninguna duda que saben más que yo y pensaba (bajo el silencio que procura tener la boca abierta con varias manos dentro), que a los padres no nos gustan las personas de la farándula para nuestros hijos porque sabemos bien que ejercen el arte de vivir sin trabajar (tercera inspiración).
Nosotros, los hombres poco agraciados, debemos hablar mucho, debemos ejercer el arte ciencia de la oratoria, para poder tener cabida en la mente de las féminas, por aquello de que el órgano femenino queda en el oído y que toda hembra se enamora por allí, que si bien es cierto lo físico ejerce una primera impresión que se recomienda sea positiva, al final del día ella optará por la inteligencia y por ello al ver una dama que me gusta comienzo como si fuera un acto reflejo a hablar y pensaba con mi boca abierta, (no de la impresión sino por el trabajo odontológico), que tanto Liana, como mis higienistas son las únicas mujeres en el mundo que no me permiten hablar (cuarta inspiración).
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