vela

Por Bernardo Jurado
Ya estábamos prestos para degustar el bacalao que nuestra común amiga Rosita, nacida en la tierra de la Fátima que salvará al mundo, pero mas venezolana que la hallaca y que de acuerdo a sus dos amigas dominicanas, radicadas también en el país de la absurda revolución, ha caminado mas que Forrest Gump, en cuanta marcha ha organizado la oposición desde la debacle social y económica, cuando hicieron presencia la pareja formada por Kiko, un viejo y veterano político y su encantadora esposa y la conversación, tomó para mí un rumbo encantador.
El jardín de nuestro anfitrión y mejor amigo Cesar, estaba matizado con lámparas colgadas en el árbol contiguo que difuminaba en un atardecer del verano floridiano las sombras que se movían al ritmo de las siempre inquietas velas y ninguno era de aquí, todos de allá y mas allá, pero todos contentos, saboreando los dolores individuales en el común destino.
El monotema nacional se presentó sin invitación. Los asesinatos y lamentos de la falta de esperanza y la sutil frontera que ahora mismo se cierne entre la escases y la hambruna que se aproxima, los recuerdos de los desayunos en la Valencia de la tranquilidad debatida también, entre lo pueblerino y lo citadino.
El maligno, falleció, confundió y odió y se hizo odiar y dividió lo que en casa de Cesar uníamos y la confesión al cura párroco, ya no fue secreta cuando determinamos que el deseo de la desaparición física del infausto malviviente era un hecho deseado, pero contra la religión, que todos de manera pecadora, saludamos pensando que los problemas acabarían, pero la conclusión es obvia y la frase post morten, acompaña, lo que aún queda vivo de país. Desear la muerte, no es la solución.
La venganza dicen que es un plato que se come frío y la ira, Seneca, supo bien traducirla como enfermedad, de manera que las tres anteriores, son susceptibles de ser somatizadas.
Las velas continúan batiéndose al ritmo de la tenue brisa y el cura, que es tan humano como todos, se abraza a la severa formación teológica, para indicarle a Kiko que “el deseo de muchos, es el pecado de nadie” y eso coincide con Fernando Savater, cuando expone y razona que los pecados siempre son y serán sociales, contra ella, contra el prójimo y su futuro.
Rosita sirvió el exquisito bacalao, con esa receta importada de Portugal y yo seguí pensando en el cura y en la confesión de Kiko, cuya concordia y equilibrio me impresionó, cuando con el perdón del buen católico y con la sapiencia que siempre da el sufrimiento, me dijo sobre la pérdida de su hijo y su esposa enmudeció y bajó la mirada, para no odiar mas.
Las velas continúan alumbrando y otras ya se han apagado y consumido, como la vida de estos inquietos saqueadores, que sin proponérnoslo están desapareciendo, rápido y sin pausa, para nunca mas volver. Creo que este sentimiento que se hace común, no puede ser, como lo dijo el cura, un pecado de nadie.
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