Por Bernardo Jurado
Era viernes y tenía esa asignatura pendiente. Seguramente al finalizar la semana iríamos en esta ciudad que ya no duerme a un evento, a ver a una cantante de moda, con suerte veríamos una buena obra de teatro, porque creo que sobran las malas y son muchas o conservadoramente invitaría a José y a Morella a cenar en casa y convertirlos una vez mas en víctimas de mis platillos, pero eran las cinco de la tarde y ya había terminado mis labores y llamé a Pedro, el regente y jefe supremo del río Miami y salí para allá donde me presentó al jóven Capitán con quien me embarcaría a buscar historias y Yunior con la Y de su generación me recibió con la amabilidad de un hombre de mar, junto a su ayudante Manuel.
La tarde caía y pasamos frente a Brickell Key, por debajo del inmenso puente de Key Biscaine y el sol se ponía, mientras el cielo tomaba matices rosados y el agua morada y se fue la luz y llegamos al sur a ese punto secreto, donde Yunior descubrió hace dos días que había mucho camarón y mientras yo tomaba el timón, los marineros deshacían las maniobras y pasamos de cinco nudos de velocidad a tan solo uno cuando las redes comenzaron a rastrear el lecho marino.
Pasteles de guayaba, red bull, agua potable y confites varios, eran la cena mientras en cada corrida le robábamos a la mar unos mil camarones y con unos doce mil y ya entrada la madrugada, Altaír, Orión y las Osas hacían juego con una luna roja que se asomaba con timidez por el este y se reflejaba como un espejo sobre el mar que parecía mas bien aceite.
La ciudad se iba acercando o nosotros a ella, mientras pasábamos de vuelta por la misma derrota, una ciudad ruidosa y llena de luces nos ignoraba y entrando a la piquera de río Miami, tres mega yates atracados por nuestro estribor, yacían cual observadores arrogantes de nuestra humilde embarcación y yo los veía, cuando Yunior decidió cargarse a estribor para evitar la colisión con un inmenso carguero lleno de carros de lujo que salía remolcado a esa hora por el estrecho y peligroso canal y eran las dos de la madrugada y los mas de cien millones de dólares flotantes que observaba con asombro y en el mutis que obligaba la música estruendosa que a manera de alegría me aturdía mas a mí que a ellos, Manuel, me tocó el hombro y me gritó al oído mientras señalaba unos bultos bajo el puente lindante a los muelles de los mega yates y que mostraba el bar de vidrio detrás, del lujoso hotel… ¡LA OTRA CARA DE MIAMI! Y yo pregunté: ¿Qué es eso, que son esos bultos? Y Manuel tan solo me dijo: “son gente, indigentes, pobres que no tienen donde vivir y viven allí, bajo el puente del río Miami al lado de los yates, en esta ciudad de dicotomías y extravagancias a la que adoro.
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