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Reclamar el mismo estatus que el hombre para una mujer en los años veinte era algo extremadamente osado, por muy moderna que fuera esta década de feliz inconsciencia que siguió al final de la Gran Guerra. Pero esto es lo que hizo la artista polaca Tamara de Lempicka, emblema de la fémina moderna, de pelo corto, que fuma y bebe licores fuertes, participa en carreras de coches y gestiona personalmente sus negocios.

Así era De Lempicka, la reina del movimiento Art Déco en el París de 1920, que clamaba por la equiparación entre sexos desde la provocación que significaba mostrar sin tapujos su bisexualidad. Una sexualidad que trasmiten sus cuadros, retratos de mujeres vestidas de hombre, en ese estilo tomboy que aún pervive en las pasarelas.

Con sus figuras de hechuras clásicas, sus formas geométricas propias del cubismo y sus teatrales composiciones, su obra reúne todas las características del Art Decó y refleja la fascinación por los avances del recién estrenado siglo XX. Desde los descubrimientos de Einstein y Freud hasta el cine mudo, cuyos gestos reproduce la artista en sus cuadros. Una predilección por lo nuevo y lujoso que De Lempicka canaliza en su pintura.

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La mayor exposición sobre ella que ha podido verse en los últimos tiempos, con algunas obras inéditas, se encuentra se exhibió hace unas semanas en la Pinacothèque de París, donde se mostraron sus s femme fatales, que en la vida real encarnaron Marlene Dietrich, Greta Garbo o Josephine Baker.

Nacida en Varsovia en 1898, en el seno de una familia acomodada, vivió en Rusia hasta 1918, cuando se mudó a París, donde se integró a movimientos de vanguardia, como el surrealismo.

 En 1939, huyendo de la amenaza del nazismo emigró a Estados Unidos. Una nueva vida y una oportunidad de re-inventarse en modelo de sofisticación, dejándose retratar por los más afamados fotógrafos de la época, en una inteligente maniobra para promocionar  su arte.

Fue uno de los principales íconos del  Art Decó, e influencio a muchos otros artistas de la época.