Por Glenda Galán
La primera cosa que quise hacer, cuando llegué a vivir a Miami, fue practicar mi inglés. Sabía que necesitaría aplicarme en el asunto si quería desarrollarme profesionalmente en este país. La sorpresa fue que, por más que hablara en inglés, todas las respuestas a mis preguntas o la continuación de los diálogos en los que me sumergía, eran devueltos en español. Así fue como caí en cuenta de que Miami era un lugar no muy acertado para emplear el inglés que había traído de Santo Domingo, más sí para conocer los “españoles ajenos”.
En mi intento por no descuidar la lengua adoptada, leí cuentos en inglés, poesía y todo cuanto caía en mis manos, incluso practiqué varias horas a la semana en la universidad. Otra de mis cartas en esta partida fue escribir poesía en inglés, algo que no parecía descabellado ya que me encanta lo directo de este idioma prestado, aplicado al poema.
En esos ejercicios encontré la forma de no perder el inglés traído en la maleta hace ya quince años, más no encontré mi propio ir y venir, tan azul como las palabras que comúnmente salen de mi boca en mi lengua materna.
Hubo entonces una revelación por parte de un norteamericano que me pidió enseñarle español, ya que “aquí todos lo hablan”. Ver al alumno tratando fuertemente de aprender mi idioma y observar que, cuando dejaba de resistirse al suyo propio, fluía exactamente lo que quería decir me abrió los labios y los dedos hacia una aplicación de mi idioma desde una consciencia diferente y abarcadora. Miami, también me enseñó
Escribir en español, estudiar en español, especializarme en español e incluso, enseñar español a angloparlantes ha sido estar siempre cerca de mami, del mar y del mercado donde tantas veces me compraron anafitos y macutos. Ha sido resistirme a resistirme, extendiendo mis alas a la posibilidad de comprender otro idioma y, desde él, comprender más el mío. Ha sido ver el inglés asomarse a mis historias, vividas en español, respetando el deseo de estas de expresar mi niñez con EÑE y pronunciar mi Rosa con ERRE. Ha sido entenderme mucho más, entender a los demás y aceptarnos, así de breves o así de caribes.
Cada vez que escribo en español desde Miami, Tampa, Connecticut o Atlanta (lugares donde he vivido), fluyo hacia la maravilla de la pluralidad, de la coexistencia y del abrazo, experimentando que si no lo digo como mejor sé (desde las entrañas de mi madre) lo diré encogida, de alguna manera.
Para mí, escribir en español desde Estados Unidos es respirar a todo pulmón.
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