Los primeros días de este año se han ido rápido, aun así, la navidad parece que acabó hace siglos y ya estamos de cara a la inminente primavera. Han sido días extraños, cuya extrañeza forman parte de la normalidad con la que sigo limpiando todo con gel y comiendo en casa o al aire libre –nunca en interiores y menos con gente desconocida, a mi alrededor.
Si algo he aprendido de estos meses es la dulce magia del silencio. En las conversaciones, en los textos, en los momentos que me he permitido contemplar lo que me rodea, sin decir una palabra. Quizás por eso existe, para mí, la palabra con la que titulo este compartir de ideas desordenadas y poco concretas, cosidas con hilos de lo que fue la vida, antes de tanto encierro y distancias y el presente, que emerge entre pérdidas y acontecimientos aterradores.
Hay mucho en ese silencio que no se pronuncia en medio de esas dos palabras (enero-febrero) que me han servido para formar una nueva, como lo es esta nueva realidad a la que nos hemos visto expuestos y que ha dejado expuesta la vulnerabilidad de tantos y, sobre todo, las diferencias palpables entre los que tienen cómo seguir soñando y los que, simplemente, no saben cómo llegarán a fin de mes con lo que les queda en el bolsillo (para variar).
Personalmente, perdí las ganas de escribir y de leer hasta que llegó el segundo mes del año, pero, también, gané tiempo para escuchar más y escucharme, abriendo paso a una inmensa gratitud por estar aquí y ahora y un nuevo significado a cada abrir de mis ojos sobre este planeta.
No hubo obra de arte contemplada o libro leído que me prepararan para lo que hemos experimentado en este período de tiempo que no acaba, pero que casi termina (lo creo). Aun así, el arte y la literatura siempre acompañan la fe en lo elevado del espíritu humano y en la admiración del milagro.
Que este nuevo tiempo nos acerque a nosotros y nos permita, con ello, darnos mejor a los demás.
G
Libro recomendado de este mes inventado:
Orígenes de lo eterno y así las cosas de Lourdes Vásquez
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