Por GG

De Mar de fugas, 2011.

Hace calor, es pleno verano y estoy de vacaciones; la vida para una niña de once años se resume en dos frases: tiempo de vacaciones y tiempo de clases.

El vendutero me despertó con su tic tac de vegetales y viandas. Cuando llego al comedor ya Olga me tiene listo mi pan con mantequilla y chocolate caliente. Mientras desayuno, Minga, la lavandera, coge lucha en el patio, tratando de hervir la ropa blanca.

—¡El cuabero siempre pasa tarde! ¡Este carbón está cada vez peor! ¡Cuánta lucha pa prendé ete anafe! ¡Hoy me coge la hora!

Minga echa las toallas a la ponchera de metal, el agua hierve y el olor a cuaba se mezcla con el del chocolate; al bañarme también me envolverá a mí.

Escucho la novela de Kalimán que transmiten por radio, a Tata, la cocinera, le encanta. Ella es medio malgeniosa, pero cocina como los dioses y la verdad es que me quiere mucho, hasta el punto de darme par de chancletazos si digo un coño.

La mañana de vacaciones transcurre como siempre; con historias creadas en mi cuarto de juegos, ahí paso el tiempo besando a Barbie con Ken, poniéndolos a hacer cosas sucias y pecaminosas. Por la tarde, Olga me baña, ella lo hace sin tocar mis partes privadas; eso lo tiene prohibido, aunque a veces lo hace.

—Si le dices a tu mamá, ¡la mato!

Ella mueve la nariz cuando me ordena callar, me da miedo su forma de mirarme con los ojos tan abiertos. Eso me ha enseñado que la vida es callar para evitar el sufrimiento de otros.

Mi vestido con panales hechos a mano hace juego con mis zapatos y medias españolas; el lazo en mi cabeza me da un aire de niña rica, que atrae a todo el vecindario cuando me sientan en el murito de la galería a coger fresco; desde ahí veo pasar la vida de los demás.

José el panadero deja el pan caliente conmigo; media hora más tarde Papo, el de los palitos de coco, me vende dos palitos latigosos y uno duro, de cinco centavos. ¡Mi tarde no puede ser más emocionante!

La 16 de Agosto ve pasar venduteros por las mañanas, panaderos por las tardes, comparsas bailando hacia el malecón los 27 de Febrero, limpiabotas, locos y un sin fin de personajes. Es una calle bien pintoresca, de casas separadas por estrechos callejones donde se tiende la ropa y que alberga gente muy diversa; gente que, entre chismes y favores, se han convertido en una familia; algo similar a la vecindad del Chavo. Allí, una hija preñada es tema de dominio público; los amores de las parejitas son velados por las tres viejas chismosas del barrio; el tecato del 12 pasea sus notas por la acera, mientras su padre borracho lo ayuda a entrar a la casa. La mata de limoncillos de la vecina del 22 explota al parir y los muchachos del barrio nos pasamos un mes maroteando hasta el empalague.

El colmado de la esquina le fía a todo el mundo. Boquita, que no es ni loco ni cuerdo, se ajuma todos los viernes allí y luego pasa por casa voceando: “Balaguer asesino”. Una vez escuché a papi decir que a su hermano lo mataron en la UASD, en uno de esos líos lacrimógenos donde voceaban lo mismo.

La 16 de Agosto es una especie de limbo entre San Carlos y Ciudad Nueva, como lo es Connecticut entre New York y Boston, como lo es mi propia vida entre la niñez y la adolescencia.

Los jueves yo me pego del lado izquierdo del murito de casa para ver a Lourdes y a Julio comiendo gallina. Son novios y se besan, también me enseñan cómo jugar con Barbie y Ken; ellos se tocan como Olga me toca a mí, como papi toca a Olga. Aquí en la 16 de Agosto, todo queda en familia.