Por GG
De Mar de fugas, 2011.
Llegué a Miami, luego de pasar las de Caín en el Polo Norte, perdón, en Connecticut. Por fin estoy en la cuidad del sol: cubaneo, venezolanos hablando mal de Chávez o que se han hecho millonarios gracias a Chávez.
No puedo negar que echo de menos el caos de la cercana Nueva York, los rascacielos, el gentío, las vitrinas, las galerías de arte y los amigos que hice durante mi periodo de hibernación. Aun así, estoy feliz. Hasta un sentimiento de culpa me invade por sentirme tan bien. Toi moca, esperando de donde vendrá el trancazo, porque el dominicano siempre ta chivo y sabe que tanta felicidad no es posible. Siempre anda una nubecita cerca, pa dejá cae su agua.
Mientras el clima es favorable, me hago la loca y sigo en romance con esta ciudad pantanosa. Que si playa, parque, caminatas por el barrio, comida cubana, colombiana, venezolana, dominicana y todas las naciones unidas.
Ayer volví a ver a mi vecina del frente, a quien tenía exactamente un año sin ver quién me expresó lo contenta que se sentía con mi regreso a Florida, pues “desde que me fui, el jardín de mi casa ya no era el mismo”.
Por lo general desconfío de la gente interesada en los jardines ajenos, siempre tan pendientes al qué dirán, pero en este caso, no le di mente al comentario y seguí la plática, sin prejuicios. Ella me dice que el clima ha estado “awful aquí en Miami, to hot”; yo tengo un dejavú en ese momento. Hacía tres semanas que nadie me hablaba del weather.
Me empieza un escalofrío y una sensación de malestar, que me sube y me baja, trae a mi mente los guantes, las botas, las bufandas, el humito saliéndome por la boca. Con teriquito, la miro a los ojos con ganas de salir juyendo, pero mi educación no me permite dejarla con la palabra en la boca.
Cuando termina de hablarme del jardín y del clima le pregunto:
—How long have you been living in Miami?
Ella responde:
—Four years, I’m from Connecticut.
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