@Por Glenda Galán

Angel Urrely se nutre de Santo Domingo para crear sus obras, plasmando en ellas la belleza y la hostilidad que caracterizan a esta ciudad que lo ha acogido y reconocido como artista.

Desde La Habana –ubicada al norte–, hasta la capital dominicana –ubicada en el sur–, su brújula lo ha guiado por nuevos mundos que revista constantemente por medio de sus diarios ilustrados, fuentes de memoria y fortaleza en los difíciles momentos que le ha tocado enfrentar como inmigrante.

Con motivo de su participación en la exposición colectiva “Urban Issues”, en la que comparte con los artistas dominicanos Limbert Vilorio y José Almonte, Angel y yo nos sentamos a conversar en Galería ASR Contemporáneo. Allí, su directora y curadora, Paula Gómez nos brinda un sabroso café y nos acomoda en medio de las impresionantes obras de arte que son testigos de este memorable encuentro.

¿Cómo nace en ti la necesidad de expresarte a través de esta especie de mapas y planos que caracterizan algunas de tus obras?

La idea de los mapas yo empiezo a pensarla en el año noventa y nueve, año en el que llego. Empiezo a concebir el mapa de dónde iba viviendo en la ciudad. Diez años después nace el primer mapa, titulado “Final del juego, mapa de la locura urbana”. En cada manzana de ese mapa hice unas fosas. El hecho de escavar es una acción para buscar raíces y también el inframundo.

También hice una pieza con un tornillo, que es en sí un alter ego. Yo como inmigrante, en ese momento indocumentado, buscaba la manera de fijarme a la tierra.

Vives la ciudad y te inspiras en ella. ¿Qué similitudes encuentras entre La Habana y el Santo Domingo de hoy?

El clima, sobre todo.

Los puntos cardinales siempre son importantes. La Habana está situada al norte y Santo Domingo al sur. Cuando llegué a Santo Domingo, instintivamente,  yo buscaba el mar hacia el norte. Siempre me perdía. Primero es un estado de confusión y de ahí luego salen las historias que vas viviendo y eso es lo que me va nutriendo.

¿Cómo nace tu inclinación por el arte?

Mi papá era artesano, taxidermista y joyero. Siempre estuve ayudando en el taller, quizás ahí se me desarrolló la motora fina.  En un verano del año 1989 yo perdí el sueño, esperando que el servicio militar me llevara. En ese insomnio empecé a escribir. Ya en el servicio militar decidí ser artista.

O sea, que empezaste escribiendo.

Sí, cosas muy malas que ni sé dónde están porque creo que las quemé todas.

El oficio de  taxidermista no es muy común. Tú tienes una anécdota sobre eso con tu padre.

Sí. Cuando yo tenía seis años veía que los animales que mi padre embalsamaba los usaban como adornos y los ponían sobre los televisores, que en esa época eran unos muebles. Yo le dije a mi papá que cuando me muriera yo quería que él me embalsamara y que me pusiera de decoración sobre el televisor. Mi padre casi se muere con eso.

Tienes un bestiario, que quizás tiene que ver con el oficio que ejercía tu padre.  ¿De qué manera habitan tus animales es tu obra?

Muchas veces los animales cumplen una función, en este caso son actos de transferencia, cuando lo creado te devuelve algo. El toro tiene una energía. Cuando la constelación de Tauro aparece en la primavera, se llevan a cabo los rituales del sacrificio del toro, que con su sangre fertilizaba la tierra. Los animales tienen perfiles psicológicos invariables, no son como los humanos. Si te fijas todos quieren usar el símbolo de un animal para evocar su fuerza –desde las marcas de automóviles hasta los equipos deportivos–. Conmigo pasa lo mismo. Ellos están en mis diarios ilustrados, por eso han sido tan importantes para mí como inmigrante, porque son fuente de memoria y en ellos siempre busqué que me llevaran hacia atrás para buscar la fuerza para soportar los duros momentos.

Has ganado dos bienales en Santo Domingo, un premio muy importante para los artistas. ¿Cómo te has sentido con esos reconocimientos en este país que te ha acogido y que quieres tanto?

En este país yo he tenido mis hijos, en este país fui reconocido como artista por primera vez, gané mis primeros premios y en este país he sido profesor de mes de mil muchachos, de los cuales hoy hay muchos profesionales. Mi primera exposición en el país me la realizó Ada Balcácer.

¿Cómo ha sido tu relación con cuba después que estás aquí?

He pasado por muchas cosas. Yo llego y decido quedarme en Santo Domingo. Eso trae problemas, pues estuve mucho tiempo aquí sin poder pisar Cuba. Al cabo de los años recibí de nuevo que podía visitar Cuba. Dieciocho años después, en el 2017, recibí una invitación para exhibir en un museo de La Habana.

¿Cómo fue esa experiencia de exhibir por primera vez en tu país después de tanto tiempo?

Llevaba veinte años sin exponer en cuba, se sienten emociones muy intensas. Yo trato de tomar todo lo más tranquilo posible y me tuve que ocupar de tantas cosas, pues fui solo a hacerlo todo, desde buscar los patrocinios, transportar las piezas. En eso del transporte me ayudó bastante la embajada dominicana, sobre todo el ministro consejero Pedro Ureña Rib. Fue muy importante su colaboración para entrar y salir de Cuba, sobre todo para sacar las piezas de Cuba.

¿Porqué esa dificultad de sacar las piezas?

La aduana es complicada, sobre todo por cosas de arte, es muy complicado y las piezas salieron un poco después, pero se pudo solucionar bien.

¿Decidiste quedarte en Santo Domingo porque así se dio la oportunidad de salir de Cuba o fue un destino planificado por ti?

Lyle O. Reitzel me extendió una invitación y al llegar empezaron a ocurrir cosas. Cosas muy buenas y cosas muy malas. Es terrible, un inmigrante creo que pasa por todo eso. Te empieza a ocurrir lo más malo y lo más bueno de tu vida. Todo eso te va atrapando, eso tienen las islas, que te atrapan.

Duré mucho sin exponer fuera, hace poco es que estoy exponiendo en Nueva York.

¿Qué ha cambiado del Santo Domingo al que llegaste hace ya muchos años, al Santo Domingo de hoy?

El paisaje. Cuando yo llegué vivía en Torremar, en ese momento era la única torre que había en el Malecón. Cuando veía desde el balcón el paisaje era bien plano y se veían unas cuantas construcciones. Entonces, la ciudad empezó a buscar el cielo y empezó a subir. Las calles donde había casitas se llenaron de torres y se despoblaron de árboles.

La ciudad se empezó a despersonalizar, a hacerse más incómoda e intransitable. Eso se refleja en la mente de la gente.

Santo Domingo y yo tenemos una relación de quién se come a quién. A veces ella me come a mí y a veces yo meta como a ella. Es una relación muy difícil.

De ese conflicto nacen muchas de tus obras.

Claro. De su ruido, de su incomodidad, de su violencia. De todo eso se hace un acto de magia, una alquimia donde se transmuta todo eso en lo que es mi obra.

Si supieras todo lo que te iba a pasar, ¿elegirías de nuevo quedarte en República Dominicana?

Lo elegiría de nuevo, no tendría miedo. Y mira que es un lugar difícil para un artista, cada vez más.

¿Porqué?

Porque tenemos un Ministerio de Cultura con el que los artistas no nos sentimos identificados. La anterior administración del Ministerio de Cultura nos la puso muy difícil a los artistas, vamos a ver qué sucede con esta nueva administración.

La bienal tengo entendida que no se ha realizado por trabajos de remozamiento en el museo.

Sí, yo invertí seis meses en una pieza de gran tamaño que tuve escondida en la casa por un tiempo, pues la bienal exige que sea una pieza que no se haya visto. Ahora la pieza está en el museo. Parece que la Bienal se realizará en el 2019.

Te agradezco mucho que compartas tu visión de Santo Domingo y te deseo que sigas cosechando éxitos aquí.