Por Luís O. Brea Franco
(Tercera entrega).
V.- El tedio o la revelación de la nada
Este es el origen del tedio que arropa y corroe al mundo moderno que deriva en la inmediata percepción de la nada, que revela el dominio del nihilismo que rige en nuestro tiempo.
En esta vivencia se manifiesta la tiránica y arrolladora experiencia de la nada, que se despliega como una enfermedad mortal omnipresente en la época de la hipermodernidad. (25)
Para comprender su alcance, tomamos una descripción de la vivencia del tedio, extraída de una obra literaria del siglo XX. Examinamos un pasaje de la novela, Diario de un cura rural, del escritor francés Georges Bernanos (1888-1948), un creador preocupado por desentrañar la psicología y los desgarramientos del hombre moderno.
El libro fue publicado en 1936 y está considerado como la cumbre de su producción literaria. El escritor señala: “De modo que me dije que las personas estaban siendo devoradas por el tedio. […] Es como una especie de polvo. Uno va y viene sin apercibirse de él, lo respiramos, lo comemos, pero es tan fino y leve que ni siquiera cruje entre los dientes. Sin embargo, tan pronto como nos detenemos un segundo, se posa sobre nosotros cubriéndonos el rostro, las manos. Para sacudirnos semejante lluvia de cenizas, debemos estar en constante agitación. De ahí que el mundo entero esté en agitación”.(26)
El aburrimiento que envuelve al ser humano de la modernidad hipertrofiada muestra la existencia como privada de un sentido propio.
El ser humano adolecería –en esa situación– de una referencia a un eje cohesionador propio: no habría posibilidad de identificarse con una divinidad, con una comunidad o con una forma de ser, es decir, como parte importante de la propia cultura.
La persona se percibe como encerrada, como carente de posibilidad interior de transcender lo inmediato, lo banal, la ausencia de sentido de lo cotidiano. En este proceso deja de ser persona para transformar en cosa, en objeto disponible, manipulable-manipulador para cumplir con los fines de la producción de bienes y servicios y su intercambio. Se le valora como materia genérica adecuada para la producción, como puro recurso humano, (27) disponible para lo que se requiera a esos fines y el consumo según los requerimientos del nuevo dios: el mercado.
La vida humana se transforma en “un tremedal de voluntades yermas y entumecidas” que se deja caer en el mundo con una plúmbea pesadez ante la que se reacciona con desgana, apatía e indefinición. (28)
Es por esto que en las sociedades hipermodernas rige sobre todas las cosas la velocidad.
Vale aquí la metáfora de Emerson, el gran pensador estadounidense: “Cuando patinamos sobre hielo quebradizo, nuestra seguridad depende de nuestra velocidad”. Y agrego yo, la seguridad de todos depende no sólo de que no nos detengamos, sino que ni siquiera por un instante “ralenticemos la andadura consumista”. La experiencia de la gran recesión que en estos días ha golpeado a todo el planeta es muestra de esto. (29)
Sin embargo, como bien lo saben los pensadores y los poetas, “es la duración y no la velocidad” lo que es esencial para lo humano.
Rainer María Rilke (1875-1926), uno de los más lúcidos poetas del siglo XX, lo constata en sus Sonetos a Orfeo: “Todo cuanto se apresura / habrá pasado muy pronto; / pues es lo que permanece / lo que nos consagra”. (30)
Empero, la existencia de la gran masa está encarrilada por la tendencia apremiante de evadirse de sí mismos, de escapar, de huir de cualquier momento de inactividad, pues el ocio, el sosiego, la serenidad, revelan al ser humano ahuecado por la presencia de la uniformidad y por la falta de una identidad propia su vacío vital.
Los momentos de serenidad y paz revelan el hastío, la vacuidad, la nada que se encubre en la convulsión que caracteriza a nuestros inconsistentes modos de ser.
En estas sociedades, la masa queda en las manos soberanas del mercado, que con la promesa de conducirla a superar la fastidiosa omnipresencia del tedio, pretende transportarla por caminos de dispersión a través de la puesta en marcha de un proceso agresivo de voracidad vital: el sistema actúa como un vampiro que sustrae la vitalidad y la realidad propia del ser humano.
Somos tiempo, y cuando lo perdemos en nuestras vidas, nos perdemos para nosotros mismos. Apagamos la posibilidad de ser, de existir, para edificar el propio proyecto de vida auténtica. En estos procesos, lo que se consume no son objetos ni bienes ni imágenes, sino la propia vida de quien se deja llevar por semejantes caminos, pues ésta se disuelve como una posible totalidad con significación, al no poder alcanzar a proyectarse en un futuro pleno de posibilidades, elegidas personalmente, por propia necesidad.
La hipermodernidad tiende a eliminar y a transformar el tiempo en un eterno presente que se vive con una intensidad que pretende anular todo lo demás. Esta forma de presente instantáneo y omnicomprensivo procura negar el pasado y toda referencia a raíces o fundamentos, aspira también a hacer evaporar la esfera de las posibilidades y oportunidades que abre el futuro. Sin embargo, no alcanza a suprimir de la conciencia menoscabada del hombre banal masificado la presencia indeclinable de la nada en que consiste su existencia.
Cada uno sabe muy bien que se mueve en un universo marcado por la angustia de que no termine la diversión, el sueño, el escape del mundo, a que induce el paisaje de la total ausencia de sentido.
El consumo de excitantes y estimulantes, así como la apertura al entorno de las drogas, aparece cuando los modos inmediatos de evasion pierden el brillo de lo novedoso y los ensueños corrientes se agotan.
Entonces el ser humano necesita ahondar por vías más intensas, abarcadoras y totalitarias la necesidad de disolver de manera objetiva el dolor de no ser nada, de no poder aprehenderse con una personalidad propia, dotada de sentido e identidad.
Comienza, entonces, en ese momento la búsqueda a todo coste de intensificar la evasión de la apagada realidad que proyecta en nosotros el frenesí del consumismo.
El recurso y la adicción a las drogas se impone por la lógica de la sociedad de consumo. Representa un paso adelante en el camino de evasión del adulterado y hueco mundo del vacío, del sistemático aburrimiento consumista.
En lo relativo a los valores, la imposición del eficientismo como modo de vida absoluto produce el milagro de todos los milagros, la disolución de todos los valores históricos y personales en la revelación de un único valor universal que coincide plenamente con los ideales de una época fundamentada en lo crematístico, en el puro y simple interés pecuniario: los valores condensan, ahora, en una sola forma de apreciación: en la necesidad de disponibilidad de dinero, pura y simplemente.
Goethe enfatiza que “la esencia de lo humano –si es que hubiese alguna– es la de un ser que debe vivir de cara al sentido”.
Si eso es cierto, estimo que la crisis que vivimos no puede solucionarse recurriendosimplemente a la psicología, sino que debe ser enfocada, comprendida y problematizada desde un marco más amplio, el de una crisis total de la cultura occidental, que implosiona por las tremendas contradicciones que se revelan entre los valores que sirven como sus fundamentos desde sus orígenes y los nuevos valores y comportamientos fácticos que nos impone la ideología que encubre la modernidad avanzada.
En nuestro tiempo existe una gran crisis de valores que nadie puede ocultar. Esto quiere decir que sabemos que faltan principios, jerarquías y normas que rijan auténticamente y no de palabra, retóricamente, nuestras vidas. Por doquier se abren fisuras y cráteres que revelan que los valores tradicionales han dejado de tener vigencia, que han dejado de amparar el existir humano.
Hay, además, una contradicción difícil de ocultar en la cultura occidental. Opera en la vacua realidad de la modernidad hipertrofiada una evidente decadencia de los valores cristianos y una ausencia creciente en la fe de un sentido trascendente que rija la realidad, considerado como posible elemento dador de vida nueva a las sociedades avanzadas.
Lo que se muestra hoy como cristianismo –salvo las excepciones de casos individuales– es pura hipocresía. La Iglesia Católica mantiene su validez sólo a través de la continuidad de ritos yliturgias que tienen en sí, como carácter social, el significado de una retórica que se conoce de memoria, pero que poco ayuda a vivir positivamente en medio de un tejido cultural que ha estallado en mil pedazos desde hace mucho tiempo.
Nietzsche, en la década de los setenta del siglo XIX, ya observa la gravedad de nuestro devenir: “Nuestra cultura degenera en una nueva barbarie por falta de serenidad. En ninguna época anterior los activos, es decir, los desasosegados, han contado tanto. Por lo tanto, una de las correcciones que es necesario aportar al carácter de la humanidad sería el de reforzar grandemente el elemento contemplativo”. 31 Es decir, para el pensador alemán el único contrapeso posible a la agitación del hombre moderno era, en ese momento, fomentar e intensificar la sosegada reflexión.
Situados ante la perspectiva de la alteración, la inquietud y el vacío(32) que produce el tedio en el hombre moderno, podemos comprender por qué el poeta romántico Theófile Gautier (1811-1872) lanza como grito de batalla de la nueva estética y del nuevo ser humano que configura en la modernidad la frase: “Plutôt la barbarie que l’ ennui” (Antes la barbarie que el tedio). (33)
El lema de Gautier parece haberse constituido en el axioma fundamental del mundo hipermoderno, que prefiere transitar por caminos de inhumanidad y cruel salvajismo, por caminos de genocidio y mutilación, antes que sucumbir a la revelación de la vacuidad que le es esencial.
VI.- La posibilidad del pensamiento
En la actualidad, la humanidad se encuentra colocada ante una tremenda situación que conspira contra la posibilidad de la continuidad del libre desarrollo de la vida y la creatividad en el planeta, a pesar de nuestro poderío tecnológico.
Este reto lo plantea de manera clarividente, en octubre de 1955, Martín Heidegger, en una conferencia que titula en lengua alemana Gelassenheit, y que ha sido traducida como Serenidad. En esta reflexión, el filósofo trata los problemas del mundo a mediados del siglo xx. Entonces se tenía que bregar con la amenaza –a la que sometía la Guerra fría a la humanidad– de que en cualquier momento pudiera desencadenarse la barbarie extrema, la posibilidad del estallido de una guerra termonuclear que arrasara con el planeta y con la raza humana; entonces se jugaba con la posibilidad de un final violento y absurdo para la historia, en nombre del progreso.
Empero, para Heidegger se encuentra presente en ese momento en que se corren riesgos demenciales, otra posibilidad aún más aterradora: el que no estallara una guerra atómica. “Porque–dice– precisamente cuando las bombas de hidrógeno no estallen y la vida humana sobre la Tierra esté salvaguardada será cuando, junto con la era atómica, se suscitará una inquietante transformación del mundo. Lo verdaderamente inquietante, con todo, no es que el mundo se tecnifique enteramente. Mucho más inquietante es que el ser humano no esté preparado para esta transformación universal; que aún no logremos enfrentar con una adecuada reflexión lo que propiamente se avecina en esta época”. (34)
¿A qué se refiere el pensador alemán cuando habla de una transformación inquietante para la que el ser humano aún no está preparado para pensar? Heidegger cita palabras del químico norteamericano Wendell Meredith Stanley, premio Nobel de Química (1946), para hacernos comprender de qué se trata: “Se acerca la hora en que la vida estará puesta en manos del químico, que podrá descomponer o construir, o bien modificar la sustancia vital a su arbitrio”. Y el pensador comenta a continuación: “Nadie se detiene a pensar en el hecho de que aquí se prepara, con los medios de la técnica, una agresión contra la vida y la esencia del ser humano, una agresión comparada con la cual bien poco significa la explosión de la bomba de hidrógeno”.
Lo que Heidegger quiere dejar sentado es que, como herencia del siglo xx, el ser humano pensante y creador tiene necesidad de librar ahora una gran batalla en todos los frentes del espíritu. Es necesario que despertemos del ingenuo sueño que pretende que el progreso de la tecnología y la conformación del mundo según el modelo de lo tecnológico lo puede todo y ha de ser la solución de los problemas fundamentales del ser humano.
Es vital que nuestros creadores, hombres y mujeres ilustrados con una formación humanística, hagan comprender a los jóvenes en la escuela y a las personas comunes a través de su participación en el debate de la opinión pública, que es imprescindible desarrollar un pensamiento reflexivo, al lado y por encima del pensamiento técnico, que es el modo de pensamiento que planifica y calcula y se nutre de estadísticas y análisis matemáticos para resolver problemas concretos, contingentes.
Es necesario que los educadores despierten y comprendan que es imprescindible educar para fomentar en nuestra sociedad un pensamiento crítico, abierto a nuevas posibilidades de liberación del ser humano y que esté al servicio de encontrar nuevas formas posibles de plenitud humana.
Ver segunda parte aquí:
Apuntes sobre la necesidad de la filosofía para nuestra época (2 de 4)
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Notas
25 Cfr.: Cfr. Heidegger, Martin: Introduction à la métaphysique, Éditions Gallimard, Paris, (1958) 1980, p. 14: “La pregunta [Por qué es el ente y no más bien la nada] aparece en los momentos de hastío, cuando estamos igualmente lejanos de la desesperación y del júbilo, entonces el obstinado carácter ordinario del ente hace reinar sobre el mundo la desolación de lo anodino, que al mostrarse hace que su ser o no-ser sea indiferente para nosotros”. Para Heidegger el fenómeno del tedio es una manifestación que aparece con el hombre de la modernidad [versión en castellano de lobf].
26 Cfr.: Bernanos, George: Diario de un parroco di campagna, Oscar Mondadori Ed., Milano, Italia, (1946) 2010. También en Svendsen, Lars: Filosofía del tedio, Tusquets Editores, Barcelona, 2006, p. 17. En esta misma obra, en el epígrafe, Kierkegaard habla del tedio directamente, mirando a los ojos a la humanidad contemporánea: “En vano busqué, en el mar sin fondo de los placeres, así como en los abismos del conocimiento, un lugar en que echar el ancla. Sentí la fuerza apenas resistible con la que un placer tiende la mano a otro; experimenté esa suerte de incierta exaltación que el placer suele provocar; al igual que viví el tedio: el profundo desgarro que lo sigue. Saboreé los frutos del conocimiento y, con no poca frecuencia, disfruté igualmente del gozo de probar su dulzura. Pero no solía durar ese placer más que el instante del conocimiento, ni solía dejar, en mí una huella profunda”. S. K., Gilleieie. Ibídem., p. 7. Igualmente, en el poeta romántico italiano Giacomo Leopardi, en el primer tercio del siglo xix, se encuentra una análisis esencial del tedio.
27 Cfr.: María Moliner: Diccionario de uso del español, versión digital, 2da. acepción: “Conjunto de elementos o bienes de que se dispone para cubrir una necesidad o emprender algo”.
28 Para el poeta italiano romántico Giacomo Leopardi, “la noia”, el aburrimiento, es cónsono al ser humano desde su nacimiento, generalmente –afirma–: “el humano no lo observa, y no lo asume concientemente, –pero no por esto, dice el poeta– no es meno verdadero”, pues, “el hombre se aburre y siente su propia nulidad en todo momento”. Pero “cuando el sentimiento de la vida ‘observa’ la vida y toma conciencia expresamente, el tedio se presenta en su pureza y en su significado más profundo, pero esto sucede con pocos. […] El tedio es el vacío revelado al hombre por la percepción de que el objeto de su deseo infinito es nada, y es nada no sólo todo bien, finito y transeúnte que llegue a obtener, y aún más el mismo dolor por la nulidad de todas las cosas. Cuando la nada de las cosas viene experimentada como tal, y este percibe que su existencia está constituida por esa vacuidad, cuando esta negación se percibe sin el velo que lo oculta cotidianamente, la nada no deja espacio para que se manifieste alguna fuerza o vigor, y la nada y el aburrimiento sofocan la existencia, y la nada que sofoca viene percibida, sentida hondamente como una ‘nada sólida’, consistente, que aplasta la existencia. La verdadera muerte y la nada auténtica aparecen en el tedio, es decir, aparecen en la existencia concreta de cada ser humano; el evento más ‘contranatural’, pues la voluntad de ser se encuentra contradictoriamente unida al conocimiento de la nulidad de nuestra existencia. El tedio es la situación en que se presenta en el modo más radical y extremo la innatural cognición de nuestra miseria”. Cfr. Severino, Emmanuele: Il nulla e la poesía. Alla fine dell´ etá della tecnica: Leopardi, Biblioteca Universale Rizzolli, Saggi, Bérgamo, (1990) 2005, pp. 112-117.
29 Ralph Waldo Emerson: On Prudente, citado en: Zygmunt Bauman, (2006), Vida líquida, Editorial Paidós.
30 Cfr.: Rilke, Rainer María: Los sonetos a Orfeo, Poesía Hiperión, Madrid, (2003) 2007. Primera parte, xxii, pp. 16-17. El texto en alemán reza: “Alles das Eilende / wirschon vorüber sein; / denn das Verweilende / erst weiht uns ist”.
31 Cfr.: Nietzsche, Friedrich: Humano, demasiado humano, tomo I, p. 180, § 285, “El desasosiego moderno”, Ed. Akal, Madrid, 1996. La versión que cito difiere ligeramente del texto de la edición de referencia, lobf. Creo oportuno subrayar que el texto de Nietzsche se cierra con estas palabras: “Pero todo individuo que mantenga el sosiego y la constancia de corazón y mente tiene ya derecho a creer que no posee sólo un buen temperamento, sino una virtud de utilidad general, y que mediante la conservación de esta virtud cumple incluso una tarea superior”.
32 Cfr.: Kierkegaard, Søren: Aut-Aut [O lo uno o lo otro], Arnoldo Mondadori Editore, Milán, 1966. Kierkegaard describe de una manera ejemplar el vacío que caracteriza el aburrimiento: “De modo que el tedio es cruel: cruelmente aburrido; en verdad que no creo que exista una forma más intensa, más cierta de expresarlo, pues solo los iguales se reconocen entre sus iguales. Y, si existiese un término más elevado, más expresivo, habría aún alguna posibilidad de movimiento. Pero aquí me hallo tendido, inactivo; lo único que veo es vacío, lo único de lo que vivo es de vacío; lo único en lo que me muevo es el vacío. Ni siquiera soy capaz de experimentar sufrimiento”, pp. 92-93. También un creador como Dostoievski trata en todos sus libros –desde su primera obra maestra Apuntes del subsuelo a la novela Hermanos Karamazov– sobre la presencia del sentimiento de vacío, de la nada, como la vive el ser humano del siglo xix.
33 El grito romántico de Gautier ya apunta el camino, de manera inconsciente, a la inconmensurable barbarie que se desplegará en el siglo xx: Auschwitz, los Gulag, Hiroshima, Camboya. A pesar de lo que piensa Camus cuando habla de notre heureuse barbarie, su cumplimiento histórico nos ha conducido a crear del planeta: Tierra baldía. En efecto, el poeta T. S. Eliot, en Coros de lapiedra, publicado en 1934, se cuestiona: “El águila se cierne en la cumbre del cielo, / El cazador con sus perros prosigue su circuito. / ¡Oh revolución perpetua de las estrellas configuradas, / oh perpetua repetición de estaciones determinadas, / oh mundo de primavera y otoño, nacimiento y muerte! / El ciclo interminable de idea y acción, / invención inacabable, experimento sin fin, / trae conocimiento del movimiento, pero no de la quietud; / conocimiento del lenguaje pero no del silencio; / conocimiento de las palabras, e ignorancia de la Palabra. / Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia, / toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte / pero la cercanía a la muerte no nos acerca a Dios. / ¿Dónde está la Vida que hemos perdido viviendo? / ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento? / Los ciclos del Cielo en veinte siglos / Nos alejan de Dios y nos acercanal Polvo”.: Eliot, T. S.: en Coros de la piedra, en Poesías reunidas, 1909-1962, Madrid, Alianza Editorial (1999) 2006, pp. 169-170. Hay una excelente traducción de este poema hecha por Jorge Luis Borges. Es una versión mucho más apegada al hálito poético, la cual cito para que el lector pueda tener un mayor exposición a la palabra esencial que intenta transmitir Eliot: “Se cierne el águila en la cumbre del cielo, / el cazador y la jauría cumplen su círculo. / ¡Oh revolución incesante de configuradas estrellas! / ¡Oh perpetuo recurso de estaciones determinadas! / ¡Oh mundo del estío y del otoño, de muerte y nacimiento! / El infinito ciclo de las ideas y de los actos, / infinita invención, experimento infinito, / trae conocimiento de la movilidad, pero no de la quietud; / conocimiento del habla, pero no del silencio; / conocimiento de las palabras e
ignorancia de la palabra. / Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia, / toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte, / pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios. / ¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir? / ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento? / ¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información? / Los ciclos celestiales en veinte siglos / nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo”.
34 Cfr.:Heidegger, Martín: Serenidad, transcripción del discurso pronunciado el 30 de octubre de 1955 en Messkirch, su patria chica, en ocasión de las festividades del 175 aniversario del compositor Conradín Kreutzer. Publicado por Neske, Pfullingen, 1959.
Versión castellana de Yves Zimmermann, publicada por Ediciones del Serbal, Barcelona. Ligeramente modificada la cita, para ayudar a comprender el sentido del texto. Existe una versión preliminar nuestra [lobf] en castellano –que debe ser revisada a fondo– publicada en la revista Cuadernos de Filosofía-unphu, de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, Santo Domingo, 1985, No. 7, pp. 7-21. [cursivas de lobf].
Sobre el autor
Luis O. Brea Franco realizó estudios secundarios en el Colegio de La Salle de Santo Domingo, marchando en los años 60 a Italia, a proseguir sus estudios de Filosofía, en la Universitá degli Studí di Firenze, realizando posteriormente en 1972 un Doctorado. A su regreso a República fue co-fundador de la Librería Cultural Dominicana. Desde 1981 a 1994 se dedicó a la docencia y gestión cultural en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña. Fue uno de los fundadores y planificadores del Ministerio de Cultura de la República Dominicana. Ocupó los puestos de Dirección de Bienes Subacuáticos, y entre el 2012 y el 2016 fue Comisario del Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña, que otorgan el Ministerio de Cultura y el Gobierno de la República Dominicana.
Dos temas han ocupado sus estudios en los más recientes años: el nihilismo ruso y la obra de Friedrich Nietzsche. Su libro Claves para una lectura de Nietzschefue editado originalmente en 1993 pero ampliado y publicado en el 2016, ofrece una amplia panorámica sobre los temas esenciales del filósofo alemán. Ha publicado, además, unos doce libros.
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