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Resumen:
En la época del desasosiego y la prisa, en la modernidad, a la filosofía se la quiere medir por sus efectos inmediatos, se la quiere confrontar con el rasero de lo ordinario, y como sus frutos no aparecen con la misma rapidez y contundencia que los efectos del operar técnico, donde rige el puro cálculo de consecuencias inmediatas, entonces se la percibe como un modo de saber deficiente, ineficaz, inútil. Es imprescindible desarrollar un pensamiento reflexivo, al lado y por encima del pensamiento técnico, calculador, y es necesario educar para fomentar en nuestra sociedad un pensamiento crítico, ético y abierto a nuevas posibilidades de liberar al ser humano. De nuestra auténtica reflexión depende que las agudas contradicciones que amenazan a la humanidad en estos tiempos peligrosos puedan encontrar sosiego al sugerir nuevos modos de copertenencia, de identidad de lo antagónico. La palabra de los auténticos pensadores y poetas debe dejarse sentir ahora más que nunca.
III. – La filosofía en la hipermodernidad
Frente a la necesidad de abrirse a lo extraordinario, que es característica esencial de la filosofía, nuestro mundo hipermoderno se muestra regido por asumir una estrecha perspectiva donde prevalence una visión ingenieril del cosmos. (13)
Nos encontramos encerrados y gobernados por una forma de considerar que –sobre todo, y a veces únicamente– valora los aspectos ordinarios, utilitarios, pragmáticos del universo.
Identificamos como valioso sólo aquello que es pasible de ser manipulado o de ser insertado en estructuras sistemáticas, objetivables, cuantificables, de eficacia inmediata, que concebimos como la única forma posible del universo.
Nuestro tiempo parece concentrarse conscientemente en apagar la actitud fundamental necesaria para que pueda haber filosofía; pugna por confinarse cada día con mayor intensidad en una atmósfera cultural librada a consumirse en lo puramente circunstancial, intercambiable, fragmentario, efímero, en una palabra, en lo puramente desechable.
Predomina un horizonte cultural unidimensional para valorar e interpretar las posibles dimensiones del ser, lo que se revela en una visión en la que destaca una forma de racionalidad concebida puramente como instrumental a la manipulación del ser.
Nos movemos en una interpretación del ser que asume y se concentra con enfermiza atención en enriquecer y ampliar una exuberante disponibilidad de medios, mientras deja traslucir en toda acción, comportamiento o proceso emprendido un absoluto y absurdo desierto de finalidades. ( 14)
Frente a la posibilidad enriquecedora de despejar y mantener abierta la experiencia humana a todas las posibles dimensiones del ser, rige en nuestro tiempo una inflexible, estrecha, ocultadora y represiva visión que nos imponen los procesos de tecnificación del mundo y los modos de ser que de esta actitud derivan. (15)
Se interpreta, exclusivamente, el sentido del existir (16) desde una perspectiva puramente calculadora y utilitaria. Se sostiene que la única manera posible de plenitud humana la constituye el ejercicio de una rutinaria superficialidad dominada por el insaciable afán de novedades que fomenta el consumismo.
La vida humana asume, entonces, un formato que se manifiesta en un continuo inventariar y asentar acciones, formas y métodos para garantizar la mensurabilidad y sistematización de todas las cosas: actitudes, comportamientos, medios, instrumentos y recursos disponibles, con vista a usufructuar sus derivaciones y consecuencias.
En el contexto de lo cotidiano se intenta cuadricular –dominar al milímetro– y banalizar la propia tierra histórica, mediante la imposición del criterio de su intercambiabilidad sin término con otros territorios semejantes. El propio lugar, sus pobladores, su ser histórico, su cultura única pierden relevancia para transformarse en espacio abstracto que se busca para consumir, por ejemplo, aspectos genéricos, como son playa y sol.
La totalidad de los elementos del sistema se valoran mediante criterios objetivables para representar la realidad como contexto de un balance único de ganancias y pérdidas de beneficios concretos inmediatos, que pueden obtenerse de una determinada situación. Todo lo demás no tiene valor ni trascendencia: ni la belleza, ni el bien, ni la vida recta, ni la justicia, ni la equidad, ni la compasión o la solidaridad. (17)
En resumen, el sentido de la existencia se mide hoy, exclusivamente, mediante el gris reduccionismo que impone una lógica despiadada y alienante, preocupada en promover un consumismo depredador e ilimitado, implantado por una avasallante, ávida, codiciosa voluntad de poderío, pago de sí misma. (18)
Esta bárbara interpretación del mundo de la modernidad nace de un amplio debate sobre el lugar de Grecia y de la cultura helénica en el desarrollo del hombre y de sus creaciones, que se abre con el siglo de la Ilustración y se prolonga durante todo el siglo siguiente en la cultura europea, es decir, en la occidental. (19)
Encontramos vestigios de este debate entre otros muchos autores, en el testimonio del destacado historiador y crítico racionalista francés Joseph Ernest Renan (1823-1892), figura señera de su tiempo, que concibe la cultura griega como un milagro de la historia: “El milagro griego, algo que sólo existió una vez, que nunca se había visto y que ya no se volverá a ver, pero cuyo efecto durará eternamente, quiero decir, un tipo de belleza eterna sin ninguna tacha local o nacional”. Y cuando alguien de su época le pregunta: ¿Dónde se encuentra Atenas? responde: “Atenas se halla oculta dentro del hombre moderno y el mundo sólo se salvaría cuando retornara al Partenón y rompiera sus vínculos con la barbarie”. (20)
Pero como señala con perspicacia George Steiner, en la obra de que he extraído las palabras de Renan, la recepción de Grecia durante los diversos momentos en que se ha desplegado la modernidad ha variado según la actitud que ha predominado en la interpretación de la época. (21)
El valor paradigmático de Grecia para el ser humano de la primera modernidad, subyugado por una vocación secular que busca interpretar y transformer el mundo apoderándose de los elementos naturales más recónditos, se sustenta, sobre todo, en la constatación de que sus grandes hombres no se revelan como profetas de un dios, sino como maestros independientes del pueblo, forjadores de sus ideales.
Nietzsche resalta que en el alborear de la filosofía en suelo griego: “La sentencia de los Siete Sabios: “conócete a ti mismo”, constituye un trazo claro e inolvidable aportado a la imagen de lo helénico. Otros pueblos tienen santos, los griegos tienen sabios. Con razón se ha dicho que un pueblo no se caracteriza tanto por sus grandes hombres como por la manera en que los reconoce y venera”. (22)
La superior fuerza del espíritu griego, para el hombre de finales del siglo XIX y comienzos del XX, obedece a la profunda influencia que los grandes heroes y pensadores de la antigüedad ejercen sobre sus conciudadanos en la creación de ideales, modelos de actuación y valores; en la aceptación de las propias responsabilidades, en el horizonte de un comportamiento guiado por la excelencia e inspirado por el cumplimiento de la perfección y la justicia. (23)
IV.- “La adicción a las drogas se impone por la lógica de la sociedad de consumo”.
Heidegger, en el siglo XX, nos recuerda –relacionándonos con los orígenes griegos de nuestra cultura– que en nuestro tiempo, sometido a la encogida visión de la técnica, la esencia del actuar se interpreta como el simple hecho de producir un efecto, sin detenerse a valorar la calidad, la índole o la importancia del mismo, pues lo producido se estima sólo en función de su utilidad.
El pensador alemán confronta este modo de interpretar lo que viene producido, desde la enseñanza fundamental que heredamos de Grecia, de que “la esencia del actuar es el llevar a cabo. Llevar a cabo significa desplegar algo en la plenitud de su esencia, guiar hacia ella, producere”. (24)
Empero, para llevar algo o alguien a desplegar sus propias capacidades o su naturaleza de modo excelente, con plenitud y congruencia, o para conservar y recrear creativamente los valores históricos de una comunidad específica, se hace necesario reflexionar sobre el lugar que debe ocupar, y el papel que debe jugar, la educación. Esta es la fuerza transmisora que une el pasado con el futuro de un pueblo. La estructura de toda sociedad descansa en leyes y normas, escritas o no, que abrazan y reúnen a todos sus miembros en una comunidad al estar regida por valores, modos de ser y tradiciones comunes.
Así, la educación como práctica auténtica sólo es posible cuando en una comunidad rige la consciencia viva de normas, principios y valores que configuran y dirigen su propia evolución histórica como tal.
Paralelamente, de la estabilidad y de la aceptación de las normas que coronan una sociedad depende la solidez de los fundamentos de la educación; de su disolución y aniquilamiento deriva el debilitamiento, la decadencia, la falta de seguridad en los modelos de humanidad que se busca transmitir mediante ella.
Y cuando esto acontece, como nos toca experimentar en nuestro tiempo, la educación se torna caótica y superficial; asume la conformación en un hacer sin un sentido directivo, que deviene en puro barniz, en pura exterioridad que no alcanza a aprehender, a transmitir y a moldear la actitud fundamental con la cual el ser humano ha de abrirse hacia lo esencial para poder llegar a encontrarse en su mundo, en su habitar, en su terruño, en su cultura.
Dicho con suma brevedad, se obstruyen las posibilidades para que el ser humano situado, en apariencia, en un lugar abstracto en el mundo pueda llegar a reconocerse como persona viva, auténtica, arraigada en lo esencial de la cultura de su propia tierra.
Cuando esto no acontece, los seres humano y las cosas comienzan a aparecer en un plano similar, sin orden, rango o profundidad. Todo se muestra achatado, sin perfil propio, sin contornos definidos, sin identidad, sin jerarquía.
Lo existente pierde toda relación o correspondencia con la propia medida, con la posibilidad de desplegarse, de ser según la propia unidad de medida, según valores propios.
Entonces, cualquier cosa viene a ser igual acualquier otra, todo pierde su figura y personalidad, y nada viene a ser lo mismo, esto es, algo apropiado en su identidad, algo marcado por desplegarse en la plenitud de su esencia. Desde ese momento invade el mundo la desolación de lo anodino.
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Notas:
13 Con la expresión visión ingenieril designo la específica visión del mundo propia de especialistas, que hoy domina en nuestra época, y que tiene como su objetivo principal el aplicar tecnologías, manejar instrumentos, manipular personas, objetos o territorios, y reproducir utensilios cada vez más perfeccionados, sin llegar en ningún momento a problematizar los aspectos esenciales del ser, que se manifiestan en las cuestiones relativas al de dónde, el qué es y el hacia dónde del mundo.
14 En mi último libro: La modernidad como problema, 2007, en una breve nota situada en la introducción (p. 30), planteaba mi modo de ver sobre cómo deben interpretarse las épocas históricas. Parece que el tamaño de la tipografía utilizada impidió a muchos leer la apostilla. Por considerar que es importante la transcribo aquí porque en esta formulación, de extrema concisión, vienen ofrecidos los a priori filosóficos de mi visión de la historia: “Trato de la edad moderna desde una hipótesis que postulo como trasfondo significativo, donde confronto lo específico del período: el ser-en-el-mundo se expone, descubre, interpreta y actúa desde una precomprensión de lo que significa ‘ser’, esto es: acontecemos según ciertas posibilidades de definir aperturas en el evento de ser. La actitud que produce y delimita la amplitud de la apertura condiciona la concepción de la verdad y la interpretación del ente tal como lo descubre una época. Entiendo por modernidad el conjunto de condiciones que derivan de la actitud que determina y especifica el modo de descubrir el ‘ser’ en la época moderna en Occidente”. Por otro lado, Oswald Spengler –en su libro, La decadencia de Occidente, tomo ii, cap. III, “Problemas de la cultura arábiga”, apartado iii, § 15-20, pp. 326-388, Ed. Espasa Calpe,
Madrid (1998) 2007– describe con serena minuciosidad el surgimiento y las condiciones históricas de lo que él designa como materialismo fáustico, que estimo puede aplicarse para analizar nuestro tiempo. Este importante pensador del siglo xx revela una aguda capacidad analítica al describir el fenómeno histórico que origina la modernidad: la Ilustración. En ese sentido Spengler señala: “La Ilustración arranca siempre de un optimismo ilimitado, de una fe extremada en el entendimiento, que siempre alienta en el tipo del hombre de la gran urbe; pero pronto se cambia en escepticismo absoluto. La vigilia soberana, que se separa de la naturaleza viviente y del campo por un murallón circundante de actividades humanas, no reconoce, no admite nada fuera de su propia clara inteligencia. Esa conciencia vigilante ejercita su crítica sobre el mundo representado, abstraído, de la experiencia sensible diaria, y la ejercita, tenaz, hasta llegar a lo último, a lo más fino, a la forma de la forma, a sí misma: es decir, a nada. Con esto quedan agotadas las posibilidades de la física como intelección crítica del mundo, y despunta de nuevo el hambre metafísica. Pero la segunda religiosidad no se origina en las distracciones religiosas de los círculos cultivados y ahítos de literatura; no se origina en el espíritu. Se trata más bien de una fe ingenua de las masas, fe imperceptible y espontánea en alguna constitución mítica de la realidad, fe para la cual las demostraciones comienzan a ser juegos de palabras míseras y aburridas, fe que al mismo tiempo se manifiesta en el afán cordial de responder al mito humildemente con un culto. Y las formas de ambas cosas no pueden ni ser previstas ni ser elegidas a capricho. Surgen espontáneas, y estamos aún lejos de ellas. Pero las opiniones de Comte y Spencer, el materialismo, el monismo y el darwinismo, que en el siglo xix apasionaron a los mejores espíritus, se han convertido hoy ya en filosofías provincianas”.
15 En otra ocasión, en el ensayo titulado Estética, nihilismo e identidad (cfr.: pp. 70-71) que se encuentra en mi libro: Preludios a la posmodernidad, Academia de Ciencias de la República Dominicana, Santo Domingo, 2001, intentaba definir el tipo de relación con el universo que rige desde la actitud técnica que se despliega en esta fase del nihilismo: “I) La realidad se la percibe sólo en función de su posible dominio y control. II) Se instala un proceso de cuantificación de la naturaleza y de la historia; mediante este proceso, el ideal de dominio, presente en todo momento en la actitud técnica, se transforma en el único criterio adecuado para el manejo de la relación que el conocimiento entabla con la realidad. III) Todos los seres y objetos aparecen bajo el único aspecto de su ser instrumental, i. e. como instrumentos y medios, como si todo su ser se redujera a la característica de su utilizabilidad. IV) El humano mismo no escapa a esta visión dominadora; como tal, viene objetivado y cosificado con miras a establecer su efectivo control. Así, la existencia viene matematizada en un doble sentido: por un lado, se instala el proyecto de una cuantificación mensurable de su ser, reduciendo lo espiritual a lo psíquico, y esto, a la bioquímica de los procesos orgánicos elementales; por otro lado, se afinan las metodologías y los sistemas más sofisticados de cuantificación del comportamiento para lograr una más completa utilización de las capacidades humanas para los fines de explotación y dominio de la realidad; el hombre se torna así en un recurso más entre los disponibles, se torna en recurso humano”.
16 Se entiende por existir la condición de ser abierto y el modo de abrirse al mundo del ser humano, que viene marcada por la actitud fundamental que preside, colorea y determina el modo de la apertura misma. En el término existir, si desglosamos los componentes de la palabra, se muestra su significación a través de su etimología: Ex = salir, Sistere = ser. Cuando preguntamos a alguien: ¿Cómo está?, le cuestionamos sobre la actitud fundamental que caracteriza, en ese momento, la modalidad de su apertura al mundo. Esta puede asumir colores de acuerdo al estado de ánimo que predomine. Así hablamos de que la vida me parece luminosa u oscura, o nos referimos a la grisura que assume el mundo en el aburrimiento.
17 Cfr. en Estética, nihilismo e identidad, pp. 68-70: “La organización técnica del mundo consiste en un ordenar y predisponer, provocador de la realidad, de acuerdo con planes de utilización de todo por todo. La organización técnica es la conjunción sin salida de la voluntad de poderío y de la técnica que ‘racionaliza’ la Tierra devastándola. Este poner en orden propio de la voluntad de poderío, que ha sustituido a la Voluntad Divina en la época de la instauración del nihilismo, mediante el cumplimiento de la organización técnica del mundo, lo nivela todo en la uniformidad de la producción y el consumo. Es la época del capitalismo tardío, de la disolución del mundo en las redes de una globalización de flujos abiertos confluyentes en una dirección circular. Este proceso desarrolla, para justificar el terrible y salvaje saqueo a que despiadadamente somete a la totalidad del ente, una pseudoteoría; inventa una nueva perspectiva casi religiosa: la del dominio absoluto del mercado. Allí toda jerarquía y todo rango vienen destruidos desde la misma raíz; se origina un proceso de nivelación e uniformidad de la existencia y de las cosas. La realidad se torna un mero campo de energías explotables, condensables y dirigibles a cualquier sitio; listas, predispuestas, para ejercer una dominación ilimitada sin objetivo último definido, a menos que no sea el de garantizar la continuidad de la pura circularidad de los procesos y de las redes del sistema. Esta conexión de dominación y manejo de la realidad fundamenta una experiencia nueva del espacio: la espacialidad del desarraigo: el abandono de todo suelo sobre el cual se pueda plantar raíces para la vida y los sueños. En lo temporal, el ente discurre atrapado en las redes de la movilización total en una nueva atemporalidad absoluta: la temporalidad se extasía en el monótono discurrir de una rutina signada por la provisionalidad, intercambiabilidad y reversibilidad de los procesos en el marco de una planificación siempre abierta, sin finalidad, sin telos. Los humanos, en este panorama, nos movemos en un horizonte de tierra devastada. Se pierde la esencial relación de las cosas con la tierra; se hace olvidar e impide ejercer la capacidad de habitar y edificar en el dominio de lo esencial: habitar en la esencia de la propia tierra y en el dominio del propio tiempo. Se deteriora el habitar y la morada del hombre en la tierra, que vie-ne anulada y ocultada por las anónimas relaciones que dicta la imperante voluntad de poderío. La Tierra –que siempre fue esta tierra concreta, determinada histórica y culturalmente como mi propia tierra, sustento de nuestras raíces como tierra natal– se transforma en puro objeto disponible, predispuesto al servicio del querer que se manifiesta como el vertiginoso paroxismo del cálculo de meras consecuencias concatenadas”.
18 Cfr. Zygmunt Bauman, Vida líquida. Ediciones Páidos Ibérica, Barcelona, 2006. Dice el autor respecto al fundamental mecanismo que caracteriza el consumismo del tiempo de la humanidad globalizada: “[…] la ‘no’ satisfacción de los deseos y la firme y eterna creencia en que cada acto destinado a satisfacerlos deja mucho que desear y es mejorable son el eje del motor de la economía orientada al consumidor. La sociedad de consumo consigue hacer permanente esa insatisfacción. […] Lo que empieza como una
necesidad debe convertirse en una compulsión o en una adicción”. Más adelante señala que en la sociedad de consumo: “Toda promesa ‘debe’ ser engañosa o, cuando menos, exagerada para que prosiga la búsqueda”. Y agrego yo, que esto debe de acontecer también en la política, en la ciencia, en la religión y en el arte. Bauman concluye de manera intachable: “El consumismo es, por ese motivo, una economía del engaño, exceso y desperdicio”. Recomiendo una lectura reflexiva de los capítulos 3 y 5 de esta obra, que tratan sobre las particularidades de la cultura y el consumismo en nuestro tiempo.
19 Cfr.: Brea Franco, Luis O.: La modernidad como problema. Santo Domingo, 2007, § 27, Grecia como campo de batalla, pp. 102-104.
20 Cfr.: Steiner, George: Antígonas. Ed. Gedisa, Barcelona, 1987 (2000), p. 16.
21 Cfr.: Ibídem, p. 16.
22 Cfr.: Nietzsche, Friedrich: La filosofía en la época trágica de
los griegos. Ed. Valdemar, Madrid, (1999) 2001, pp. 38.
23 Cfr.: Henríquez Ureña, Pedro: Obras completas. Publicaciones unphu, Santo Domingo, 1977, tomo 2, pp. 353-54. Don Pedro enfatiza que: “El pueblo griego da al mundo occidental la inquietud del perfeccionamiento constante. Cuando descubre que el hombre puede individualmente ser mejor de lo que es y socialmente vivir mejor de como vive, no descansa para averiguar el secreto de toda mejora, de toda perfección. Juzga y compara; busca y experimenta sin tregua; no le arredra la necesidad de tocar a la religión y a la leyenda, a la fábrica social y a los sistemas políticos. Mira hacia atrás, y crea la historia; mira al futuro, y crea las utopías, las cuales, no lo olvidemos, pedían su realización al esfuerzo humano. Es el pueblo que inventa la discusión; que inventa la crítica. Funda el pensamiento libre y la investigación sistemática. El conocimiento del antiguo espíritu griego es para el nuestro moderna fuente de fortaleza, porque le nutre con el vigor puro de su esencia prístina y aviva en él la luz flamígera de la inquietud intelectual. No hay ambiente más lleno de estímulo: todas las ideas que nos agitan provienen, sustancialmente, de Grecia, y en su historia las vemos afrontarse y luchar desligadas de los intereses y prejuicios que hoy las nublan a nuestros ojos”.
24 Cfr. Heidegger, Martin: Lettera sull’Umanismo. Traducción de Franco Volpi, Adelphi, Milán, 1995, p. 5. Versiónal castellano de lobf.
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Sobre el autor
Luis O. Brea Franco realizó estudios secundarios en el Colegio de La Salle de Santo Domingo, marchando en los años 60 a Italia, a proseguir sus estudios de Filosofía, en la Universitá degli Studí di Firenze, realizando posteriormente en 1972 un Doctorado. A su regreso a República fue co-fundador de la Librería Cultural Dominicana. Desde 1981 a 1994 se dedicó a la docencia y gestión cultural en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña. Fue uno de los fundadores y planificadores del Ministerio de Cultura de la República Dominicana. Ocupó los puestos de Dirección de Bienes Subacuáticos, y entre el 2012 y el 2016 fue Comisario del Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña, que otorgan el Ministerio de Cultura y el Gobierno de la República Dominicana.
Dos temas han ocupado sus estudios en los más recientes años: el nihilismo ruso y la obra de Friedrich Nietzsche. Su libro Claves para una lectura de Nietzschefue editado originalmente en 1993 pero ampliado y publicado en el 2016, ofrece una amplia panorámica sobre los temas esenciales del filósofo alemán. Ha publicado, además, unos doce libros.
Ver la primera parte aquí:
Apuntes sobre la necesidad de la filosofía para nuestra época (1 de 4)
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