Elidio La Torre Lagares
Mucho se ha escuchado, durante las últimas dos décadas, sobre la privatización de los llamados patrimonios nacionales. Varias millas han sido recorridas por marchantes y protestantes que levantan su voz en contra de las llamadas políticas neoliberales. La tinta invertida en infinidad de escritos en torno al tema, las pinturas, los grafitos y la misma protesta a viva voz han declarado desde diversos ángulos la muerte del capitalismo globalizador, con especial interés en Puerto Rico. Sin embargo, nada se ha dicho sobre la privatización de la literatura.
Concurro con Bourdieu en la afirmación de la existencia de un capital cultural, el tesoro de la estructura social de una sociedad capitalista que no se valora por poder adquisitivo monetario o bienes raíces, pero que se suele reclamar como un valor y del cual ciertos círculos, grupos o sectores participantes de la comunidad cultural de nuestro país frecuentemente se apropian con la codicia que los imanta al valor material.
No por ser nefasto es descabellado. Como bien en la sociedad, la cultura es tasada como una forma de capital, afirma Bourdieu. En mi campo, que es la literatura, se ha validado la tendencia a requerirla como manera de acceder al poder en el espacio social. Esto, por supuesto, ha suplantado las caducas distinciones de alta y baja cultura por la privatización de otros modos –nuevos o tradicionales, es irrelevante- de producción y distribución del mencionado capital cultural.
El comentario viene a propósito de un trabajo en curso de Juliana Spahr, co-curadora del proyecto “El futuro de la escritura en el California Institute of Arts, quien originalmente acuñó la frase ‘privatización de la poesía’ como título del escrito en el que ella asume el riesgo declarado de “molestar” o “irritar” a sus interlocutores.
I kept replacing the word “community” with “privatization.” So that is the slide I am talking about. I used to argue against the relentless charges of elitism that are so regularly lobbed at any small group defined by certain ways of thinking together, that the psychosocialsexual poetry scene I consider myself a part of was closed but permeable. By which I meant that it was partial to a certain way of thinking but anyone was welcome to show up and think that way. I’m now wondering how true this “permeable” part is…
Se trata de que muchos que pregonaban diversidad y plurivalencia en la literatura han acabado por institucionalizarse, por crear su propia ‘oficialidad’, que es el principio modernista de exclusión. La literatura (en el caso de Spahr, la poesía) ha sido desvestida de su capacidad representativa de la diversidad cultural y trasvestida en consumo privado de grupos que bien pudieran o no pudieran comulgar unos con otros, asunto que se torna inconsecuente ante la realidad matriz: se han convertido en circuito cerrado, una operación o network de promotores, críticos residentes, roadies y groupies que se autoconsumen. En un endeble panorama editorial y cultural como el que vive Puerto Rico, la supervivencia de las especies se basa en la exterminación de las amenazas.
La visión de Spahr es, de hecho, extensiva no sólo a la literatura, sino a la cultura y su consumo. Inevitablemente, nos ha sido etiquetado y presentado como mercancía de unos pocos que no necesariamente pertenecen a un grupo social económicamente privilegiado, sino a una nueva clase de “unívoros” (Peterson) donde, contrario a los “omnívoros”, menos que distinguirse por logros particulares, mantienen una dieta limitada –lo limitado, nuevamente, excluye; es frontera, demarcación, segmentación; en última instancia, reducción- prescrita entre ellos mismos. El acceso a la esfera se cierra. Es un sistema interno. Su penetración es mediada como lo es regulada.
Que conste: como creador de una de las editoriales de mayor alcance en los últimos 8 años, podría parecer que hasta mi propio planteamiento se volverá en mi contra. Pero si bien las editoriales son, en gran parte, gestoras mismas del espacio cultural-literario, no creo que Terranova sea contraria al esbozo teórico que presento, pues a pesar de los muchos detractores, pocas editoriales en Puerto Rico producen tantas oportunidades de publicación como la pequeña casa editorial localizada en el Viejo San Juan. Que conste: de todas las formas posibles de hacer cultura, nuestra contribución ha sido innegable.
En Puerto Rico, donde el tribalismo siempre ha sido algo así como el hábitat natural de mucha de la actividad cultural (razón principal de muchos escritores olvidados, como José de Diego Padró), encontramos criterios de rigor intransferible, como lo son el talento y la presencia del trabajo literario, sepultados bajo el bien de la “franquicia”, cuyos accionistas deciden y estipulan el valor de la comunidad en la medida que la tornan selectiva. Por tanto, no es un criterio de inclusividad lo que predomina como valor unitario, sino de exclusividad, condiciones de lo inequívocamente unilateral. En su “gusto”, el “unívoro” (contrario al omnívoro) consume únicamente aquello que ha definido como su delimitación cultural, la cual sí puede obedecer a criterios de raza, estatus social o ideología política, pero no es restrictiva a ninguno de estos renglones porque de lo que se trata es de acceder al poder. De ahí, irónicamente, que se procreen los monopolios culturales que ven la diferencia como amenaza, un signo de adversidad. La privatización de la literatura a la que aludo, entonces, se puede apreciar en los alcances nocivos que tiene el apartheid literario que se da en estos días en Puerto Rico, que a veces se escuda bajo en del espacio físico (digamos, un pueblo, una región, quizá un recinto de estudios) o del espacio simbólico (digamos, un sello editorial, un grupo literario, un movimiento o un club). En el peor de los casos, la uniformidad sectaria cancela toda posibilidad de apertura y, por tanto, de progreso en el tiempo. Paupérrimamente, la literatura es tratada como un valor personal de unos pocos que incurren en la paradoja de querer conquistar las masas, en cuya aceptación subyace la riqueza de la privatización. Como muchos de los productos de primera necesidad en nuestro país, mientras menos oferta haya, más limitada será la capacidad de selección, que, en el mundo de la literatura, equiparo con la atención que reciba o no el autor. El que más tiene es el más suene, el que más lean, el que más adoren, cosa a la cual no me opongo en condiciones de competencia justa y libre comercio. De ahí la presencia de unos y la ausencia de otros. De ahí que no siempre están todos los que son. Pertinentemente, pienso desarrollar y documentar mi planteamiento. Por el momento, brillar no luce tanto como consesión del talento propio, como el lustre que reluce en tanto se desluce a los otros.
Es la manera del gueto.
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