Por Ramón Saba
Nació en Baní el 25 de julio de 1912 y murió en Santo Domingo el 5 de septiembre de 1979.
Poeta, ensayista, profesor, diplomático y periodista. Se graduó en la Universidad de Santo Domingo en Filosofía y Letras. A principios del gobierno del dictador Trujillo opuso resistencia al régimen tiránico para más tarde convertirse en uno de sus principales colaboradores intelectuales.
Realizó funciones diplomáticas en Venezuela, Ecuador, México, El Salvador, Venezuela, Ecuador y Cuba. Desempeñó además muchos cargos en la administración pública, y en el cuerpo diplomático fue encargado de negocios en Cuba, dos veces embajador en México, en Ecuador y El Salvador. Encabezó al Instituto de Cultura Hispánica, Subsecretario de Relaciones Exteriores, Director de Radio Televisión Dominicana, Presidente de la Corporación de Fomento Industrial y Director de Bellas Artes y Cultos. Trabajó en la redacción de los periódicos La Nación y el Listín Diario y fue director de La Opinión. Durante El Triunvirato fue embajador en Brasil. Fue además secretario particular del presidente Antonio Guzmán Fernández.
Inchástegui Cabral fue miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua, del Ateneo de México, del Ateneo de Bellas Artes de Río de Janeiro, de la Legión de Honor de México, profesor emérito de la Universidad Católica Madre y Maestra y director de publicaciones de esa misma institución.
Formó parte de los llamados Poetas Independientes junto a Tomás Hernández Franco, Manuel del Cabral y Pedro Mir, siendo considerado el más importante poeta social dominicano del siglo XX, a partir de la publicación de su primer libro Poemas de una sola angustia, título que también utilizó para reunir su obra poética completa un año antes de su muerte. También fue miembro de la Poesía Sorprendida.
Como escritor dejó una voluminosa e importante producción poética de orientación social y política. También cultivó con notable éxito el ensayo y la crítica literaria. Ha sido traducido al italiano, catalán, francés, inglés y alemán. En el año 1952 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Pedro Henríquez Ureña. En 1979 la Sociedad de Escritores Dominicanos le otorgó el prestigioso premio Caonabo de oro.
Entre las obras más importantes de Héctor Incháustegui Cabral podemos citar en el renglón poético a Poemas de una sola angustia; Rumbo a la otra vigilia; En soledad de amor herido; De vida temporal; Canciones para matar un recuerdo; Soplo que se va y que no vuelve; Versos; Muerte en el Edén; Casi de ayer; Las ínsulas extrañas; Rebelión vegetal y otros poemas menos amargos; Por Copacabana buscando; Diario de la guerra y los dioses ametrallados; Poemas de una sola angustia: obra poética completa. Sus ensayos más conocidos son El pozo muerto y Escritores y artistas dominicanos. Habiendo incursionado también en teatro con Miedo en un puñado de polvo.
Guillermo Pérez asegura que Inchaústegui Cabral es “uno de los hijos más ilustres de Baní, cuyo futuro en ese arte empezó a deslumbrar desde los albores de su adolescencia al abrazar el fascinante instrumento de la palabra, un elemento clave en esa área del saber humano que lo catapultó hasta florecer como un brillante poeta, ensayista, periodista y diplomático.
La poetisa Doris Melo asevera que “es uno de los dramaturgos dominicanos comprometidos en denunciar la dictadura de Trujillo. En su obra Miedo en un puñado de polvo una trilogía de la reescritura de tres tragedias clásicas. Escrita en versos…se vale de las obras clásicas para a travès de los héroes de estas obras representar en ella, el discurso de la dictadura de Trujillo. Extraordinario como poeta , hombre de una gran cultura clásica que denota en sus obras de teatro y una poética abocada a la metafísica y el existencialismo.
El escritor Tomás Castro Burdiez resalta que “es un poeta de los llamados Independientes del 40, que bebió en otras fuentes apartadas de las clásicas corrientes españolas, dio un giro hacia la poesía estadounidense. En su tiempo no valoraron esos pasos y en el nuestro ignoramos su significativa voz.
El poeta y editor José Alejandro Peña señala con firmeza sobre Incháustegui Cabral que “Su preocupación mayor estuvo siempre centrada en la supremacía del contenido sobre la forma, pese a que fue un hombre muy culto y con un estilo en la prosa y en el verso que asombra a los gramáticos, a los compungidos buzos que buscan en el fondo lo que está en la superficie. Sus poemas dan fe de un comedimiento sensorial sostenido, de punta a punta, entre lo rural y lo urbano, describiendo con imágenes casi polvorientas los paisajes locales y dando un perfil del hombre contemporáneo, el lleno de esperanza, el desposeído de todo, el que con su humildad se lanza hacia un futuro cada vez más incierto. En su pesimismo cerrado tenemos un elemento psicológico y poético que nos hace admirar su visión del mundo. Sin ese elemento, su poesía fuera una querella más entre las muchas que resuenan por ahí. Sus poemas tienen un estilo lúcido y fornido y limpio como un piso de mármol al que apenas se le asienta el polvo.
Por otro lado el escritor Sélvido Candelaria es de opinión que “Todos los poetas mayores tienen puntos débiles en sus producciones. Es famoso el caso Neruda, de quien se pueden mencionar poemas completos que desdicen su nivel de creatividad estándar. Muchos de ellos (Borges es quizás el mejor ejemplo) han mostrado veleidades políticamente incorrectas, en determinados momentos. De ambas cosas se acusa a don Héctor Incháustegui Cabral. Pero ninguna de esas razones debe enarbolarse para escamotearle el lugar que merece ocupar en nuestra historia literaria.
Mientras que el dramaturgo Iván García Guerra dice con ternura que “Para mi fue un padre literario que cuando fuimos, como dice el, náufragos con nuestras tablas bajo el brazo, me acogió amorosamente. Lo conocí en su intimidad familiar y me prodigó toda su inmensa experiencia y sabiduría.
Finalmente y en la misma tesitura el poeta Federico Jovine Bermúdez señala que “Yo le conocí personalmente cuando la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra hizo la reedición de Los Humildes de Federico Bermúdez, y René del Risco me llamó para que fuera a Santiago a buscar el único ejemplar que poseía la familia y que HIC le había pedido que pasara a buscarlo. En ese momento él era Profesor Residente y vivía en el Campus. Como me aparecí de improviso él me pidió que esperara en la galería en lo que buscaba el texto señalado. Me preguntó quién era, le di todas las informaciones solicitadas y le agregué que él podía pedir referencias acerca de mí, a doña Atala Santoni, la esposa de su hijo. Luego comencé a leerlo y a disfrutar de su pasión por la literatura. Conocí muchas historias acerca de él de parte de Franklin Mieses Burgos, Federico Henríquez Gratereaux, Enrique (quiquíu) Henríquez en las inolvidables terturlias de la Cuna de América. Spencer tenía una muy buena opinión al igual que Manuel Rueda. Don Héctor es uno de los más altos momentos de nuestra poesía. Hay que abocarse a releerlo, a estudiarlo, y a quererlo.
Concluyo esta entrega de TRAYECTORIAS LITERARIAS con un muy estudiado poema de Héctor Incháustegui Cabral:
EQUIVOCACION DE LOS ANGELES
Eran ángeles fuertes,
con las manos curtidas
y dientes de caballo
detrás de la sonrisa.
Colgaron el Mal en una rama,
y la tierra tirando,
y la cuerda tirando,
hicieron del mundo una sinfonía.
Eran ángeles fuertes,
abiertos los dedos de los pies,
simples como el agua,
rudos como el hierro.
Potente músculos en el ala,
la frente despejada,
las manos, de ajusticiar,
sin resignación encallecidas.
Eran dos iguales, quizás
como si un limpio espejo
entre ellos siempre retratara,
eran dos y un pensamiento,
dos gemelas llamas amarillas,
una sola luz
En donde tierra por morir se acaba
detuvieron su paso poderoso;
paro su canto la avecilla,
expiraron los aires y perfumes.
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