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Por Juan Dicent

El día amaneció precioso, si uno era una morsa o un pingüino o un oso polar o podía quedarse encerrado en un apartamento sin muebles y sin cable con una mujer de ojos negros mirándote adorándote riéndose de todo lo que dices. “Good morning New York City, buckle up and be careful out there. Snow, sleet and freezing rain…”, me saludó la meteoróloga del Weather Channel mientras yo maldecía mi condición de inmigrante muerto de hambre y me ponía mi abrigo de valor para enfrentar la tormenta.

El cielo estaba gris, de ese color ceniza que, contrario a un horizonte de Onetti, también puede ser observado por las personas felices. El viento era el malvado mensajero líquido de las nubes nieveras acercándose para ser pinchadas por los rascacielos y parir sobre la ciudad de las mil lenguas. En el subway, en las calles, los humanos encorvados, sintiendo sobre sus almas hombros las mil toneladas del invierno.

 “Good morning, I hope you came because it’s a matter of life and death”, le dije al primer cliente.

“Good morning, I came to change my ATM password”, me contestó.

“Oh, I see, did you let the dogs and the sledge outside?”, le dije pensando que hay que tener una vida muy aburrida en su casa para salir un día como hoy a cambiar una contraseña de una tarjeta.

“It’s nasty outside”, me dijo.

“Oh, really?, but it’s nice, like summertime in Siberia”, le dije equivocándome por sexta vez en la computadora. En lugar de cambiar la contraseña, le cancelé el acceso a la cuenta de ahorro. Ojalá se vuelva loco.

“You don’t have a christmas spirit”, me dijo la gringa de préstamos porque me quejé sobre la estación de radio para música ambiental.

“I do have a christmas spirit, and a brain too,  feliz navidad, próspero año y felicidad…”, le dije imitando la voz de Feliciano I wanna wish you a merry christmas… Me encanta la Navidad, me encanta el doble sueldo, fiesta a cada rato, pero hay que ser un imbécil con el cerebro en coma para soportar un millón de veces la misma canción una y otra vez. Y ese George Michael, según Bill Hicks un demonio suelto en la tierra para bajar los estándares, me tiene al coger la loma con su fucking last christmas I gave you my heart… ¿Ha contado alguien alguna vez cuántos pistachos puede comerse un enano sentado en un escritorio mirando las viejas flores de metal del techo de un Banco en Brooklyn?

 Afuera del maravilloso comfort de las relaciones laborales la lluvia congelada y los copos de nieve pintaban de blanco las aceras, convertidas en improvisadas pistas de patinaje sobre hielo. Yo podía encontrarme con el amor de mi vida que dejó nuestros abriles olvidados en el fondo de un gavetero y no reconocernos con estos atuendos de vikingos modernos caminando mirándose los pies midiendo cada paso para no descubrir el dolor infinito de un golpe en esta temperatura. En la esquina de DeKalb con Fulton una loca, en mi opinión muy poco abrigada, no evitaba la inclemencia de la intemperie, sucios cabellos blancos, miraba hacia arriba sin cerrar los ojos, con la actitud del niño de la canción de James, gritando con voz de reto: “C’MON GOD, YOU CAN DO WORSE THAN THIS, C’MON…” Cuando pasé por su lado moduló el tono dijo: “give me a dollar for a coffee broder.” ¿Cómo decirle que no?

 
 
Juan Dicent