cuervo

Néstor E. Rodríguez

 

Año bisiesto 

 La busca de esa hebra,

el estuche de palabras

habitadas de causa.

No se advierte

el estrépito del vapor

ni su dibujo entre tanta celosía.

Anclada a ese canal,

el agua que lo nutre

reta su permanencia,

tienta el trajinar del método,

la material salinidad de los propósitos.

El Danubio abraza Regensburg

con el agua de un febrero bisiesto,

qué convite el que acciona, qué asomo de luz

entre el limo compacto de su errancia.

 

Limo

De pronto

te define el légamo,

la savia que antes conoció

usos y costumbres.

Ahora que los pasos se rinden

al acoso milimétrico

el estuche se agrieta,

te regala un motivo.

 

El servidor de misterios

Al atrapar un gorrión hallé mi propio peso,
la rotundidad de mi peso
engulléndome en una espiral de asombro.

 

Big Bang

La puerta apenas descubierta,

el secreto botón que alambicaba filamentos

a despecho de plexos y dendritas.

El azul tenaz es mi recuerdo más urgente,

la marca de tu supremacía

en el segundo en que se dispararon los astros.

 

 

Letra E (variación de un motivo de Marie Charlemagne)

Equilibraban cifras

que anunciaban extraños vaticinios.

Cogieron a broma el albur.

Qué importaba si ante ellos

la corteza de los días se desgajaba

como una cebolla a galope de tiernos hipocampos.

Hipocampos son caballitos de mar,

criaturas expertas en aparearse

danzando sobre un lecho de talofitas.

Las talofitas son el musgo del mar,

lámina que registra la rotundidad

de los afectos y las equivalencias.

 

 

Horizonte de sucesos

En el vértice del fulgor

el oro que flamea

y no parece invocar

con este lance nada.

Ni una mueca rotunda,

ni un sobresalto.

 

Néstor E. Rodríguez (La Romana, República Dominicana, 1971) es autor de los poemarios Animal pedestre (Puerto Rico: Terranova, 2004) y El desasido (México: El billar de Lucrecia, 2009). Vive en Toronto, Canadá.