manuel Pero Enri.
Por Néstor E. Rodríguez
 

En comparación con las letras de Cuba o Puerto Rico, la literatura dominicana se conoce tan poco en los circuitos académicos de Estados Unidos y Canadá que raya en la invisibilidad.

Hace unos años, en mi primer semestre del doctorado en una famosa institución estadounidense, recibí la lista de textos que debía digerir si pensaba terminar la carrera. Entre los doscientos títulos de la temible lista figuraban sólo dos obras de autores dominicanos: Enriquillo (1882) y Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928).

Así es, para los profesores del programa de literaturas hispánicas de mi antigua alma máter lo único de las letras de Santo Domingo que podía ubicarse en la categoría de lectura imprescindible para un estudiante de postgrado era la novela de Manuel de Jesús Galván y el volumen de ensayos de Pedro Henríquez Ureña.

No se trata de un hecho aislado; el examen de los currículos del área de literatura latinoamericana en las principales universidades de Norteamérica revelará un porcentaje ínfimo dedicado al estudio de la producción dominicana.

La invisibilidad de nuestra literatura en la academia norteamericana la verifico constantemente en el trajinar con expertos en las letras del Caribe hispano. La inmensa mayoría de mis colegas poseen un amplio bagaje en lo que concierne a la literatura puertorriqueña y cubana, pero de las letras dominicanas apenas logran identificar algunos nombres.

Conjeturo que la poca solvencia de estos especialistas obedece, entre otras razones, a la mínima difusión de la literatura dominicana en el mercado académico norteamericano, así como a la voluntad de seguir los lineamientos de las modas críticas que dictaminan un canon y sus protocolos de lectura.

Una rápida ojeada a las principales publicaciones académicas del hispanismo en Estados Unidos y Canadá dan la medida de cuanto intento destacar aquí. Con suerte encontraríamos un artículo dedicado a la literatura dominicana en la Revista IberoamericanaRevista Hispánica ModernaRevista de Estudios HispánicosHispanic Review,Revista Canadiense de Estudios Hispánicos o Latin American Literary Review, publicaciones académicas de sobrado prestigio y tradición.

No vayan a pensar que exagero. La Revista Iberoamericanapublicó en 2003 un número especial dedicado al Caribe con el título de “Representaciones de la nación: lengua, género, clase y raza en las sociedades caribeñas”. El volumen, a cargo de Bladimir Ruiz, cuenta con una docena de artículos, siete de ellos dedicados a la producción cultural cubana, mientras que sólo uno examina la dominicana.

Como académico especializado en el estudio de las letras antillanas soy un gran admirador de la literatura cubana, pero me cuesta pensar que en un número especial de la revista más leída del latinoamericanismo dedicado al Caribe más de la mitad de los artículos estén dedicados a Cuba. Tal parece que en la selección del profesor Ruiz prevaleció el elemento mercantil del academicismo por encima de criterios intelectuales de equidad.

Hay mucho por hacer para sacar a la literatura dominicana de su invisibilidad crítica en Norteamérica, pero a pesar de lo desalentador del panorama hay que reconocer que en los últimos años se han observado señales positivas. Cada vez son más las iniciativas individuales que originan líneas de fuga por donde se cuela poco a poco el interés hacia las letras dominicanas.

Estoy convencido de que para sacar a la literatura dominicana de su invisibilidad en la academia norteamericana hace falta avanzar simultáneamente en varios frentes: 1) mejorar la difusión de obras dominicanas a través de distribuidores afincados en esos países; 2) publicar artículos sobre la literatura dominicana en las principales revistas profesionales, 3) impulsar la inclusión de textos dominicanos en los currículos, en las listas de examen de grado, en los proyectos de tesis, y 4) promover grupos de discusión sobre el tema dominicano en convenciones académicas de relieve.

En resumidas cuentas, se necesita atacar el circuito académico que ignora la literatura dominicana con sus mismas estrategias, es decir, desde el podio de los estudiosos saber vestir cada vez que se presente la ocasión la camisa del publicista y del promotor cultural. A lo mejor es mucho pedir para tiempos de poco fervor, pero vale la pena explorar esa posibilidad.

NR 

Nestor