Me enternecen mis ruinas recién envejecidas; mis sátrapas, tiranos y aspirantes. Soy loco con mis catedrales, cabildos, ciudades y universidades primadas —hato de espejos chuscos que se burlan del tiempo y de nosotros.
Mi patria y mi guitarra
Las llevo en mí
La una es fuerte y es fiel
La otra un papel
Joan Manuel Serrat
Figura de mujer
Como dijo el poeta diminuto y austero, sigo el rastro goteante por el mapa. De un confín a otro confín el eco anda perdido en los acordes de un merengue sin letra, que dice más de lo que calla en su silencio aposta.
(¡Tanto arrojo en la lucha irremediable
y aún no hay quien lo sepa!
¡Tanto acero y fulgor de resistir
y aún no hay quien lo vea!
No era la ciudad, dijo el otro poeta, ni el caballo (h)alado por los pelos, ni esta sorda letanía que se pasea por las horas absurdas de estas plazas y calles, que no dicen nada. Era otra ciudad. Quedan gente y rincones tan amados. Algo de lumbre, color y una bandera hecha jirones, donde el tiempo castiga y desmorona…
Si alguien quiere saber cuál es mi patria,
no pregunte por ella. (1)
Más allá de los sueldos y los mapas; más allá de arreglos de aposento y prebendas; más allá de las mil voces (a)pagadas y el dejar pasar, dejar hacer –que ha convertido el sacrificio y el arrojo de los héroes en descascaradas y monocromáticas estatuas, roídas por la cagazón y el polvo de los pájaros y los días–; esa mujer pateada, puteada y ordeñada –todo ese entrañable y amplio territorio, inabarcable y profundo, que sobrepasa los límites geográficos, y que no puede ser visto ni tocado más que por los sentimientos–, tiene nombre, apellido…
…y tres o cuatro ríos
Tras más de cinco siglos de fandango y quilombo, me gusta mi país tan cierto en sus misterios. Me encantan mis paisajes de verdores y hazañas, y voy por mis caminos lleno de gozo y júbilo.
No amo a mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Disfruto mi país, que a veces se desluce y descolora con petulante sevicia, copia prestada de otros patios. Sus gavilleros y manigua, mentidos y enlodados, mil veces perseguidos, pero —y sin pero— más serios y decentes que el raptor y sus rapaces. Asimismo, mi gente, no necesariamente la que sale en las fotos, la elegible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida por diez lugares suyos,
cierta gente,
Cómo gozo esta tierra, mi tierra, la del humus más pródigo y dulce que flora alguna jamás haya bebido. Amo mi país primado y pendenciero, prestado y endeudado. Lleno de locos mansos y políticos, consultores, embusteros.
puentes, bosques de pinos,
fortalezas una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
Me saca sorna mi país con sus faroles (soñar que nunca cesa), sus edecanes de floridos plumajes y el boato y el festín de apaga y vámonos. Me enternecen mis ruinas recién envejecidas; mis sátrapas, tiranos y aspirantes. Soy loco con mis catedrales, cabildos, ciudades y universidades primadas —hato de espejos chuscos que se burlan del tiempo y de nosotros.
varias figuras de su historia,
montañas
—y tres o cuatro ríos. (2)
Es más, ahora mismo, a pesar de la baba y la mentira de los más preclaros ediles de la patria, daría lo que no tengo por untarme los dedos con zumo de yaragua y cabalgar con Chago o Carlos Goico por esos baldíos que aún perviven y verdecen más allá de las parcelas.
1. Pedro Mir (dominicano), Si alguien quiere saber cuál es mi patria
2. José Emilio Pacheco (mexicano), Alta traición
© Crónicas crónicas, 2008.-
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