El archivo novelístico posterior al Boom latinoamericano comprende variadas tendencias estéticas. Love and Politics in the Contemporary Spanish American Novel (2010), importante estudio del puertorriqueño Aníbal González, se enfoca en la que quizás sea la menos atendida por la crítica, ésa que el autor denomina “nueva novela sentimental”.
Con este rubro, González identifica la narrativa de temática amorosa y exenta de artilugios formales que para finales de los años ochenta había desplazado al género testimonial de la preferencia tanto del lector académico como del público no especializado. Entre los factores que aduce el crítico para explicar el despunte de esta narrativa figuran el aumento significativo del público lector, lo cual se tradujo en la producción de textos más accesibles, y el encumbramiento de las mujeres novelistas.
Asimismo, González establece una aguda equivalencia entre el auge de la nueva narrativa sentimental en Hispanoamérica y la implementación de esquemas neoliberales en la política social de la región.
El crítico se afana por demostrar que tras la aparente liviandad de esta corriente novelística se esconde más bien una reacción ante el precario y violento estado de cosas que marcó el período comprendido entre la década del sesenta y los años ochenta en Hispanoamérica, y que dicha reacción viene acompañada de un evidente afán transformador.
González arguye que su interés en analizar la novelística hispanoamericana de corte sentimental radica en identificar una “tipología de la experiencia amorosa” afincada en dos ideas contrapuestas del amor de larga data en la tradición literaria occidental, a saber: el amor “hereos” patente sobre todo en la lírica medieval, ése que se vincula al deseo acaparador y siempre insatisfecho de unión con el otro (“eros”) como vía indirecta de acceso a la trascendencia, y un tipo de amor que implica el desprendimiento total de la persona en pos del bienestar de los demás: el llamado amor “ágape” o “agapao” de la teología cristiana.
La tensa correspondencia entre estos dos tipos de amor en la nueva narrativa sentimental permite a González elaborar toda una reflexión epistemológica en torno a la función social de la escritura.
En el capítulo primero, es iluminadora su lectura de La canción de Raquel (1969) como uno de los textos precursores de la nueva narrativa sentimental hispanoamericana. En la novela de Miguel Barnet, González encuentra la marca de una “fatiga o desilusión posrevolucionaria” esto es, un desencanto raigal, típico de esta corriente estética, que galvaniza el interés en la interioridad, toda vez que activa la indagación en torno al amor como vehículo de transformación social.
González identifica el empleo irónico del sentimentalismo a través del personaje de Raquel, cantante y actriz de personalidad egotista, como ejemplo del eros propio de la tendencia narrativa que se explora en su estudio. Asimismo, el ágape, la otra matriz temática característica de esta dicción, lo halla el crítico sobre todo en las referencias al contexto sociopolítico habanero y a la cultura popular que el lector aprehende a través del despliegue de la historia personal de Raquel.
Este mismo contrapunteo entre eros y ágape palmario en la nueva narrativa sentimental que despuntará a partir de mediados de los años ochenta lo encuentra González en Querido Diego, te abraza Quiela (1978) de Elena Poniatowska, novela en la cual la protagonista, al igual que Raquel en la novela de Barnet, abre su interioridad para el consumo colectivo.
El resultado de este proceso, que se realiza por medio del género epistolar y de recursos propios del melodrama, es un texto que apela a la cercanía del lector hacia las vicisitudes de Quiela en su tentativa de sobrellevar la condición de mujer abandonada, pero también a un sentido más amplio de comunicación en lo que respecta a la realidad del México postrevolucionario y su ambivalente modernidad.
Con todo, González es categórico al señalar que en estas dos novelas que preparan el terreno para el desarrollo de la nueva novela sentimental todavía predomina la visión apasionada de la escritura como eros y su insistencia en “los conflictos de la sociedad y la historia”, tan capitales para el testimonio y la novelística del Boom.
Con estas coordenadas como marco, González procura en los capítulos subsiguientes medir el alcance de la escritura como ágape y su matizada pulsión política en la narrativa hispanoamericana que despunta a partir de la década del ochenta.
El propósito de González es ciertamente encomiable, en particular si se toma en cuenta que logra ubicar en un conjunto coherente y bien fundamentado textos que han recibido relativamente escasa atención por parte de la crítica especializada, como es el caso de la obra de Isabel Allende y Laura Esquivel. De la novelista chilena, González examina De amor y de sombra (1984), texto en el que prima el impulso hacia un sentimiento de solidaridad que se alcanza a través de la explotación de los códigos del cristianismo y la novela rosa a pesar de su “imperfección e ingenuidad” (55).
Mayores loas le merece la novelística de Alfredo Bryce Echenique, a quien el crítico presenta como “la figura fundadora de la nueva narrativa sentimental en Hispanoamérica” en virtud de su sofisticado tratamiento de los efectos del amor en el lenguaje y la subjetividad. De la prolífica obra del peruano, González opta por analizar en detalle La amigdalitis de Tarzán (1999), de la cual destaca el carácter auto referencial de su escritura, así como el modo en que los personajes masculinos transgreden la norma machista al mostrar abiertamente sus pesares.
González incluso ve en la exploración consistente del sentimentalismo por parte de Bryce Echenique un archivo de recursos narrativos que encontrarán cauce en la novelística tardía de autores como Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante y Gabriel García Márquez.
En Del amor y otros demonios (1994), por ejemplo, última entrega de la trilogía de tema amoroso del Nobel colombiano, González encuentra señales claras de una escritura menos magisterial. Este rasgo tiene el efecto de provocar una relación más fluida entre autor, texto y lector, al tiempo que enfatiza la escritura en tanto eros como una suerte de código cuya accesibilidad apunta paradójicamente al dominio del ágape.
Esta sospecha del amor como convención en una escritura menos tendiente a la indagación ideológica se lleva al extremo en Como agua para chocolate (1989) de Laura Esquivel, y, en menor medida, en El viejo que leía novelas de amor (1989) de Luis Sepúlveda y Nosotras que nos queremos tanto (1997) de Marcela Serrano. Finalmente, González completa su cartografía del sentimentalismo narrativo destacando el modo en que el Antonio Skármeta de Love-Fifteen (1989) y, sobre todo, el Luis Rafael Sánchez de La importancia de llamarse Daniel Santos (1988) asumen abiertamente tanto el discurso cultural massmediático como el de la pasión para afianzar definitivamente la propensión al ágape en la nueva novela sentimental hispanoamericana.
En efecto, para González el archivo novelístico sentimental exhibe a fin de cuentas una incontestable pretensión transformadora que remite a su vez a la reconsideración de los grandes valores humanísticos de convivencia democrática en una región históricamente atenazada por la violencia y la impunidad. Sin duda, las coordenadas hermenéuticas esbozadas en este estudio servirán de punto de partida a futuras indagaciones en torno a esta preponderante práctica narrativa en las letras del continente.
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