Por Nestor E. Rodríguez
Nacido en 1971, Homero Pumarol es un poeta maldito o un maldito poeta, según sea el grado de admiración o tirria que se le tenga. De niño gustaba de hartarse de esquimalitos en el colmado Melo-Dumé de Costa Brava, adonde crecimos jugando bolas y vitilla casi sin darnos cuenta. Para entonces éramos dos carajitos más del barrio detrás de la llave del Lancia que rifaba Freddy Beras Goico en El Gordo de la Semana.
Hace unos quince años lo volví a ver en una peña en la capital. Homero no dijo palabra en toda la noche, pero el anfitrión, Julio Ramírez, lo presentó como poeta galardonado en un certamen universitario importante con un libro de tintes vallejianos. El libro nunca se publicó y tengo entendido que su autor hasta llegó a renegar de esos textos. Lo cierto es que yo no me enteré de cuán poeta era el poeta Homero Pumarol hasta que me topé con su blog Hugo de China.
Homero es un escritor que no se parece a nadie y esa característica es algo así como un milagro en un país de poetas epigonales. La mayor prueba de la singularidad de su poesía es que tras la publicación de Cuartel Babilonia(2000), su primer libro, ningún crítico sabatino saludó la publicación. Mientras tanto, el libro corría de mano en mano en Santo Domingo y algunos de sus poemas comenzaron a generar una especie de furor mediático a través del internet.
Su escritura le debe más a la poesía estadunidense de los años cincuenta que a cualquier otro archivo y si hubiera que adjudicarle padre criollo a lo que hace me atrevería a afirmar que ése es Luis Días, su viejo compinche de la noche tropical, a quien le dedicó una elegía (“Esa noche los poetas de los ochenta lloraron como perras/ porque la musa te prefería a ti,/ un nadie de Bonao, medio Dominican,/ chopo, tecato, borracho y feo”).
Homero no ha dejado de sorprender. Siempre regresa de sus largos hiatos con una apuesta estética más osada que la anterior. Así nos han llegado Second Round (2003) y Fin de carnaval (2007); la aventura, junto a Frank Báez, de El Hombrecito, y Poesía reunida 2000-2011, una joya editorial bajo el sello de Ediciones De a Poco.
Como esa trompeta negra que atraviesa las paredes en su poema “Miles Away”, Homero Pumarol se mueve por la escena literaria dominicana quitado de bulla y con el desparpajo de la genialidad: “¿Qué haremos cuando pare?/ Pregunta el clavo a la pared./ Yo no sé, yo no sé, dice el martillo. / ¿Qué haremos cuando pare?/ Repiten las botellas, yo no sé,/ llenando los pasillos y las escaleras”.
Hay que leer a este poeta dominicano que bien pudo haber nacido griego. NR
Homero Pumarol junto al poeta Fran Báez.
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