©Glenda Galán

Aprender de los niños a vivir en medio de la incertidumbre, aunque te atrape, fuera de base, un problema problemático o un columpio en el que se balancea la esperanza, una que no es verde, pero tampoco amarilla, sino del color con que la miras. Recolocar nuevas bases, apoyado en las enseñanzas de los más chicos y dejar volar la imaginación hacia el maravilloso mundo del asombro y, así, iniciar un diálogo azul desde casa con Yuan Fue Liao, escritor de cuentos para niños e inventor de aves fantásticas de papel.

Esto de ser niña, me gusta.

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•¿Cómo te ha tocado vivir este tiempo dentro y fuera de casa?

Digamos que este tiempo de la pandemia me atrapó fuera de base. Y me ha tocado recolocar nuevas bases, o revisarlas y renovarlas. Encerrarme en casa, pero no encerrarme yo: ese ha sido el gran reto.

•En estos días has invertido la mayor parte del tiempo en:

Realizar las labores propias del hogar, pasar tiempo de calidad con las personas que quiero, seguir tratando de reventar la creatividad, revalorar la sencillez de la vida y buscar cómo ser solidario en medio de la encerrona.

•Escribes libros dirigidos a los más pequeños, una actividad que, según mi óptica, necesita transmitir esperanza y reforzar la curiosidad por todas las cosas que pasan en el mundo. ¿Te ha acompañado la palabra «esperanza» en este tiempo de incertidumbre? ¿Qué es lo que más ha despertado tu curiosidad en este tiempo?

En mi caso, los hijos son como mis maestros. Aprendo de ellos a vivir en medio de esta incertidumbre. Les pregunté su definición de esperanza. Me respondieron: «Esperanza es confiar en que algo bueno va a pasar» (JuanFra, 10 años). «Esperanza es esperar algo que quiero, aunque pase mucho tiempo» (Josué, 7 años). Lo que más curiosidad me ha despertado es encontrar vías para recuperar la capacidad de asombro en esto que llaman «covidianidad». Recuerdo cuando JuanFra era un párvulo de dos años… Una tarde cuando volvíamos a casa después de jugar en el parque, me detuvo para voltearme hacia el parque, levantó su mano y saludó: «¡Adiós, parque! Nos vemos mañana. Gracias, tobogán. Gracias, columpio. Gracias, subibaja». En ese momento rodó una lágrima por mi mejilla, y me pregunté cuándo perdí esa capacidad de gratitud y asombro que se mantenía intacto en mi hijo. Este periodo de confinamiento se me volvió escuela para recobrar la vida contemplativa y ser agradecido con todo lo que me queda al alcance de la mano y de la mirada.

•¿Hay algo que hayas aprendido de los niños que te haya ayudado a ver con mirada diferente el distanciamiento al que hemos sido llamados por la situación que atravesamos?

En medio de la pandemia, nuestro hijo JuanFra necesitó una cirugía cerebral en Estados Unidos. Él mismo quiso informarle a su hermanito sobre esto. Transcribo su conversación:

JuanFra: «Josué, tengo una buena noticia y una mala noticia. La buena noticia es que pasarás un tiempo en casa de los abuelos. La mala noticia es que nos separaremos porque yo estaré en Estados Unidos».

Josué: «¿Y por qué te vas a Estados Unidos?».

JuanFra: «Porque necesitamos buscar el mejor lugar para resolver el problema de mi mano».

Josué: «¡Genial! Podremos jugar multijugador en lugares distintos».  

JuanFra: Mi doctora dice que tengo una cicatriz en el cerebro y eso está haciendo que mi mano se mueva sola».

Josué: «¡Ah bueno! ¡Tendrás tu primera cirugía de cerebro! Sencillo».

JuanFra: «¿Tú no estás celoso porque vamos de viaje sin ti?».

Josué: «No. ¿Por qué me voy a poner celoso si es por tu bien?».

Un día antes de la cirugía cerebral, JuanFra me explicó: «Los problemas son problemáticos, pero son útiles para la vida, porque nos enseñan. Por eso no hay que tener tanto miedo a los problemas. Pero no es malo sentir miedo porque fue hecho para saber si algo es peligroso o doloroso. Lo que hay que hacer es confiar aun teniendo miedo: pensar en cosas buenas».

Luego de la cirugía, el día en que fue dado de alta, JuanFra me dijo: «En estos días tenemos que vivir como la vida nos lleve».

Pienso que no necesito añadir comentario alguno a lo expresado por estos niños.

•¿Has podido crear en este momento? Si es así, ¿puedes hablarme sobre lo que has estado trabajando?

En los días de confinamiento se terminó de diagramar un libro de mi autoría que saldrá al público en este año. Es una publicación de Editorial Santillana. Se titula «Cuentos con estornudo y arcoíris». Tomando el método del binomio fantástico de Gianni Rodari, inventé quince cuentos que tienen el hilo conductor de relacionar estornudo con arcoíris. Entre esas historias hay desde un mito sobre el origen del camaleón hasta una guagua-ciguapa, pasando por una mariposa de origami con alergia a las flores.

Además, he compartido por Internet talleres para niños y adolescentes sobre jugar con las palabras y sobre creación de cuentos.

Una experiencia nueva en esta cuarentena fue formar parte del jurado para un importante premio de literatura infantil, que me hizo leer varias obras nuevas de ese género.

También, junto con un grupo de entusiastas origamistas, estamos constituyendo la Sociedad Dominicana de Origami para promover este arte como estilo de vida.

•Una cosa es escribir para los niños y otra es leerles esos cuentos o los de otro autor, cosa que también haces. Háblame sobre las dos experiencias y de cómo las vives.

Mi iniciación en escribir cuentos para niños se remonta al nacimiento de mi primogénito. Empecé leyéndole cuentos y terminé inventando nuevos cuentos con él. En el proceso tuve que contarle muchos cuentos. Ya tenía varios años trabajando con jóvenes en retiros de espiritualidad con charlas salpicadas de historias y anécdotas, así que la narración oral no me era ajena. Son dos actividades muy distintas: la escritura tiene su propio lenguaje, y no porque uno sea autor de un cuento tiene que saber contar ese cuento. De igual manera, hay excelentes cuenteros que nunca han inventado un cuento. La escritura supone, para mí, adentrarme en mi interior, mientras que el ser cuentacuentos me exige salir de mí: creo que en esto puedo resumir las dos experiencias.

•¿Sientes en ti algún cambio entre el primer día de restricciones para salir y el día de hoy?

No estábamos preparados para un estado de emergencia global. Al principio hubo muchas incertidumbres con respecto al futuro. Ahora las preguntas han aumentado y, por tanto, mayor incertidumbre. Las primeras semanas sentía nostalgia del pasado. Ahora siento nostalgia del futuro. Aun así, sigo intentando vivir el presente, día a día, con cada certeza del momento.

•¿Qué es lo más extremo que has hecho en estos días?

Salir con mi esposa y mi hijo de Santo Domingo a Cincinnati, por una cirugía para extraer un tumor en el cerebro del niño. Teníamos el aeropuerto cerrado por la pandemia, la ausencia de vuelos comerciales, los hospitales funcionando a una capacidad muy limitada y las restricciones propias del estado de emergencia… En medio de ese rebulú, se nos presentó el «deporte extremo» de una emergencia familiar. Gracias a Dios y a muchas personas solidarias —quiero mencionar especialmente al maravilloso equipo médico del Cincinnati Children’s Hospital Medical Center— la cirugía fue exitosa: el niño llegó al hospital en silla de ruedas, y a los tres días de la cirugía ya estaba jugando fútbol. Afortunadamente, el tumor era benigno.

•¿Has encontrado compañía en algún libro, poema, cuento? ¿Cuál?

Definitivamente los libros son parte de mi salvación en estos tiempos urgentes. Conocí los poemas en prosa de Delia Weber por una edición que recoge tres poemarios suyos, publicada por Ediciones Cielonaranja. Disfruté del humor de «Anatomía sensible», de Andrés Neuman. «La orfebrería del silencio», de Cecilia Bajour, me enseñó sobre la importancia del silencio en los libros-álbum para niños. Otro libro fue «En el principio era el Espíritu», de Diarmuid O’Murchu, sobre ciencia, religión y espiritualidad indígena. Releí los relatos de «En tierras bajas», de Herta Müller. Mi cabeza parecía explotar con la lectura de «¡Ajá! Paradojas que te hacen pensar», de Martin Gardner. Leer a Wislawa Szymborska con sus versos carentes de altisonancias me hizo amar más la poesía. Lo mismo me provocaron los escritos por Thaís Espaillat en el número 4 de «Cuadernos de frasco de paisaje».

La escritora Ángela Hernández lee a su nieta
un libro de cuentos de Yuan.

•Eres una caja de sorpresas y lo digo porque, entre todas las cosas que haces, el origami es un arte que dominas y disfrutas. Hablando de eso, si tuvieras que dar significado a lo que has vivido durante estos tres meses, con una figura de origami, ¿cuál elegirías?

Escogería una figura que creé hace varios años y que José Rafael Sosa le puso nombre: «Ave del derecho a la fantasía». El mundo necesita de la fantasía para soñar, para abrir nuevos caminos de solidaridad con las personas más vulnerables.

•La niñez es:

Ese estado al que continuamente estamos volviendo.

Yuan Fuei Liao es dominicano, nacido en Taiwán. Se autonombra «ser humano aspirando a ser más humano» y «exniño aspirando a ser más niño». Antes contaba cuentos para dormir a sus hijos, pero hoy lo hace para «despertar». Es cuentacuentos con prestidigitación e ilusionismo. Imparte talleres de animación a la lectura y de creación de cuentos. Ha publicado los libros «Sueños en papel, taller de origami» (en coautoría con José Rafael Sosa), «Dios: ¡“loco” de amor!», «¡Dios es wao!», «Cuentos sin ningún porqué» (Alfaguara Infantil), «Hacer oír tu voz, cuentos sobre los derechos de los niños y las niñas» (loqueleo, Santillana), «El macuto mágico» (El Barco de Vapor, Ediciones SM), «Intersección» (en coautoría con Manny Rosado), «Un rebulú en la ebanistería» (loqueleo, Santillana) y «Respuestario» (loqueleo, Santillana). Algunos de sus microrrelatos aparecen en la antología «La minificción en Santo Domingo» (Ministerio de Cultura). Es uno de los autores antologados en el libro «Dominicana, cuentos infantiles» (Ediciones Altazor, Perú). En el Proyecto Leer es autor de los primeros 18 libros decodificables y del manual para la creación de cuentos con textos decodificables, que buscan mejorar las habilidades lectoras de 200,000 estudiantes de 400 escuelas públicas de la República Dominicana. Es el autor-mediador escogido por la Fundación SM para el proyecto Escribir como Lectores, en República Dominicana, que surgió con la intención de constituir un marco iberoamericano de promoción de la lectura y la escritura en niños, niñas y adolescentes.