No salgas fuera de ti, quédate en ti mismo, en el interior del hombre habita la verdad

San Agustín

GG

Desde el balcón escucho toser al vecino, siempre lo había escuchado cuando me asomaba a ver la calle, pero, en esta ocasión, el sonido ha tomado un matiz extraño. En el edificio nos han ordenado informar sobre cualquier resultado positivo al virus, incluyendo foto del afectado y número de apartamento donde guardará reposo. También nos han exigido usar mascarillas al pasar por las áreas comunes y nos echaron un boche a todos por quienes dejaron wipes fuera de los zafacones, luego de abrir alguna puerta con ellos. El ascensor muestra a grito vivo un letrero de letras rojas “solo dos personas”. La otra tarde tuve que exigirle a la vecina del doce que esperara su turno, pues ya íbamos un par y si los vigilantes de las cámaras de seguridad veían un trío, de seguro habría problemas. Así hemos andamos por aquí, las dos veces que me atreví a salir al supermercado disfrazada de asaltante. Entre los lentes oscuros, los guantes y la mascarilla, no he necesitado pinta labios ni delineador ni polvos. He ahorrado bastante en maquillaje, también en gasolina.

La última vez que me lancé a la calle, heroicamente, en búsca de alimentos, hice una larga fila afuera del establecimiento, con una separación de seis pies de distancia de cada persona colocada detrás y delante de mí. Eso sí, cuando logré entrar, ninguno de los empleados usaba mascarilla y los compradores se me acercaban como si fueran mis conocidos, alcanzando productos que parecía se fueran a extinguir de la faz de la tierra. Desde esa vez, decidí hacer las compras online. Me estresa pensar en forrarme para protegerme de quienes no usan protección en sus bocas y narices, salir de casa tratando de no tocar nada, aun con guantes; llegar a casa de igual manera, desnudarme, lavar zapatos, lavar comestibles, bañarme de pies a cabeza, con el sustico, siempre presente, de haber metido la pata en algún momento de picazón en la cara. No hay tiempo en que me haya picado más la cara que en estos días.

He decidido no salir para nada. Desde el balcón veo a la gente ejercitándose tranquilamente, sin mascarilla, como si nada pasara a su alrededor, Veo los carros cada vez más presentes en las vías. La verdad es que ya muchos le han cogido confianza al intruso transparente. Yo no he mandado todo al carajo, saliendo cara pelada a cualquier lugar, no por ser más cuidadosa que otras personas, sino porque no estoy de ánimos para jugar a la ruleta rusa y, mucho menos, dañarle la vida a nadie.

He recibido mensajes de todo tipo en el confinamiento, desde los religiosos y de superación personal, hasta los de meditación, poéticos, chistosos, No han faltado las sugerencias de series o libros. En fin, tengo un museo de mensajes del confinamiento en mi celular. Las redes sociales, convertidas en esquela mortuoria, intercalan las malas noticias con videos de médicos salvando vidas o llorando por las que se han perdido, con ciudades vacías, gente haciendo la vida en sus casas y vecinos compartiendo, de balcón a balcón, la música o el aplauso. En mi edificio he disfrutado, en vivo, del cacerolazo de las ocho, agradeciendo a todos los trabajadores de la salud. Ya incluso planeamos la cena para que el postre coincida con el sonido de despedida del día que somos todos.

Muchos hemos experimentado situaciones similares, en este mes, de cara a la fragilidad del instante, aunque algunos la han pasado muy mal, muy solos, muy desesperanzados, sin una forma real de protegerse cuando han tenido que salir a trabajar, sin importar si en ello se juegan la vida, pues es eso o morir de hambre. Otros, ni siquiera han sobrevivido para contar su experiencia. Cuando pienso en esas realidades me siento muy afortunada por el alimento que no ha faltado en mi mesa, por la respiración que no ha fallado en mis pulmones, por el techo que me ha permitido aislarme de los demás para cuidarme y cuidarles; por no idealizar el encierro, pero, sí verlo como una gran oportunidad de quedarme en mí y encontrar tanta verdad en estos días extraños.