Por Denisse Español

Decir Rene era decir poesía, o digamos, mi poesía era en cierto modo él.

Somos muchos los que extrañaremos a René, pues somos muchos los que recibimos su apoyo, ese espaldarazo de uno de los más grandes representantes y lectores de las letras de nuestro país.

Tener a René fue una segunda oportunidad de tener un padre. El saber que de su mano y bajo su lupa podría adentrarme al mundo de la palabra me brindó un espacio de paz y sosiego para la creación. No había ruidos, no existían interrupciones, junto a René estaba a salvo. Llegué a creer que, si él lo decía, tal vez fuese cierto, que la poesía vive dentro de unos duendes locos disfrazados de humanos y nos habita por siempre, aunque intentemos dormirla. Mi poesía era y existía por René.

Es muy difícil escribir sin Rene en este plano. Estar frente a una pantalla intentando que “mis dedos traviesos” digan algo que tenga sentido dentro de todo este remolino de sombras. Siento que no debiera, y que podría estar faltando el respeto a las azucenas o a las mandarinas esdrújulas que eran solo de él.

Pero quiero hacerlo, aunque sea doloroso.

Quiero decir que sentí mucho agradecimiento (y agradezco aún, si me pongo a pensar en todas las veces que converso con su recuerdo) por su amistad y su aprecio. Que agradezco a la vida y al destino haberlo tenido de padrino, como él mismo se bautizara aquel día en que nos convertimos en más que editor y clienta. Y qué orgullo el mío por ser su ahijada, su ayudante, su asistente, pero sobre todo por ser un oído, donde podría ventilar sus preocupaciones acerca del medio que, aunque amargo, nos unió en un cariño tan sincero. Aprendí mucho escuchando a René; de literatura, sobre todo, pero también de su sentir, del ser humano maravilloso e interesante que fue. Cuántas horas de charla se suman al recuerdo donde sobresalen los viajes de carretera juntos, de Santo Domingo a Punta Cana o viceversa, donde hablamos de tantas cosas y hasta lloramos, cuando develamos las historias de mi padre y de Piero.

No se necesita mucho tiempo para que el cariño crezca. En un par de años y a pesar de estar lejos geográficamente el afecto se solidificó, era una roca. René siempre estuvo presente, incluso en mis éxitos como arquitecta que inexorablemente me alejaban de la literatura, porque ya nuestra amistad había sobrepasado las letras.

Siempre sentí que cuando mi padre murió no tuve oportunidad de decirle adiós, o por lo menos no un adiós apropiado. Ahora, si algo me brinda consuelo, fue que vi a René poco antes de alzar vuelo hacia su vida eterna. Tenía mucha urgencia en verle, tenía que explicarle muchas cosas. Y él, no solo me esperó, me escuchó calmadamente, como solía hacerlo y me dio pistas para resolver mis pesares, como el padre que ya era. Y aunque hicimos planes que ahora quedan flotando en el aire, sí pude darle un abrazo, el cual, siendo sincera, nunca imaginé sería el ultimo, pero está ahí, grabado en la memoria; con el perfecto ángulo de sol, el adecuado mecer de las hojas reflejadas en su sombra, así de justo, para que fuese un hermoso recuerdo.

No sé cómo se despide uno de los que ama, si ya por experiencia se sabe que nunca se retiran. Cada vez que diga René sonreirá la poesía. Mi poesía.