©Por GG

Al que no conoce a un grafitero de Miami, a un realtor, a un productor, alumnos de escuelas privadas y públicas, a un residente de Cocoplum, de Kendall, de Doral, de Brickell, Allapattha o Hialeah… Al que no ha comido choripan de los argentinos cerca de Dadeland, Salty Donuts en Wynwood (donuts con bacon, por ejemplo), al que no se ha ido pal carajo a comer tapas o a Ironside a comer pasta, al que no ha ido a bruch a Buena Vista Deli, Greenstreet Café o a Peacock de Coconut Grove, al que no se ha parado a beberse una limonada de AC’s Ices o comido en uno de los foodtrucks de la ciudad -incluyendo chimi El Tiguere–, al que no se ha bajado una batida en el Palacio de los jugos o una cerveza hecha localmente en una de sus fábricas-bares, al que no se ha comido un pan de agua en Nitín, comido un mangú en Milly’s, ni unas arepitas de yautía (malanga) en Tap Tap, cangrejo piedra en Joe’s Stone Bar, un ajiaco en Sanpocho, un Bar B-Q en un patio con verja de madera, un pastelito burger (hamburguer entre dos milhojas de guayaba) o un pan con lechón o con bistec en la Tómbola del Belén; al que no ha desayunado en el Biltmore y no ha comprado antiguedades en Little River o visitado The Little Farm House, ni Rouge’s Courtyard, ni el monasterio Español –traido a la ciudad piedra por piedra–; al que no ha compartido con sus amigos cubanos, venezolanos, colombianos, norteamericanos, peruanos, hondureños…en una fiesta o reunión que ha olvidado porqué se lleva a cabo, al que no ha ido a buscar a la escuela  al hijo de un amigo o conocido porque este no pudo llegar y no tiene familia en esa ciudad, al que no haya pagado un alquiler altísimo, al que no ha cogido para Miami Beach a mojar sus pies y a ver la luna a media noche o no ha desayunado en el Betsy Hotel antes de escuchar a los poetas locales leer poesía en su salón de escritores, al que no haya leído en El Nuevo Herald sobre los fraudes al sistema de salud o sobre la forma de hacer política “latinoamericanizada” de algunos políticos locales, al que no ha visto la bóveda donde Alcapone guardaba parte de su riqueza, al que no sepa lo que está pasando en Overtown, ha ido a ver un juego de pelota en el Marlins Park, o uno de fútbol entre Belén y Columbus; al que que no fue al Arepazo antes de que lo cerraran, se haya bebido su cortadito en el versailles, viendo cómo la aplanadora de Vigilia Mambisa aplasta CD’s copiados de algún “cantante comunista”, al que no sepa lo que es vaca frita de pollo, al que no ha compartido con afroamericanos y sentido que le cayó muy bien o más mal que el diache (no hay terminos medios en esa relación), al que no se ha montado en tren para ver downtown, no ha ido a cualquier lugar en trolley mamey y verde o a los estudios de los artistas de la ciudad –casi siempre abiertos a la gente que quiere conocer sobre arte–, al que no conoce los museos maravillosos de Miami y no ha visto las puestas en escenas en sus majestuosos teatros o en los pequeños teatros que se encuentran esparcidos por toda la ciudad; al que no conoce a alguien que trabaja en Brickell que maneja una hora de ida y otra de vuelta para llegar a su casa every day, al que no ha cogido tapones en el Turnpike, en el Palmeto, en la 836 o en la l 97, y a pesar de la incomodidad no haya sido testigo de impresionantes caidas de sol sobre las que vuelan decenas de aviones, al que no ha ido desde Miami a los Cayos, a Cauley Square en Homestead, al que no conozca a una amazona venezolana que monta caballos peruanos y escribe poesía, el que no ha fiestado en algún club de la ciudad y asistido a algún sepelio al otro día, al que no ha participado de una conversación en grupo en inglés que ha terminado en español –pasando por portugués o italiano machacao–, al que no ha ido a acampar en los Everglades, visto un caimán cruzar la calle en Doral y un gallo en la calle ocho o en un Publix de Brickell; al que no ha conversado con un homeless que quiere seguir siendo homeless y con algún otro que no, al que no ha visto a la señora de sombreros coloridos caminando por cualquier calle con su carrito de compras lleno de corotos, al que no ha comprado libros en Coral Gables y admirado sus árboles, mientras se pierde en sus calles, al que no ha tenido que dar un frenazo en El Portal o Coconut Grove para dejar pasar a los pavos reales, al que no ha presenciado una sesión de fotos en el Vizcaya y no ha entrado a la Freedon Tower; al que no ha visto la ciudad desde un bote o una balsa, al que no ha escuchado de boca de compañeros de trabajo exiliados la tragedia que se vive en Cuba, en Venezuela o en otros países; al que no ha bailado con Afrobeta o Locos por Juana en algún lugar de la ciudad, al que no conozca a alguien que se casó por papeles, al que no ha ido a Churchill’s, al que no vio al “El Hombrecito” presentarse en Cuba ocho a casa llena o escuchado a Billy Collins recitar sus poemas en una iglesia de Lincoln Road, gracias a O, Miami; al que no ha caminado la Feria del libro de Miami por una hora, conversando con algunos de sus autores favoritos que acaba de conocer y no ha ido a Art Basel junto a uno de los artistas que más admira, haciéndolo pasar por el fotografo de su revista, al que no ha aprovechado las oportunidades que Miami ofrece a todos los que convergimos en ella, y tantas cosas más que se me escapan o que aún no he descubierto… a ese le digo que, al igual que a mí, nos falta mucho por conocer de Miami.