Roxana Méndez y yo cursamos juntas la Maestría en Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Barcelona, pero no fue hasta que visitó Miami, con motivo de la Feria del Libro de 2016, que conversamos más profundamente sobre su obra. En esa ocasión pude entrevistar al escritor salvadoreño Jorge Galán, gracias a su gestión y aprovechamos, además, para recorrer Wynwood tomando decenas de fotografías de sus hermosos y coloridos murales.
Dos años después de aquel encuentro se concreta esta entrevista que, amablemente, me concede desde su país, en la que hacemos un recorrido por su trayectoria literaria.
Háblame de El cielo en la ventana, un libro que escribiste mientras trabajabas en una oficina. ¿Qué propone tu poesía en ese libro?
El cielo en la ventana es un libro que escribí en unos años en los que trabajaba en una organización de desarrollo, en el área de finanzas. En esa época pasaba en la oficina la mayor parte del día, lo único que me conectaba con el exterior eran unas grandes ventanas y el cielo y el paisaje a través de ellas. En esos años viajé, sobre todo por trabajo, a otros países de Latinoamérica, Europa, Asia y África. En la primera parte del libro “Los caminos del mundo” incluí varios poemas que escribí sobre esos viajes, estos dieron a mis poemas un sentido más universal, con los que pretendía ir más allá y buscar otras empatías.
Por otro lado, de cierta forma me alejé un poco de mi “yo” poético y encontré otros “yo”, otros personajes que hablaban a través de mí. Por eso titulé la segunda parte del libro “Teatro de siluetas”, que empieza con tres monólogos dramáticos. Esto se contrapone con la parte final, más mía y más íntima, “Fotografía de familia”, en la que sí está mi propia voz, aunque, como dijo Jaime Gil de Biedma: “La voz que habla en un poema, aunque sea la del poeta, no es nunca una voz real, es sólo una voz posible, no siempre imaginaria, pero siempre imaginada”.
Tu poesía ha sido premiada desde los diecisiete años de edad, has recibido tres premios nacionales de poesía, por lo que ostentas el título de Gran Maestre en El Salvador, algo que no logran muchos poetas en sus vidas. ¿Cómo ha sido emprender el viaje desde ese reconocimiento constante, que incluye el Premio Alhambra de Poesía Americana?
Tuve la suerte de empezar a escribir muy joven y de tener buenos maestros. Ellos me enseñaron que lo importante es el trabajo y la calidad. Claribel Alegría, por ejemplo, decía que era un error empezar a publicar muy temprano, pero cuando se es joven siempre se quiere publicar y ganar premios. Los premios, así como las publicaciones en editoriales, forman parte de la carrera literaria, dan mucha alegría y abren algunas puertas. Sin embargo, más allá de los premios, lo que me da una verdadera satisfacción es que haya gente que disfrute los poemas, que sienta que ha vivido algo similar o que se emocione con ellos. He sido muy afortunada en ese sentido.
Un tema recurrente en muchos de tus poemas es el referente a la naturaleza, luego has escrito, más concretamente, sobre lo humano, ¿crees que tenga que ver esto con la madurez?
Creo que con lo que tiene que ver es con la visión del poeta y la etapa de la vida que se esté viviendo. Cuando escribía poemas de este tipo me encontraba en un momento de reflexión contemplativa y estaba también más influenciada por la visión de los poetas orientales, sobre todo chinos y japoneses, que aún ahora sigo admirando. En la poesía oriental, los poemas referentes a la naturaleza contienen un significado sutil, profundo y estrechamente relacionado con lo humano, no se valen de la expresión más directa de la poesía occidental. En ciertos momentos, para un poeta con una visión occidental, la cara de la realidad es tan dura que es más difícil encontrar la sutileza al abordar el elemento humano.
Partiendo del verso tuyo en el que expresas: “La muchacha que era, sé que no la soy más”, ¿Cómo te percibes en este momento, de cara a la poesía y recordando a la Roxana que empezaba a escribir sus primeros poemas a los catorce años?
El poema al que pertenece ese verso tiene que ver con la madurez, sobre todo emocional. Al escribir desde tan joven, es evidente que, además del menor desarrollo de la técnica, existe un grado de ingenuidad y falta de madurez en el contenido de los poemas iniciales. Cuando escribí ese texto, había comprendido que me había convertido en otra persona, que había madurado con un golpe de la vida y que de alguna manera había dejado atrás la ingenuidad de los primeros años de juventud. Ahora mis poemas evolucionaron, tanto en la forma como en el contenido.
¿Cómo ha sido la experiencia de escribir para niños? ¿Qué has tomado en cuenta para llevar a cabo estos proyectos dirigidos a los más pequeños?
Escribir para niños ha sido de las experiencias más agradables y gratificantes que he tenido. Siempre me gustó la literatura infantil y cuando me alejé un poco de ella, durante mi adolescencia, empecé a leer narrativa de fantasía y ciencia ficción, que de alguna manera tienen un lazo que las une a la literatura infantil. Los libros para niños están plagados de historias de fantasía y están provistos de una imaginación que apenas tiene restricciones. El niño, que por naturaleza posee más imaginación, disfruta y se adentra con mayor facilidad en este tipo de mundos. Al contrario de lo que se pueda pensar, cuando escribo para niños no pienso en enseñanzas o moralejas, escribo sobre lo que me hace feliz y eso a veces coincide con lo que a los chicos les gusta. Quizá un escritor de cuentos para niños es alguien que no ha dejado del todo de ser niño.
Escribir un libro e ilustrarlo debe ser una experiencia compleja pues, de alguna manera, cuentas la historia en dos lenguajes diferentes. Háblame de lo que ha significado para ti poder ilustrar uno de tus libros infantiles.
De mis libros para niños ilustré Clara y Clarissa, que fue publicado por Alfaguara infantil. También he ilustrado algunos más de otros autores. Es una experiencia más completa porque la ilustración es otra forma de lenguaje, uno que me permitió mostrar de otra manera cómo visualizaba los personajes y el mundo sobre el que había escrito.
¿Influye en tu trabajo literario el hecho de trabajar como traductora?
A veces ha sucedido, pero depende mucho de la naturaleza del libro. Mi último libro traducido es una estupenda biografía de J. M. Barrie, el creador de Peter Pan. Es un libro extenso, repleto de pequeños y fascinantes detalles del genial autor, de su vida y su proceso creativo. En la novela de fantasía que estoy escribiendo ahora, hubo algo que tomé prestado de la rutina de Barrie: sus cuadernos de notas, él solía tomar exhaustivas notas de sus ideas, aunque después no las utilizara todas.
Por otro lado, aunque lo hago poco, también puede suceder cuando traduzco poesía, porque se estudia el poema con más profundidad para comprender el significado completo de cada palabra y de cada verso. Esto crea un vínculo consciente o inconsciente que puede influir en mi trabajo literario.
El Salvador es…
Contraste, tengo un poema que habla sobre eso y se llama así. Es el contraste de la belleza del paisaje con la muerte de cada día.
Ser poeta es…
El poeta es una persona que advierte la poesía a su alrededor y la convierte en lenguaje, en poema. Este observa con curiosidad y asombro y traduce en palabras lo que ve para que otros lo vean. Escribir el poema en la página en blanco es el final de un proceso que tiene que ver con la observación y la reflexión, algo que se ha desarrollado en la intimad, que ha conmovido al poeta y que seguramente conmoverá a otros.
¿Cómo los percibes tus poemas más recientes?
En mi último libro de poemas incluyo algunos poemas que hablan, entre otras cosas, sobre mis recuerdos de la época de la guerra en El Salvador y otros sobre la actual violencia del país. Cada persona que vivió la guerra tiene una historia diferente, y en este libro hablo un poco sobre mi propia historia. En estos poemas puede notarse que he pasado los años de mi juventud pendiente de lo que pasa a mi alrededor, quizá en un intento de estar un poco preparada, porque ya he visto de cerca la guerra y otros tipos de violencia. En ellos reflexiono sobre quién soy, el conjunto de cosas que vivido, mi pasado, que a pesar de ser solo un destello, es como un cuchillo, pero no uno que separe mi futuro de mi presente, soy lo que soy por mis vivencias, y de alguna manera eso ya ha trazado parte de mi camino futuro. Muchos de esos poemas son muy íntimos, en ellos hay memorias de lo que viví en la infancia en el occidente del país durante la guerra, la huida de mi familia, la ofensiva en San Salvador y ahora la violencia que se vive a causa de las pandillas. Es un ciclo de violencia que no se acaba, así que, como dice uno de mis poemas: En alguna habitación, sigo siendo una niña que escucha, en la calle, a toda hora, aullidos de perros o de hombres, y cierra los ojos y reza una oración de una sola palabra, pues no conoce otra.
¿Cuál sería un poema tuyo donde sientes que te encuentras, y que quisieras compartir?
El instante, la vida
He tenido una buena vida:
una guerra de diez años
y tres terremotos
que echaron abajo la ciudad
y cumplieron la profecía
de la abuela,
quien meses antes
nos había anunciado
la destrucción terrible
con una voz que era la misma
con la que nos contaba
los dulces cuentos
donde todo era del color
de las avellanas secas.
Pero he tenido una buena vida,
apacible, sentada
a la mesa en el patio,
o escondida
entre los sacos de maíz,
a la espera de que las detonaciones
cesaran, de que las voces
cesaran, protegida en la oscuridad
donde el mosquito
era un murmullo
que me hacía dormir.
El mosquito cuya picadura
no causaba la muerte.
Pero he tenido una vida buena,
un amor verdadero y brillante
como oro que ha adquirido
la forma de un broche,
un búho de grandes ojos blancos,
prendido siempre
bajo mi blusa, y por ello
una gota de sangre
es lo que queda
del pasado, una gota
suspendida
como un planeta frío.
Pero he tenido una buena vida,
una vida donde la guerra
y el amor
han durado
los mismos años.
Una donde la muerte
me ha visitado poco,
y donde he visto el mundo
y he escuchado
los sonidos de las grandes
aguas y los enormes
valles, donde los cascos
del caballo criollo
y el venado me muestran
su extraña diferencia.
He visto y olvidado
lo que he visto
y he vuelto a asombrarme
con lo que había sido
asombro una vez.
No me quejo.
Las aguas siguen
abrazando mis pies,
aferradas con toda su tibieza
a la brevedad que poseo.
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Sobre la autora
Roxana Méndez. (El Salvador, 1979). Poeta, narradora, traductora, Licenciada en Filología Inglesa con especialización en Traducción y Máster en Literatura Española e Hispanoamericana. Actualmente cursa el Doctorado en Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona. Ha recibido premios de poesía tanto en su país como en España. Ha escrito los libros Máquinas voladoras (Poesía, 2018), El gato mecánico (Narrativa infantil, 2018), El libro secreto, (Poesía infantil, 2017), Clara y Clarissa (Narrativa infantil, 2012), El cielo en la ventana (Poesía 2012), La historia de Grimilda (Narrativa infantil 2009), Mnemosine, (Poesía, 2008 y 2011) y Memoria (Poesía, 2004).
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