©Por Glenda Galán
Foto:Pamela Terlizzi P.
Para Sergio Gutiérrez Negrón la literatura puertorriqueña es una tradición y un horizonte que implican una búsqueda constante. En sus novelas este joven escritor aborda temas como la separación, el distanciamiento y la pérdida, algo que quizás, en su propia vida, lo han motivado a escribir una columna desde Estados Unidos para un periódico puertorriqueño y así, mantener, de alguna manera, el contacto con la realidad que se vive en Puerto Rico
Su obra le ha valido varios reconocimientos, entre ellos, formar parte de la lista de los treinta y nueve escritores del Hay Festival, Bogotá 39, una distinción que toma como invitación a la lectura de las obras de los escritores seleccionados y sobre la que conversamos en esta entrevista.
–¿Si te digo: Literatura Puertorriqueña, ¿Qué te viene a la mente?
–Una tradición y un horizonte. Por un lado, se trata de una tradición que, como todas, es complicada. En este caso no sólo por la cuestión de qué se incluye y qué no se incluye, sino porque implica una búsqueda constante. Por más que me he dedicado a leer la tradición, tengo un rompecabezas incompleto al que le faltan muchísimas piezas—muchas porque no se consiguen, otras porque ni he escuchado de ellas. Este rompecabezas es aún más complicado porque implica dos ramas—la isleña y la de la diáspora—que, aunque a veces se tocan, muchas veces crecen en direcciones contrarias. Quizás por eso me gusta pensarla más como un horizonte, la literatura puertorriqueña es un juego de afinidades, un plano en el que colocar distintas piezas ayudan a pensar una realidad.
–El primer libro que cayó en tus manos y que leíste con entusiasmo fue…
–Sinceramente no recuerdo. Leí mucha literatura de “fantasía” anglófona cuando era adolescente, pero hoy en día toda se me mezcla. Eso sí, recuerdo dos grandes momentos que, en diferentes momentos, cambiaron cómo leía y escribía: el descubrimiento a los 18 años de Cien años de soledad, por más que sea, hoy en día, un cliché decirlo; y a los veinte de una novelita puertorriqueña llamada Felices días, tío Sergio de Magaly García Ramis.
–¿Cómo ve el Sergio que ha recibido múltiples reconocimientos por su obra, al Sergio que empezaba a escribir hace algunos años?
–El Sergio que escribía entre los quince y los veinte años escribía muchísimo más y tenía una imaginación más atrevida que la que tengo hoy. Creo que si escribo dramáticamente menos hoy en día, le presto un poco más de atención que antes al cómo. Cuando chamaquito, estaba más interesado en imaginar historias y personajes que en la manera de expresarlos y hoy esto ha cambiado. Eso dicho, muchas de las cosas que escribo hoy, vienen de ideas que tuve hace doce y trece años. Así que estoy muy agradecido de aquella voracidad.
–Es Palacio una novela que habla, entre otras cosas, de la separación, al igual que Dicen que los dormidos,en cuanto a que, en este último caso, los dos hermanos son separados, durante 4 años, por la desgracia que sufre el mayor ¿Esa separación, esa “laguna” que queda en medio, es un topos que has explorado conscientemente?
–Sí, la separación y el distanciamiento son casi como el eje de ambos textos. En Palacio, exploraba la separación entre un sujeto y la pareja y, al mismo tiempo, entre el lector y el evento relatado. En Dicen que los dormidos, me interesaba esa misma distancia entre hermanos. Normalmente digo que son dos novelas sobre la pérdida, y por eso estas dinámicas de distancia. La tercera novela, Los días hábiles, que aún no ha salido, pero que terminé el año pasado también explora la pérdida de la amistad y de la ilusión, pero en un contexto muy distinto.
–Dicen de los dormidos es narrado en segunda persona, esto llamó mucho mi atención, pues te alejas de la formula en la que la víctima del accidente narra lo ocurrido (el hermano mayor) y decides que el hermano menor, sea quien narre, dando voz a quién, de manera indirecta, también es víctima o sobreviviente, como se prefiera ver. Háblame de esta decisión de narrar desde allí.
–La novela se narra en una segunda persona que, a menudo, se desliza hacia la primera. La intención era explorar no sólo el “accidente”, sino el efecto de este en todos los afectados y cómo son estos quienes construyen “el cuento” de lo que pasó. De cierto modo, la narración es un intento de “ponerle en la boca” a la víctima una explicación, que la víctima niega una y otra vez.
–La violencia irrumpe en las vidas de las personas y cambia las cosas. Aunque nadie merezca pasar por situaciones de este tipo, pasa y le puede pasar a cualquiera. Es lo que viven muchas personas en tú país y el mío, como consecuencia de la falta de oportunidades, del narcotráfico y otros problemas que nos atañen como sociedad. La vida es dura. Y esto me trae a la mente a Flann O’brien en “The hard life” donde a dos hermanos, también, les cambia la vida una tragedia (quedan huérfanos). Háblame de tu acercamiento a la lectura de obras de escritores de habla inglesa.
–No he leído a Flann O’Brien, pero un colega justo me hablaba de él ayer. Te respondo esta pregunta en dos partes.
Primero, la cuestión de la violencia. En Dicen que los dormidos quería hacer varias cosas, pero una de ellas era explorar la violencia del narcotráfico a un nivel mucho más cotidiano. Es decir, alejarme de la romantización de la novela del narco, o de la novela detectivesca, y casi “desinflar” el narcotráfico. No quiero decir que no haya grandes maleantes y narcos en el sentido mayúsculo del término, pero sí que gran parte de la violencia del narcotráfico, como la que ocurre en la novela, es mucho más trivial. Supongo que podría hablar más de esto, pero ahora mismo creo que con eso expongo lo que intentaba.
En cuanto a la lectura: quizás, por circunstancias históricas, por gustos personales o porque cuando era chiquito era más fácil conseguir libros en inglés, que libros en español, la tradición que he leído de pies a cabeza es la estadounidense. A esta, en los pasados diez años, le he añadido la literatura puertorriqueña y la mexicana, y creo que ahora podría decir que conozco estas dos tanto como la primera. Pero eso no borra el hecho de que es en la tradición gringa en la que me siento en casa. He jugado con la idea de escribir un ensayo que se llame “Soy un escritor gringo”, una re-escritura del “Soy un escritor japonés” del haitiano Dany Laferriere, en la que explore la idea de los cánones personales, pero, entre la vagancia y el hecho de que la gente no lea más allá del título, no lo he hecho. Pero sí, cada equis cantidad de años me obsesiono con uno que otro autor estadounidense y lo leo todo (o cuánto pueda conseguir)—en los pasados cinco o seis años han sido, entre otros: William Faulkner, Marylinne Robinson, John Updike, John Cheever, Toni Morrison, y Phillip Roth. Pero esto por decir algunos, también leo mucha poesía estadounidense, aunque no escribo poesía. Mi poeta de cabecera es C.K Williams, a quien releo de vez en vez.
– ¿Qué otros poetas te llegan?
–Leo poesía tanto de mis contemporáneos—Rubén Ramos, Xavier Valcárcel, Cindy Jiménez Vera, Guillermo Rebollo Gil, Margarita Pintado Burgos, etc.—y de poetas de otros lugares, claro—al dominicano Frank Báez lo sigo de cerquita, porque lo que hace resuena muchísimo con mis propias sensibilidades.
–Tu padre es dominicano y aunque no has vivido en la República Dominicana, quisiera saber si tienes alguna referencia de la literatura de nuestro país.
–Sí, mi papá y mi familia paterna es dominicana, aunque nunca he ido. Es una de esas asignaturas pendientes de las cuales toca ocuparse, pero, por lo que implican, uno le coge algo de miedo.
Así de literatura dominicana de antes, he leído sólo a Juan Bosch, creo. Pero sigo algunos hilos recientes, y he leído casi todo lo que han publicado Pedro Antonio Valdés, Rita Indiana, Rey Andújar y Frank Báez.
De hecho, porque no he podido conseguir mucho más, creo que la dominicana es la tradición caribeña de la cual conozco menos, si la comparo con lo que he leído de Cuba, Haití, y Jamaica.
–Hay Festival 39 te ha elegido como uno de los escritores importantes menores de treinta y nueve años ¿Qué ha significado esa distinción para ti?
–A mí me gusta aproximar todas estas listas y selecciones como invitaciones a la lectura, más que como cualquier otra cosa. La primera reacción fue, por supuesto, una de afirmación. Pero tan pronto esa pasa (y pasa rápido), comencé a ver los seleccionados e intentar entender los motivos de la inclusión de cada cual, a pensar las ausencias, a rellenar las lagunas.
-De los escritores que comparten contigo en esta lista, ¿a quién habías leído?
–De los treinta y nueve había leído a Valeria Luiselli, Frank Báez, Carlos Fonseca, Daniel Saldaña París y a Samantha Schweblin. Desde entonces, también he leído a Liliana Colanzi y a Laia Jufresa. Quería haber leído a algunos de los otros, pero lo chévere de la vida es que le gusta recordarnos que se lee en el mundo y no en un vacío, y el tiempo termina no dando.
–Escribes una columna mensual en un periódico puertorriqueño. Cuéntame, ¿cómo ha sido la experiencia de escribir para la prensa de tu país estando fuera de la isla?
–Ha sido un proceso de aprendizaje interesante. Comencé hacia el 2010. Tenía 24 años y justo me había mudado a los Estados Unidos. De cierto modo, la columna me ha obligado a estar al tanto de lo que pasa en la isla. Al mismo tiempo –ya en los últimos meses– comienzo a arrastrar los pies, y la distancia (o el cansancio) comienza a vencer al entusiasmo. No sé cuánto tiempo más dure escribiéndola, para serte sincero. No conozco al Puerto Rico post-huracán María, por más que no he parado de hablar con amigos y familiares, y de leer todo lo que se puede. Quizás sea el momento de soltarla.
–Puerto Rico atraviesa por una etapa difícil, desde hace un tiempo, que se ha agravado con el paso del huracán María, este año, ¿Cómo percibes que ha afectado esto la literatura de la isla?
–En tanto María afectó la vida de la isla y sus diásporas, afectó su literatura. No creo que la prioridad sea, ahora mismo, darse a la literatura si esto difiere de darse a la vida. Ya con el tiempo veremos las escrituras que decidan aproximarse al huracán.
–A la hora de escribir, ¿cambia el proceso de escritura dependiendo de la obra en la que trabajas o hay algún ritual o disciplina que sigues para todo lo que has escrito hasta ahora?
–El proceso cambia al principio de cualquier proyecto. Casi todo lo que he escrito ha surgido de maneras distintas y, a veces, me ha tomado tiempo descifrar el ritmo de cada uno. Recuerdo que para mi novela inédita tuve que “entrevistar” a dos personajes en mi libretita, hasta que entendí quiénes “eran”. Sólo entonces pudo comenzar la escritura. Claro, insisto en que esto es así en el principio, porque una vez “entiendo” el horizonte hacia el cual quiero escribir, el proceso es el mismo: me despierto los días de semana a las seis de la mañana y escribo tanto como pueda en treinta y cuarenta y cinco minutos, antes de que comiencen las responsabilidades del cotidiano. Hago esto hasta que termino la novela. O sea, en breve: al principio es un desastre y es todo experimentación; ya después es cuestión de plantar las nalgas en el asiento y someterte al teclado.
–Si te pido asignar un color a tu literatura, ¿cuál elegirías?
–Iba a decirte que Palacio sería amarillo, y Dicen que los dormidos, verde. Pero, tan pronto lo pensé, se me ocurrió que estos son los colores que usaron los diseñadores de las portadas de cada libro y que, por alguna razón, los asimilé. Me gustaría decir otros, pero quizás amarillo y verde es la respuesta correcta, y la que daría constancia de las muchas gentes que están detrás de cada libro.
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Sobre el autor
Sergio Gutiérrez Negrón nació en Caguas, Puerto Rico, en 1986. Estudió periodismo en la Universidad de Puerto Rico, y una Maestría y Doctorado en Literatura e Historia en Emory University, Atlanta. Es profesor de español y literatura en Oberlin College de Ohio y colaborador del periódico El Nuevo Día.
Su primera novela Palacio (2011) fue finalista al premio PEN Club. En 2014 publicó Dicen que los dormidos, merecedora del Premio Nacional de Novela del Instituto de Cultura Puertorriqueña. En 2015 fue reconocido por el Festival de la Palabra con el Premio Nuevas Voces, un premio otorgado a autores puertorriqueños jóvenes. Su más reciente novela Los días hábiles, aun permanece inédita. Este año fue seleccionado como uno de los treinta y nueve mejores escritores menores de treinta y nueve años en Latinoamérica por el Hay Festival, en su edición de Bogotá 39 – 2017.
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