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Llegó Otoño con su cambio de paisaje, su espectacular brisa y sus fiestas.

Otoño es mi estación preferida, por su colorido en los estados del norte, pero también porque en Miami el calor nos da tregua y  el  clima  trae consigo celebraciones tan dulces como Halloween o tan hermosas como Thanksgiving.

En la recta final de este año 2013  aún recuerdo los días tan hermosos que en esta misma época pasé hace un año, en NY y en Boston, donde el paisaje cambia de forma dramática, produciendo la sensación de que las calles viven de fiesta, llenas de confeti de hojas amarillas, rojas y mamey.

Este año no habrá hojas que vuelen a mi alrededor, pues celebraré las fiestas de otoño en el sur de la Florida, donde también existe el encanto de no tener que usar abrigo mientras acompañas a tus hijos a pedir dulces en Halloween o donde un día cualquiera puedes aún bañarte en la playa.

En esta época se lleva a cabo la celebración del Mes del Libro Hispano, una hermosa conjunción de hojas en la que los  escritores dejan volar su imaginación, regalando versos y relatos al público que asistirá a cada uno de los eventos que han sido pautados para esta gran fiesta de la literatura hispana que se lleva a cabo del 15 de septiembre al 15 de octubre.

El encuentro especial de los dominicanos se producirá en el consulado General de la República Dominicana el sábado 12 de octubre, donde  se exaltará la literatura dominicana de todos los tiempos, en un hermoso compartir con todas las comunidades hispanas del sur de la florida, preparado por Dominicana en Miami y BP Media +Partners, con la marca Ron Barceló.

Desde Miami, extendemos un abrazo a todos los escritores que se han sumado a la celebración del mes del libro Hispano organizado por AIPEH.

Hablando de literatura, son muchos los artistas que se han inspirado en el otoño en algún momento de sus vidas, en este justo momento recuerdo a Lorca y lo comparto.

 

RITMO DE OTOÑO (Libro de Poemas, 1921)
(Federico García Lorca)

1920

A Manuel Ángeles

Amargura dorada en el paisaje.

El corazón escucha.

 

En la tristeza húmeda el viento dijo:

Yo soy todo de estrellas derretidas,

sangre del infinito.

Con mi roce descubro los colores

de los fondos dormidos.

Voy herido de místicas miradas,

yo llevo los suspiros

en burbujas de sangre invisibles

hacia el sereno triunfo

del amor inmortal lleno de Noche.

 

Me conocen los niños,

y me cuajo en tristezas.

Sobre cuentos de reinas y castillos,

soy copa de luz. Soy incensario

de cantos desprendidos

que cayeron envueltos en azules

transparencias de ritmo.

En mi alma perdiéronse solemnes

carne y alma de Cristo,

y finjo la tristeza de la tarde

melancólico y frío.

El bosque innumerable.

 

Llevo las carabelas de los sueños

a lo desconocido.

Y tengo la amargura solitaria

de no saber mi fin ni mi destino.

 

Las palabras del viento eran suaves

con hondura de lirios.

Mi corazón durmiose en la tristeza

del crepúsculo.

 

Sobre la parda tierra de la estepa

los gusanos dijeron sus delirios.

 

Soportamos tristezas

al borde del camino.

Sabemos de las flores de los bosques,

del canto monocorde de los grillos,

de la lira sin cuerdas que pulsamos,

del oculto sendero que seguimos.

Nuestro ideal no llega a las estrellas,

es sereno, sencillo:

quisiéramos hacer miel, como abejas,

o tener dulce voz o fuerte grito,

o fácil caminar sobre las hierbas,

o senos donde mamen nuestros hijos.

 

Dichosos los que nacen mariposas

o tienen luz de luna en su vestido.

¡Dichosos los que cortan la rosa

y recogen el trigo!

¡Dichosos los que dudan de la muerte

teniendo Paraíso,

y el aire que recorre lo que quiere

seguro de infinito!

Dichosos los gloriosos y los fuertes,

los que jamás fueron compadecidos,

los que bendijo y sonrió triunfante

el hermano Francisco.

Pasamos mucha pena

cruzando los caminos.

Quisiéramos saber lo que nos hablan

los álamos del río.

 

Y en la muda tristeza de la tarde

respondioles el polvo del camino:

Dichosos, ¡oh gusanos!, que tenéis

justa conciencia de vosotros mismos,

y formas y pasiones,

y hogares encendidos.

Yo en el sol me disuelvo

siguiendo al peregrino,

y cuando pienso ya en la luz quedarme,

caigo al suelo dormido.

 

Los gusanos lloraron, y los árboles,

moviendo sus cabezas pensativos,

dijeron: El azul es imposible.

Creíamos alcanzarlo cuando niños,

y quisiéramos ser como las águilas

ahora que estamos por el rayo heridos.

De las águilas es todo el azul.

Y el águila a lo lejos:

¡No, no es mío!

Porque el azul lo tienen las estrellas

entre sus claros brillos.

Las estrellas: Tampoco lo tenemos:

está entre nosotras escondido.

Y la negra distancia: El azul

lo tiene la esperanza en su recinto.

Y la esperanza dice quedamente

desde el reino sombrío:

Vosotros me inventasteis corazones,

Y el corazón:

¡Dios mío!

 

El otoño ha dejado ya sin hojas

los álamos del río.

 

El agua ha adormecido en plata vieja

al polvo del camino.

Los gusanos se hunden soñolientos

en sus hogares fríos.

El águila se pierde en la montaña;

el viento dice: Soy eterno ritmo.

Se oyen las nanas a las cunas pobres,

y el llanto del rebaño en el aprisco.

 

La mojada tristeza del paisaje

enseña como un lirio

las arrugas severas que dejaron

los ojos pensadores de los siglos.

 

Y mientras que descansan las estrellas

sobre el azul dormido,

mi corazón ve su ideal lejano

y pregunta:

¡Dios mío!

Pero, Dios mío, ¿a quién?

¿Quién es Dios mío?

¿Por qué nuestra esperanza se adormece

y sentimos el fracaso lírico

y los ojos se cierran comprendiendo

todo el azul?

 

Sobre el paisaje viejo y el hogar humeante

quiero lanzar mi grito,

sollozando de mí como el gusano

deplora su destino.

Pidiendo lo del hombre, Amor inmenso

y azul como los álamos del río.

Azul de corazones y de fuerza,

el azul de mí mismo,

que me ponga en las manos la gran llave

que fuerce al infinito.

Sin terror y sin miedo ante la muerte,

escarchado de amor y de lirismo,

aunque me hiera el rayo como al árbol

y me quede sin hojas y sin grito.

 

Ahora tengo en la frente rosas blancas
y la copa rebosando vino.