© Por Frank Báez para Dominicana en Miami
Pasé cinco días en “la habitación del escritor” del hotel Carlton de Miami y no llegué a escribir una oración. Recuerdo que cuando arribé con mi novia y le dije al recepcionista que nos habían reservado “la habitación del escritor” a él se le iluminó el rostro, buscó de inmediato las llaves y nos indicó cómo llegar a esta. Fue todo un alivio porque estábamos cansados y pensábamos que teníamos que esperar como el resto de los vacacionistas quienes recostados en los muebles del lobby aguardaban a que desocuparan y limpiaran las habitaciones. A pesar de que en esos días estaba haciendo frío y no paraba de llover, debido a un frente frío que bajaba desde el norte, los turistas seguían viniendo a vacacionar a Miami.
En nuestro caso veníamos porque la editorial Jai – Alai Books acababa de sacar una antología de mi poesía traducida al inglés. El libro se titula Last night I dreamt I was a Dj y fue traducido por Scott Cunningham y por Hoyt Rogers. No había ido a “la habitación del escritor” a escribir sino prácticamente para dormir ya que el itinerario que me habían hecho era apretado e iba a estar sobre todo en la feria del libro que celebraban en el downtown. Pero bueno, en ese momento que avanzaba por el pasillo al lado de mi novia, con mi llave digital en una mano y en la otra la maleta que arrastraba, lo que me preocupaba no era si iba a escribir o no iba a escribir, lo que realmente me preocupaba era si la habitación iba a tener una cama lo suficientemente grande para los dos. Cuando abrimos la puerta comprobamos que la cama era grande y que “la habitación del escritor” estaba limpia y ordenada con dos estantes de libros dejados por anteriores huéspedes y una colección de películas y documentales relacionados con la literatura y con biografías de escritores. De las paredes colgaban afiches con poemas y hasta en el baño era posible encontrarse con un bolígrafo. Había un sofá y dos escritorios: uno que daba a la pared y otro que daba a una ventana desde donde se podía ver la piscina del hotel. Fue en este que encontramos la carta de bienvenida que explicaba que el hotel había sido fundado por el poeta Hyam Plutizk y que “la habitación del escritor” era tanto un homenaje a su memoria como un estímulo para los creadores de todos lados del mundo. La carta venía acompañada de un poemario suyo titulado Apples from Shinar y que tenía una reseña de Ted Hughes que testificaba su calidad y el poder de su visión.
A las seis salimos hacia el Ball and Chain donde se iba a celebrar la fiesta de presentación de mi libro. El Ball and Chain es un mítico local ubicado en la Calle Ocho que vende unas tapas exquisitas y unos tragos con nombres extraños. Esa noche me la pasé bebiendo el coctel Jai – Alai que prepararon en homenaje a la editorial. De acuerdo a lo que me contaron, la historia del Ball and Chain se remonta a principios del siglo XX. Había pasado de ser un sitio de apuestas a un local donde llegaron a presentarse artistas como Chet Baker, Count Basie y Billie Holiday.
El patio tiene un escenario techado desde donde íbamos a leer nuestra poesía. En el lado derecho había una mesa con los libros gratis del proyecto bookleggers de Nathaniel Sandler y a la izquierda estaba la mesa de Jai Alai Books donde se vendía todo lo relacionado con la editorial que iba desde bolsos – había uno serigrafiado Joyce Carol Totes que parodiaba a la escritora norteamericana y que causó tanta admiración en la feria del libro que hasta el escritor Richard Ford adquirió uno -, fósforos, camisetas, prendedores y los libros que se ponían a circular esa noche: Last Night I dreamt I was a Dj y Suicide by Jaguar. Este segundo es de la autoría de Dave Lansberger, un interesante e ingenioso poeta de Chicago. Al igual que el mío el de Dave fue traducido, aunque el de este lo hizo exclusivamente el poeta José Portela. El mío lo tradujeron Hoyt Rogers – que había hecho versiones al inglés de mis poemas años atrás y los había enviado a varias revistas importantes de Estados Unidos y de Inglaterra – y Scott Cunningham que es el editor de Jai – Alai Books, que me ha publicado en la revista Jai Alai y que me invitó al festival O’ Miami que organiza cada año.
A eso de las ocho y media Scott subió al escenario, dio las gracias al público y habló de la editorial, de los libros y de los otros proyectos que están llevando a cabo. Al poco tiempo le cedió la palabra a Seth Labenz, el diseñador de los libros, que explicó cómo concibió el concepto. A Seth se le ocurrió hacer algo distinto a los libros de traducciones que suelen tener en la página izquierda la traducción y en la derecha el original. En vez de esto, ubicó la traducción en una cara del libro y el original en la otra, de forma que sea posible tomar la parte en español, por ejemplo, y leerlo entero siguiendo las páginas de la derecha. Al voltearlo puedes hacer lo mismo con la otra cara y leerlo completo en inglés. Este diseño de alguna manera corresponde a la realidad de Miami que es prácticamente una ciudad en donde los dos idiomas se hablan en la misma proporción. Tras su intervención Dave Lansberger y yo empezamos a leer los poemas precedidos de las lecturas de nuestros respectivos traductores, los cuales gracias a la lluvia que no llegó a caer, a los milagrosos tragos que ponían a todos a sonreír, al aroma a tabaco que fumaban unas hermosas mujeres y que se mezclaba con el de la mariguana que salía de alguna parte y sobre todo al público compuesto en su mayor medida por hermosísimas lesbianas, resultaron amenos y divertidos.
Al concluir, a Dave y a mí nos entregaron las portadas de nuestros libros enmarcadas. Me la pasé cargando la mía de arriba abajo por todo el Ball and Chain, por el Versalles a donde fuimos a cenar acompañados de Glenda Galán y Carlos Rosario y hasta por el Carlton donde se lo mostré al recepcionista y avancé con ella sobre mi cabeza por el pasillo hasta que llegué a “la habitación del escritor” y la colgué de una pared para ver cómo se veía. A la mañana siguiente no estaba colgada de la pared y yo pensé que quizás el fantasma de Hyam Plutzik la había descolgado, pero al rato comprendí que había sido mi novia que lo había hecho para que no se nos olvidara. Inmediatamente me puse en pie moví la cortina y me percaté de que el clima seguía nublado. Por las calles de South Beach no se veían los personajes estrafalarios que acostumbran a recorrer sus calles. Lo que sí había eran muchos turistas italianos y brasileros con paraguas. En una anterior visita, paseándome por ahí a las dos de la madrugada, vi un tipo empericado que tenía el pecho acuchillado y que avanzaba con la cabeza en alto y a paso seguro entre la gente que no le prestaba atención. Al parecer el clima había hecho que las ventas de cocaína disminuyeran y que los pushers cambiaran de zona. De repente la locura había cedido a tal punto en South Beach que puedo dar testimonio de que en todo el viaje no llegué a escuchar un tema de Pitbull.
Ese día nos dedicamos a pasear con los amigos. Glenda nos llevó al Pérez Art Museum que no conocíamos y que encontramos fabuloso no sólo por su colección, sino también por su arquitectura, sus jardines y su ubicación que ofrece una vista privilegiada de Miami. Ante mi insistencia lo primero que hicimos al entrar al museo fue ver el sitio en que nuestro amigo Máximo Caminero destrozó la vasija de Ai Weiwei. En esa área ahora estaban mostrando la exposición de Beatriz Milhazes llamada Jardim Botánico, título que nos resultaba divertido ya que cuando llegábamos del aeropuerto habíamos confundido el PAMM, dado las plantas y la vegetación que tiene incorporadas a su estructura, con el jardín botánico de la ciudad. Pese a que nos impresionaron la exposición de Global positioning systems donde se abordan temas políticos y socioeconómicos, y la de Beyond the Limited Life of Painting que mostraba varios trabajos de artistas que reaccionaron al expresionismo abstracto de los cincuenta como Robert Rauschenberg, Andy Warhol, Jasper Johns, Roy Lichtenstein, entre otros, la que de verdad nos fascinó fue la pieza de instalación teatral de Geoffrey Farmer titulada Lets make the water turn black, compuesta de esculturas surrealistas, collage, instalaciones mecánicas, sonidos incidentales, canciones y luces.
Del museo fuimos a comer a uno de los PF Chang’s y de ahí al Bunnie Cakes que vende unos bizcochitos esponjosos sin gluten. Comimos tanto que cuando en la noche salimos con Enmanuel y Virginia hacia los bares de Wynwoood no probamos los derretidos que vendían en el food truck ubicado a la entrada del bar Gramps y que se veían tan deliciosos.
El día que iba a presentar mi libro en el Miami Book Fair International la temperatura mejoró. Este cambio en el clima no impidió que cuando llegáramos al Wolfson Campus del Miami Dade College el viento nos recibiera de una manera violenta. Para entrar en la feria los adultos deben pagar ocho dólares. Pero no sólo se cobra el ingreso. También había una que otra ponencia en que había que pagar el importe de quince dólares. Sin embargo, el evento estaba repleto de gente y los encargados estaban preparados para recibirlos, ya que todo fluía a la perfección. Por ejemplo, los conciertos que se daban en la parte juvenil no molestaban con las ponencias que se presentaban en los edificios de la universidad. Por todos los stands de libros circulaba un río de gente. Los stands eran diversos. Los que más sobresalían eran los de Books and Books que era la librería local que surtía los libros de los autores que se estaban presentando en la feria, pero también estaban los de los hare khrisnas, los de los hermanos musulmanes, los de comics, los infantiles y los de editoriales como Penguin, New Directions y McSweeney’s. Casi al lado de este último estaba el de Jai –Alai Books donde Melody Santiago y Cristina Frigo aseguraron que estaban vendiendo mucho y para probarlo señalaron a varias mujeres que deambulaban con el bolso de Joyce Carol Totes.
Al igual que los stands y el área de música y de los juegos infantiles que estaban repletos de gente, las conferencias y las presentaciones también estaban concurridas. Esto resulta sorprendente cuando uno piensa en la cantidad de actividades que se sucedían simultáneamente. No por nada el New York Times se refirió a la Miami International Book fair como el Art Basel de la literatura. Para esta feria se presentaron alrededor de 500 autores nacionales e internacionales. Sin embargo, lo más significativo era la gran cantidad de poetas que habían venido para el evento. La poeta Yadhira Peralta me explicó que esto se debía a que el actual director de la Feria del libro, Tom Healey, es poeta. También me dijo que la Knight Foundation y la Poetry Foundation trajeron varios de los poetas más interesantes de los Estados Unidos, que los finalistas del National Book Award estaban allá y que en el hotel Standard ofrecerían una lectura organizada por el poeta Adam Fitzgerald.
Esa tarde asistimos al homenaje que le hicieron Jorie Graham y Charles Wright al poeta Mark Strand en donde se ponderó su poesía y su labor de traductor. Según explicaron, el poeta se encontraba enfermo y no había podido participar. Antes de ayer me enteré de que había fallecido. En un momento se leyó “Mantener las cosas juntas”, uno de sus poemas que siempre he admirado y que ahora que se ha ido se puede leer como una especie de elegía.
En el campo
soy la ausencia
de campo.
Siempre
es así.
Donde quiera que esté
soy lo que falta.
Cuando camino
parto el aire
y siempre
vuelve el aire
a ocupar los espacios
donde estuvo mi cuerpo.
Todos tenemos razones
para movernos.
Yo me muevo
Para mantener las cosas juntas.
También fuimos a las lecturas que hicieron Carolyn Forché, Duncan Wu y Bob Holman, poeta este último que conocí años atrás en Costa Rica y que se encontraba en la feria principalmente para participar en un conversatorio sobre William Burroughs. Mientras Bob Holman leyó su poesía influida por la cultura galesa, el hip hop y el músico africano Papa Susso, Duncan Wu leyó parte de un ensayo que se centraba en los poetas de los lagos y Carolyn Forché, que publicó una antología de poesía en inglés, fue leyendo las divertidas semblanzas de una serie de poetas que pese a ser poco conocidos, sus textos han sido recitados a través de las generaciones y han terminado convirtiéndose en himnos o canciones.
A las seis, en esa misma sala, me tocaba presentar mi libro junto a Andrew Durbin, Julie Marie Wade y Roger Reeves. Antes de empezar la actividad me enteré que Julie Marie Wade se había accidentado y que no vendría a la lectura. Quería escucharla puesto que el título de su libro When I was straight me había causado mucha curiosidad. Al igual que la noche en el Ball and Chain, leí en español los originales y Scott Cunningham leyó las traducciones. Después de mí leyó Andrew Durbin un largo texto titulado “You are my Ducati” que es sobre un video que hizo la cantante Ciara del tema “Ride”. Cuando este terminó Roger Reeves, un poeta oriundo de New Jersey, leyó varios poemas que iban desde el racismo imperante en Texas hasta el básquetbol, el amor y su devoción por Wu Tang Clan. Tras esto nos sentamos en una mesa a firmar nuestros libros. Pero a diferencia de otros autores no había las largas filas, ya que se trataba de poesía y ninguno de los tres éramos famosos, pero a mí me gusta pensar que se debía a que era tarde y a que no había casi nadie en la feria y lo único que pasaba era el viento agitando las carpas y arrastrando periódicos, programas de la feria y papeles. Andrew de inmediato desertó y Roger y yo nos quedamos un rato firmando los libros que unas señoras entusiastas y unos amigos dominicanos solidarios habían traído.
Después de que María Juliana amablemente nos llevara de vuelta al hotel nos duchamos, nos vestimos y nos echamos a caminar hasta The Standard para participar en la fiesta, escuchar la lectura de poetas y pasear por el área de la piscina del hotel donde según Enmanuel se podían presenciar los mejores atardeceres de Miami. Sin embargo, la distancia entre nuestro hotel y The Standard no era tan cercana cómo señalaba google maps. Caminamos varios kilómetros hasta que cruzamos el puente famoso en que un año atrás un tipo se había empezado a comer a otro luego de drogarse con sales de baño. Desorientados y sin nadie a quien preguntar que no fuera taxista y no quisiera cobrarnos por la información, decidimos seguir a una rubia alta y elegante que estábamos seguros era Siri Hustvedt y que nos condujo hasta las puertas del Standard.
Pero llegamos tarde, ya que los tragos habían dejado de ser gratis y apenas quedaban los escritores que no habían ligado. La mayoría estaban sentados en los chaise long mirando la hermosa vista que tiene el mar en esa área de Miami y que recordaba un verso sobre Miami del libro de Dave que pregunta: “¿de qué sirve el agua si está por todas partes?” Para descansar de la larga caminata nos recostamos en un chaise long. Ahí oyendo el ronroneo de los aviones perdidos entre las nubes y observando a las escritoras que se tambaleaban con tacones y tragos en las manos, a John Waters con su bigotito de mentira y que andaba con un traje de Comme des Garcon y a los dependientes del stand de McSweeney’s quienes se besaban sin importar la diferencia de edad y belleza que había entre ellos, empezamos a sacar cuentas del dinero que habíamos gastado.
A la hora retornamos al lobby donde Adam Fitzgerald presentaba los poetas americanos. Disfrutamos las lecturas de una poeta de la cual luego supimos que era transexual y que era idéntica a la señora de las palomas que aparece en la primera parte de Home Alone. Permanecimos un rato con Eduard Tejeda y con Dave hasta que apareció una muchacha bellísima de pelo corto que me saludó y me dijo que me recordaba de la vez que leí en O’ Miami. Me contó que se dirigía a una fiesta con una amiga en Wynwood y que si queríamos podíamos acompañarla. Estoy seguro que me dijo eso, aunque una hora después mi novia me aseguró que ella en ningún momento dijo que nos había invitado a que fuéramos con ella y que yo la había entendido mal. Pero bueno, eso me lo explicó mi novia luego, ya que en un momento en que ella estaba hablando con Dave, me les acerqué, los interrumpí y le dije a la muchacha que queríamos ir a la fiesta y que Dave nos podía llevar ya que había alquilado un carro para pasear por Miami. Sorprendida, como si me hubiese sobrepasado con ella, la muchacha me lanzó una mirada fulminante y me dijo en cubano, ya que todo el tiempo habíamos estado hablando en inglés, “que fresco eres, chico”, lo que claro está, me confundió más y mientras más yo intentaba componer la situación más la arruinaba y ella decidió marcharse, aunque a cada rato se volteaba y señalándome me decía:
– Qué fresco eres, Frank.
Así que no tuvimos otro remedio que aceptar la invitación de Eduard para ir a Kill your Idols, un bar que queda en South Beach, próximo a nuestro hotel y donde esa noche estaba tocando una banda de punk. A pesar de que disfrutamos las canciones de la banda y nos divertimos con la bajista que tocaba de espaldas al público y a la que su papá le voceaba que se volteara, decidimos despedir a Eduard y retornar al hotel.
Para mi penúltimo día en Miami me levanté más tarde de costumbre y con ganas de ponerme a escribir, pero cuando me senté en el escritorio y moví la cortina me di cuenta que el sol estaba brillante y que el cielo estaba despejado sin señal alguna de nubes, por lo que terminé saliendo afuera para recibir el solecito. La temperatura estaba agradable y ya se podía ver mujeres paseándose en bikinis. La avenida Ocean era atravesada por los descapotables y todo el mundo estaba corriendo o pedaleando bicicletas o patinando. Desayunamos frente a la playa mirando los helicópteros que pasaban y mujeres y hombres con cuerpos esculturales hasta que paramos un taxi y le pedimos que nos llevara a la Feria del libro donde a las once Glenda y otros editores de revistas de Miami iban a discutir sobre literatura y medios digitales. Cuando atravesamos el puente que conduce a downtown nos sorprendimos por la cantidad de cruceros nórdicos que habían atracado la noche anterior como si hubiesen leído en alguna parte que la temperatura hoy en Miami iba a estar agradable y el clima soleado.
La actividad en que participaba Glenda empezó puntual. Había casi diez exponentes de distintas nacionalidades e incluso uno que participó a través de skype. Al principio, cada uno se refirió a su relación con el medio digital, con las redes sociales y con los ebooks, para culminar hablando de sus revistas y de sus contenidos. Ya que debido a las preguntas del público la actividad se extendió más de lo esperado, tuvimos que irnos antes de que terminara para llegar a tiempo a las lecturas de Stuart Dybek, Russell Banks y Mary Gordon en el auditorio del edificio 1. El auditorio era tan moderno y tenía cámaras y luces tan sofisticadas que uno se imaginaba que estaba en el set de un programa de televisión. Mientras Russell Banks decidió leer los primeros párrafos de cada uno de los cuentos del libro que estaba presentando, alegando que eran demasiado extensos, Mary Gordon leyó dos fragmentos de su novella The Liar’s wife y Stuart Dybek leyó el cuento “The sart of something”. Durante la sesión de preguntas y respuestas, Stuart señaló que la feria de Miami ha sido el lugar de peregrinación de muchos escritores no sólo para presentar su obra, sino también para saber que está pasando con la literatura norteamericana e internacional. Ya que adoro la obra de Stuart Dybek , quien es sin duda uno de los grandes cuentistas vivos, aproveché la fila que se hizo al final de las lecturas para pedirle que me firmara los dos libros que luego de un largo silencio editorial ha publicado este año Ecstatic Cahoots y Paper lanterns y para confesarle que he traducido algunos de sus poemas. La noticia lo puso contento al punto que prometió enviarme uno de sus primeros libros de poesía que está agotado desde los ochenta.
Tras almorzar en un restaurante mexicano del downtown retornamos con María Juliana al mismo auditorio donde Francisco Goldman, quien acaba de publicar The interior circuit, un libro de crónicas sobre Ciudad México, el autor jamaiquino Marlon James y Nuruddin Farah presentarían sus libros. Francisco Goldman se refirió a los artículos que ha venido publicando en el New Yorker sobre la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Cuando fuimos con ejemplares de Say her name para que nos lo firmara, mi novia le comentó de los artículos y Francisco dijo que era una situación terrible y que ante esa catástrofe no podía tener paz mental sino estaba en México reportando la situación.
En el auditorio ahora estaban preparadas para presentar sus libros las escritoras Siri Hustvedt, Francine Prose y Susan Minot. La primera fue Siri Hustvedt que leyó por más de veinte minutos varios fragmentos de su nueva novela que según explicó es coral y que está ambientada en el Nueva York de hoy en día. Alta y elegente, Siri no era la rubia que habíamos seguido la noche anterior. Ni tampoco lo era la otra escritora rubia que estaba a su lado, Susan Minot, quien habló de cómo llegó a escribir su nueva novela que contaba el secuestro de un grupo de niñas africanas de un convento por el guerrillero Joseph Kony. No quiero sonar cruel, pero a partir de lo que contó, supuse que con el dinero que había gastado haciendo research para la novela, se habría podido pagar el dinero del rescate de las niñas. Ya que estábamos cansados y necesitábamos una pausa no alcanzamos a oír a Francince Prose. Compramos café y fuimos a la presentación del libro Fenómenos de circo de la escritora argentina Ana María Shua. Tras descubrir el edificio, subir varias escaleras y esquivar una larga fila de personas que buscaban que el escritor Andrés Oppenheirmer les firmara su libro, alcanzamos el salón. Ana María Shua se refirió al género del microcuento que ha venido cultivando desde los setenta y junto a comentarios jugosos compartió algunos textos de su libro Fenómenos de circo que contaban las vidas de enanos, amaestradoras, tragasables, malabaristas, entre otros. Cuando alguien del público le preguntó si había sido una aficionada al circo en su niñez, Ana María respondió que no le gustaba ir porque olía muy mal.
Aunque a las seis en ese mismo salón se presentaría una lectura de varios autores hispanoamericanos estábamos ya comprometidos con la presentación del libro de Dave que se llevaría a cabo en el edificio ocho. Al avanzar por la feria vimos proyectado en una pared de un edificio la entrevista que le hacía Questlove al padre del funk George Clinton a propósito de la biografía de este último que se acababa de publicar. Esquivábamos y dejábamos atrás a gentes que cargaban fundas de libros y que revisaban los programas de la feria. Cuando llegamos las presentaciones de Dave y de Willie Perdomo aún no habían empezado. De manera entusiasta, José Portela quien presentó la actividad resaltó la obra de ambos autores. La lectura fue entretenida y el público los adoró tanto al punto que hicieron varias preguntas relacionadas con los poemas y también con la relación de las nuevas generación con la poesía clásica. Willie Perdomo comentó en un momento que cuando era teenager le resultaba difícil relacionar el borracho de la esquina de su casa en el Spanish Harlem con algún personaje de los Cuentos de Canterbury, pero que con el tiempo lo pudo hacer, y él confiaba que muchos de los que han crecido en situaciones similares tarde o temprano lo hicieran.
Cuando salimos del edificio la feria estaba tan vacía como si de repente hubieran anunciado una bomba y nosotros no nos hubiésemos enterado. María Juliana nos dejó un mensajito en WhatsApp y nos dijo que iba a llevar a Ana María Shua al aeropuerto y que la acompañáramos. Cenamos en un restaurante cubano que tenía un menú de veinte páginas y que quedaba próximo al aeropuerto.
-¿Qué es lo que más te impresionó? – le pregunté a Ana María Shua.
– Que no hubo sol. Recuerda que estamos en la ciudad del sol. Bueno, hoy hubo y yo aproveché para nadar un rato en la pileta.
Quince minutos después la dejábamos frente a la terminal de American. María Juliana nos llevó de vuelta al hotel contándonos anécdotas de cuando era asistente de vuelto y de su gran amistad con el escritor Kurt Vonnegut y su esposa. Ya en la habitación, a eso de las nueve, estaba dispuesto a ponerme a escribir mis impresiones sobre los fragmentos de obras que había oído y que me habían inspirado tanto, pero en vez de eso me recosté de la cama y me quedé dormido hasta el día siguiente que ya era nuestra partida.
Nuevamente el día estaba hermoso y el sol tan brillante como acá en Santo Domingo. Cuando le dije a mi novia que fuéramos a la playa, ella me dijo que prefería ir al American Aparell que estaba en la esquina. Así que fui solo a la playa y caminé por los alrededores mirando de reojo a las strippers de South Beach que se soleaban en topless. Luego de darme un chapuzón y de merodear por los alrededores volví al hotel y esperé la llegada de mi novia y de Scott que iba a traerme los libros que me llevaría a Santo Domingo. Ese instante, en que me encontraba solo en “la habitación del escritor”, sin duda alguna era el idóneo para sentarme a escribir, pero cuando ya había sacado mi macbook y procedía a hacerlo, recibí una llamada del recepcionista que anunciaba que ya era hora de hacer el check out. Tomamos el taxi al aeropuerto a las dos de la tarde. Allá pregunté si podía meter la portada de mi libro enmarcada dentro del avión y me dijeron que sí. Por lo que fui cargándola a través de migración y de todas las terminales. En un momento, cuando terminamos de almorzar y retornábamos a nuestra terminal se acercó uno de los dependientes del café.
-Caballero, no olvide su sueño – me dijo entregándome la portada de mi libro enmarcada que había olvidado debajo de la mesa.
Mi novia no paró de reírse, pero a mí no me pareció gracioso y tomé la portada de mi libro enmarcada y avancé hasta la terminal.
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