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© Por Frank Báez  para Dominicana en Miami

Pasé cinco días en “la habitación del escritor” del  hotel Carlton de Miami y no llegué a escribir una oración. Recuerdo que cuando arribé con mi novia  y  le dije al recepcionista que nos habían reservado “la habitación del escritor”  a él se le iluminó el rostro, buscó de inmediato las llaves  y nos indicó cómo  llegar a esta. Fue todo un alivio porque estábamos cansados y pensábamos que teníamos que esperar como el resto de los vacacionistas quienes  recostados en los muebles del lobby aguardaban a que desocuparan  y limpiaran las habitaciones. A pesar de que en esos días estaba haciendo frío  y no paraba de llover, debido a un frente frío que bajaba desde el norte, los turistas seguían viniendo a vacacionar a  Miami.

En nuestro caso veníamos  porque la editorial Jai  – Alai Books acababa de sacar una antología de mi poesía traducida al inglés. El libro se titula Last night I dreamt I was a Dj y fue traducido por Scott Cunningham y por Hoyt Rogers.  No había ido  a “la habitación del escritor” a escribir sino  prácticamente para dormir ya que el itinerario que me habían hecho era apretado e  iba a estar sobre todo  en la feria del libro que celebraban en el downtown.  Pero bueno, en ese momento que avanzaba por el pasillo al lado de mi novia,   con mi llave digital  en  una  mano y en la otra la maleta que arrastraba, lo que me preocupaba no era si iba a escribir o no iba a escribir, lo  que realmente me preocupaba era si la habitación iba a tener una cama lo suficientemente grande para los  dos. Cuando abrimos la puerta comprobamos que la cama era grande y que  “la habitación  del escritor”  estaba limpia y ordenada con dos estantes de libros dejados  por anteriores huéspedes y una colección de películas y documentales relacionados con la literatura y con biografías de escritores. De las paredes colgaban  afiches con poemas y hasta en el baño era  posible encontrarse con  un bolígrafo.  Había un sofá y dos escritorios: uno que daba a la pared y otro que daba  a una ventana  desde donde se podía ver la piscina del hotel. Fue en este que encontramos la carta de bienvenida  que explicaba que el hotel había sido  fundado por el  poeta  Hyam Plutizk  y que “la habitación del escritor” era tanto un homenaje a su memoria  como  un estímulo para los  creadores de todos lados del mundo. La carta venía acompañada de  un poemario suyo titulado Apples from Shinar  y  que tenía una reseña de Ted Hughes que testificaba su calidad y el poder de su visión.

A  las seis salimos hacia el Ball and Chain donde se iba a celebrar  la fiesta de presentación de mi libro. El Ball and Chain es un mítico local ubicado en la Calle Ocho que vende unas tapas exquisitas y unos tragos con nombres extraños.   Esa noche me la pasé bebiendo el coctel Jai – Alai que prepararon en homenaje a la editorial. De acuerdo a lo que me contaron, la historia del Ball and Chain se remonta a principios del siglo XX. Había pasado de ser un sitio de apuestas a  un local donde llegaron a presentarse artistas como Chet Baker, Count Basie y Billie Holiday.

El patio tiene un escenario techado  desde donde íbamos a leer nuestra poesía.  En el  lado derecho había una mesa  con los libros  gratis del proyecto bookleggers  de   Nathaniel Sandler y a la izquierda estaba la mesa de Jai Alai Books donde se vendía todo lo relacionado con la editorial que iba desde  bolsos – había uno serigrafiado Joyce Carol Totes que parodiaba a la escritora norteamericana  y que causó tanta admiración en la feria del libro que hasta el escritor Richard Ford  adquirió uno -, fósforos, camisetas, prendedores y los libros que se ponían a circular esa noche: Last Night I dreamt I was a Dj  y Suicide by Jaguar.  Este segundo es de la autoría de Dave Lansberger, un interesante  e ingenioso poeta de Chicago. Al igual que el mío el de  Dave  fue traducido, aunque el de este lo hizo exclusivamente el poeta José Portela.  El mío lo tradujeron Hoyt Rogers – que había  hecho versiones al inglés de mis poemas  años atrás y los había enviado a varias revistas  importantes de Estados Unidos  y de Inglaterra – y Scott Cunningham que es el editor de Jai – Alai Books, que me ha publicado en la revista Jai Alai y que me invitó al festival  O’ Miami que organiza cada año.

A eso de las ocho  y media  Scott subió al escenario,  dio las gracias al público y habló de la editorial, de los libros y de los otros proyectos que están llevando a cabo. Al poco tiempo le cedió la palabra a Seth Labenz, el diseñador de los libros, que explicó cómo concibió el concepto. A Seth se le ocurrió hacer algo distinto a los libros de  traducciones  que suelen tener  en la página izquierda la traducción y en la derecha el  original. En vez de esto, ubicó  la traducción  en una cara del libro y el original en la otra, de forma que sea  posible tomar la parte en español, por ejemplo,  y leerlo entero siguiendo las páginas de la derecha. Al voltearlo puedes  hacer lo mismo con la otra cara  y leerlo completo en inglés. Este diseño  de alguna manera corresponde a la realidad de Miami que es prácticamente una ciudad en donde los dos idiomas  se hablan en la misma proporción. Tras su intervención Dave  Lansberger  y yo empezamos  a leer los poemas precedidos de las lecturas de nuestros respectivos traductores, los cuales gracias a la lluvia que no llegó a caer, a los milagrosos tragos que ponían a todos a sonreír, al aroma  a tabaco que fumaban unas hermosas mujeres y que se mezclaba  con el de la mariguana  que salía de alguna parte  y sobre todo al público compuesto en su mayor medida por hermosísimas  lesbianas, resultaron amenos y divertidos.

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Al concluir, a Dave y a mí nos entregaron las portadas de nuestros libros enmarcadas.  Me la pasé cargando la mía de arriba abajo por todo el Ball and Chain, por el Versalles  a donde fuimos a cenar acompañados de  Glenda Galán y Carlos Rosario y hasta por el Carlton donde se lo mostré al recepcionista y avancé con ella sobre mi cabeza por el pasillo  hasta que llegué a “la habitación del escritor”  y la colgué de una  pared  para ver cómo se veía.  A la mañana siguiente no estaba colgada de la pared y yo pensé que quizás el fantasma de Hyam Plutzik la había descolgado, pero al rato comprendí que había sido mi novia  que lo había hecho para que no se nos olvidara. Inmediatamente me puse en pie moví  la  cortina y me percaté de que el clima seguía nublado. Por las calles de South Beach no se veían los personajes estrafalarios que acostumbran a recorrer sus calles. Lo que sí había eran muchos turistas italianos y brasileros con paraguas. En una anterior visita, paseándome por ahí a las dos de la madrugada,  vi un tipo  empericado que  tenía el pecho acuchillado y que avanzaba con la cabeza en alto y a paso seguro entre la gente que no le prestaba atención. Al parecer el clima había hecho que las  ventas de cocaína disminuyeran y que los pushers cambiaran de zona. De repente la locura había cedido a tal punto en South Beach que puedo dar testimonio de que en todo el viaje no llegué a escuchar un tema de Pitbull.

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Ese día nos dedicamos a pasear con los amigos.  Glenda nos llevó  al Pérez Art Museum que no conocíamos y que encontramos fabuloso no sólo por su colección, sino también por  su arquitectura,  sus jardines  y  su ubicación que ofrece  una vista  privilegiada  de Miami. Ante mi insistencia lo primero que hicimos al entrar al museo fue ver el sitio en que nuestro amigo Máximo Caminero destrozó  la vasija de Ai Weiwei. En esa área ahora estaban mostrando la  exposición de Beatriz  Milhazes  llamada Jardim Botánico, título que nos resultaba divertido ya que cuando llegábamos del aeropuerto  habíamos  confundido el PAMM, dado las plantas y la vegetación que tiene incorporadas a su estructura, con el jardín botánico de la ciudad.  Pese a que  nos impresionaron   la exposición de  Global positioning systems donde se abordan temas políticos y  socioeconómicos, y la de  Beyond the Limited Life of Painting que mostraba varios trabajos de  artistas  que reaccionaron al expresionismo abstracto de los cincuenta  como  Robert Rauschenberg, Andy Warhol, Jasper Johns, Roy Lichtenstein, entre otros,  la que de verdad nos fascinó  fue la  pieza de instalación teatral de Geoffrey Farmer titulada Lets make the water turn black, compuesta de esculturas surrealistas, collage, instalaciones mecánicas, sonidos incidentales, canciones  y luces.

Del museo fuimos a  comer a uno de los PF Chang’s  y de ahí  al  Bunnie Cakes que vende unos bizcochitos esponjosos sin gluten. Comimos tanto que cuando en la noche salimos con Enmanuel y Virginia hacia los  bares de Wynwoood no  probamos los derretidos que vendían en el  food truck ubicado a la entrada del bar Gramps y que se veían tan deliciosos.

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El día que  iba a presentar mi libro en el  Miami Book Fair International la temperatura mejoró. Este cambio en el clima no impidió  que  cuando llegáramos al Wolfson Campus del Miami Dade College el viento nos recibiera  de una manera violenta. Para entrar en la feria los adultos deben pagar ocho dólares. Pero no sólo se cobra el ingreso. También había una que otra ponencia en que había que pagar el importe de quince dólares. Sin embargo, el  evento estaba repleto de gente y los encargados estaban preparados para recibirlos, ya que todo fluía a la perfección. Por ejemplo,  los conciertos que se daban en la parte juvenil no molestaban  con  las ponencias que se presentaban en los edificios de la universidad. Por todos los stands de libros circulaba un río de gente. Los stands eran diversos. Los que más sobresalían eran los de Books and  Books que era la librería  local  que surtía los libros  de los autores  que se estaban presentando en la feria, pero también estaban  los  de los  hare  khrisnas,  los de los hermanos musulmanes,  los  de comics, los infantiles y   los  de  editoriales como  Penguin,  New Directions  y  McSweeney’s. Casi al lado de este último estaba el de  Jai –Alai  Books donde Melody Santiago y Cristina Frigo aseguraron que estaban vendiendo mucho y para probarlo señalaron  a varias mujeres que deambulaban con el  bolso de Joyce Carol Totes.

Al igual que   los stands y  el área de música  y de  los juegos infantiles que estaban repletos de gente, las conferencias y las presentaciones  también estaban concurridas. Esto resulta sorprendente cuando uno piensa en la cantidad de actividades que se sucedían simultáneamente. No por nada el New York Times  se refirió a  la  Miami International Book fair como el Art Basel de la literatura.  Para esta feria se presentaron alrededor de 500 autores nacionales e internacionales. Sin embargo, lo más significativo era la gran cantidad de poetas que habían venido para el evento. La  poeta Yadhira Peralta me explicó que esto se debía  a que el actual director de la Feria del libro, Tom Healey, es poeta.  También me dijo que la  Knight Foundation y la Poetry Foundation trajeron varios de los poetas más interesantes de los Estados Unidos, que los finalistas del National Book Award estaban allá  y que en el hotel Standard ofrecerían  una lectura organizada por el poeta Adam Fitzgerald.

Esa tarde asistimos al homenaje que le hicieron Jorie Graham y Charles Wright al poeta Mark Strand  en  donde se ponderó su  poesía y su labor de traductor. Según explicaron, el poeta se encontraba enfermo y  no había podido participar. Antes de ayer me enteré de que había fallecido. En un momento se leyó  “Mantener las cosas juntas”,  uno de sus poemas que siempre he admirado   y que ahora que  se ha ido se puede leer como una especie de elegía.

En el campo

soy la ausencia

de campo.

Siempre

es así.

Donde quiera que esté

soy lo que falta.

 

Cuando camino

parto el aire

y siempre

vuelve el aire

a ocupar los espacios

donde estuvo mi cuerpo.

 

Todos tenemos razones

para movernos.

Yo me muevo

Para mantener las cosas juntas.

También fuimos a las lecturas  que hicieron Carolyn Forché, Duncan Wu y Bob Holman,  poeta este último que conocí años atrás en Costa Rica y que se encontraba  en la feria principalmente para participar en un conversatorio sobre William Burroughs. Mientras  Bob Holman leyó su poesía influida por la cultura galesa,  el hip hop y  el  músico africano Papa Susso,  Duncan Wu leyó parte de un ensayo que se centraba en  los poetas de los lagos y Carolyn Forché, que publicó una antología de poesía en inglés,  fue leyendo las  divertidas semblanzas de una serie de poetas  que pese a ser poco conocidos, sus textos han sido recitados a través de las generaciones y han terminado convirtiéndose en himnos o canciones.

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A las seis, en esa misma sala,  me tocaba presentar  mi libro junto a Andrew Durbin, Julie Marie Wade y Roger Reeves. Antes de empezar la actividad  me enteré que Julie Marie Wade se había accidentado y  que no  vendría  a la lectura. Quería escucharla puesto  que el título de su libro When I was straight me  había causado mucha curiosidad. Al igual que  la noche  en el Ball and Chain,  leí en español los originales y  Scott Cunningham leyó las traducciones. Después de mí leyó Andrew Durbin un largo texto titulado “You are my Ducati” que es sobre un  video que hizo la cantante Ciara del tema “Ride”. Cuando este terminó  Roger Reeves, un poeta oriundo de New Jersey, leyó varios poemas que iban  desde el racismo imperante en Texas hasta el básquetbol, el amor  y su devoción por Wu Tang Clan. Tras esto  nos sentamos en una mesa a firmar nuestros libros.  Pero a diferencia de otros autores no había las largas filas, ya que se trataba de poesía y ninguno de los tres éramos famosos, pero a mí me gusta pensar que se debía a que era tarde y a que no había casi nadie en la feria y lo único que pasaba era el viento agitando las carpas y arrastrando periódicos, programas de la feria y papeles. Andrew de inmediato desertó y  Roger y  yo  nos quedamos un rato firmando los libros que unas señoras entusiastas  y unos amigos dominicanos solidarios habían traído.

Después de que María Juliana amablemente  nos llevara de vuelta al hotel nos duchamos, nos  vestimos y  nos echamos a caminar hasta The Standard para participar en la fiesta, escuchar la lectura de poetas  y  pasear por el área de la piscina del  hotel  donde  según  Enmanuel  se podían presenciar los mejores atardeceres de  Miami.  Sin embargo, la distancia entre  nuestro hotel y The Standard no era tan cercana cómo señalaba google maps.  Caminamos varios kilómetros hasta que cruzamos  el puente  famoso en que un año atrás  un  tipo  se había empezado a comer a otro luego de drogarse con sales de baño. Desorientados y sin nadie a quien preguntar que no fuera taxista  y no quisiera cobrarnos por la información, decidimos  seguir a una rubia alta  y elegante que estábamos seguros era Siri Hustvedt  y que nos condujo hasta las puertas del Standard.

Pero llegamos tarde, ya que los tragos habían dejado de ser gratis y apenas quedaban los escritores que no  habían ligado. La mayoría estaban sentados en los chaise long mirando la  hermosa vista que  tiene el mar en esa área de Miami y que recordaba un verso sobre Miami   del libro de  Dave que  pregunta: “¿de qué sirve el agua si está por todas partes?”  Para descansar de la larga caminata  nos recostamos en un chaise long. Ahí oyendo el ronroneo de  los aviones perdidos entre las nubes  y observando  a  las  escritoras  que se tambaleaban  con tacones y tragos en las manos,  a John Waters  con su bigotito de mentira  y   que andaba con  un traje de Comme des Garcon  y  a los  dependientes del stand de McSweeney’s  quienes se besaban  sin importar la diferencia de edad y belleza  que había entre ellos, empezamos a sacar cuentas del dinero que habíamos gastado.

A la hora retornamos al  lobby donde  Adam Fitzgerald presentaba los poetas americanos. Disfrutamos las  lecturas  de una  poeta  de la cual  luego supimos que era transexual y que era idéntica a la señora de  las palomas que aparece en la primera parte de  Home Alone. Permanecimos  un rato con Eduard Tejeda  y con  Dave hasta que apareció una muchacha bellísima de pelo corto que me saludó  y me dijo que me recordaba de la vez que leí  en  O’ Miami. Me contó que se dirigía  a una fiesta con una amiga en Wynwood  y que si queríamos  podíamos acompañarla. Estoy seguro que me dijo eso, aunque una hora después mi novia  me  aseguró  que  ella en ningún momento  dijo  que nos había invitado a  que fuéramos con ella y que yo la había entendido mal. Pero bueno, eso me lo explicó mi novia luego, ya que en un momento  en que ella estaba hablando con Dave, me les  acerqué, los interrumpí  y le dije a la muchacha  que  queríamos ir a la fiesta y que Dave nos podía llevar ya que había alquilado un carro para pasear por Miami. Sorprendida, como si me hubiese sobrepasado con ella, la muchacha   me  lanzó una mirada fulminante y me dijo  en  cubano,  ya que todo el tiempo habíamos estado hablando en inglés, “que fresco eres, chico”, lo que claro está, me confundió más y mientras más yo intentaba componer la situación más la arruinaba y ella decidió marcharse, aunque a cada rato se volteaba y  señalándome me decía:

– Qué fresco  eres, Frank.

Así que no tuvimos otro remedio que aceptar la invitación de  Eduard para  ir a Kill your Idols, un bar que queda en South Beach, próximo a nuestro hotel y  donde esa noche estaba tocando una banda de punk.  A pesar de que disfrutamos las canciones de la banda  y nos divertimos con la bajista que tocaba de espaldas al público y  a la que su papá le voceaba que se volteara,  decidimos  despedir a Eduard y retornar al hotel.

Para  mi  penúltimo día en Miami me  levanté más tarde de costumbre y con ganas de ponerme a escribir, pero cuando me senté en el escritorio y moví la cortina me di cuenta que el sol estaba brillante  y que el cielo estaba  despejado sin señal alguna de nubes, por lo que  terminé saliendo afuera para recibir el solecito.  La temperatura estaba agradable y ya se podía ver mujeres paseándose en bikinis.  La avenida Ocean era atravesada por  los descapotables y  todo el mundo estaba corriendo  o  pedaleando bicicletas o patinando.  Desayunamos frente a la playa   mirando los helicópteros que pasaban y mujeres y hombres con cuerpos esculturales hasta que paramos un taxi y le pedimos que nos    llevara a la Feria del libro  donde a las once Glenda y otros editores de revistas  de Miami iban a discutir sobre literatura y medios digitales. Cuando atravesamos el puente que conduce a  downtown nos sorprendimos por  la cantidad de cruceros nórdicos que habían atracado la noche anterior como si hubiesen leído en alguna parte que  la temperatura hoy en Miami iba a estar agradable y el clima soleado.

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La actividad en que participaba Glenda empezó puntual. Había casi diez exponentes de distintas nacionalidades e incluso uno que participó a través de skype. Al principio, cada uno se refirió a su relación con el medio digital, con las redes sociales y con los ebooks, para culminar hablando  de sus revistas y de sus contenidos.  Ya que debido a las preguntas del público la   actividad  se extendió más de lo esperado, tuvimos que irnos antes de que terminara  para llegar a tiempo a las lecturas de  Stuart Dybek, Russell Banks y Mary Gordon en el auditorio del edificio 1.  El auditorio era tan moderno y tenía cámaras y luces tan sofisticadas que uno se imaginaba que estaba    en  el set de un programa de televisión.  Mientras Russell Banks  decidió leer los primeros párrafos de cada uno de los cuentos del libro que estaba presentando, alegando que eran demasiado extensos, Mary Gordon leyó dos fragmentos  de su novella  The Liar’s wife y Stuart Dybek leyó el cuento  “The sart of something”.  Durante la sesión de preguntas y respuestas, Stuart señaló que  la feria de Miami ha sido el lugar de peregrinación de muchos escritores no sólo para  presentar su obra, sino también para saber que está pasando con la literatura norteamericana  e internacional.  Ya que  adoro la obra de  Stuart Dybek , quien es sin duda uno de los grandes cuentistas vivos, aproveché la fila que se hizo al final de las lecturas  para pedirle que me firmara los dos libros  que luego de un largo silencio editorial ha publicado este año  Ecstatic Cahoots y  Paper lanterns y para confesarle  que he traducido algunos de sus poemas.  La noticia lo puso contento al punto que prometió   enviarme  uno de sus primeros libros de poesía que  está agotado desde los ochenta.

Tras almorzar en un restaurante mexicano del downtown retornamos con María Juliana al  mismo  auditorio donde Francisco Goldman, quien  acaba de publicar The interior circuit, un libro  de crónicas sobre  Ciudad México, el autor jamaiquino Marlon James y Nuruddin Farah  presentarían sus libros.  Francisco Goldman  se refirió a los  artículos que ha venido publicando en el New Yorker sobre la desaparición de los 43  estudiantes  de  Ayotzinapa.  Cuando fuimos con  ejemplares de Say her name  para que nos lo firmara, mi novia le comentó de los artículos y Francisco dijo que era una situación terrible y que  ante esa catástrofe  no podía tener paz mental sino estaba en México  reportando  la situación.

En el auditorio ahora estaban preparadas para presentar sus libros las escritoras Siri Hustvedt, Francine Prose y Susan Minot. La primera fue  Siri Hustvedt que leyó por más de veinte minutos  varios fragmentos  de su nueva novela que según explicó es coral y que está ambientada en  el Nueva York de hoy en día. Alta y elegente, Siri no era la rubia  que habíamos seguido la noche anterior. Ni tampoco lo era  la otra  escritora rubia que estaba a su lado, Susan Minot, quien habló de  cómo llegó a escribir  su  nueva  novela  que  contaba el secuestro  de un grupo de niñas africanas de un  convento por el guerrillero Joseph Kony.  No quiero sonar cruel, pero a  partir de lo que contó, supuse que con el dinero que  había gastado haciendo research para la novela,  se  habría podido pagar el dinero del rescate de las niñas.  Ya que estábamos cansados   y necesitábamos una pausa no alcanzamos a oír a Francince Prose. Compramos café y fuimos a  la  presentación del libro  Fenómenos de circo de  la escritora argentina  Ana María Shua.  Tras  descubrir el edificio, subir varias escaleras y  esquivar una  larga fila de  personas que buscaban que el escritor Andrés Oppenheirmer les firmara su libro,  alcanzamos el salón.   Ana María Shua se refirió al  género del  microcuento que ha venido cultivando desde los setenta   y  junto a comentarios jugosos compartió algunos   textos de  su libro  Fenómenos de circo  que  contaban las vidas de  enanos, amaestradoras, tragasables, malabaristas, entre otros. Cuando alguien del público le preguntó si  había sido una aficionada al circo  en su niñez, Ana María respondió que no le gustaba ir porque olía muy mal.

Aunque a  las seis en ese mismo salón  se presentaría   una lectura de varios autores hispanoamericanos estábamos  ya comprometidos con la presentación del libro de  Dave que se llevaría a cabo en el edificio ocho.  Al avanzar por la feria  vimos  proyectado en una pared  de un edificio la entrevista que le hacía Questlove  al padre del funk  George Clinton a propósito de la biografía de este último que se acababa de publicar.  Esquivábamos y dejábamos atrás a gentes que cargaban fundas de libros y que revisaban los programas de la feria.  Cuando llegamos  las presentaciones de Dave y  de Willie Perdomo aún no habían empezado. De manera entusiasta, José Portela quien presentó la actividad resaltó la obra de ambos autores. La lectura fue entretenida y el público los  adoró tanto al punto que hicieron varias preguntas relacionadas con los poemas y también con la relación de las  nuevas generación con  la poesía clásica.  Willie Perdomo  comentó en un momento que  cuando era teenager le resultaba difícil relacionar  el borracho de la esquina de su casa en el Spanish Harlem  con algún personaje de los  Cuentos de Canterbury, pero que con el tiempo lo pudo hacer, y él confiaba que muchos de los que han crecido en situaciones similares tarde o temprano lo hicieran.

Cuando salimos del edificio la feria estaba  tan vacía como si de repente hubieran anunciado una bomba y nosotros no nos hubiésemos enterado. María Juliana nos dejó un mensajito en WhatsApp y nos dijo que iba a llevar a Ana María Shua al aeropuerto y que la acompañáramos. Cenamos en un restaurante cubano  que tenía un menú de veinte páginas  y que  quedaba próximo al aeropuerto.

-¿Qué es lo que más te impresionó?  – le pregunté a Ana María Shua.

– Que no hubo sol.  Recuerda que estamos en la ciudad del sol. Bueno, hoy hubo y yo aproveché para nadar un rato en la pileta.

Quince minutos después la dejábamos  frente a la terminal de American.  María Juliana nos llevó de vuelta al hotel contándonos anécdotas de  cuando era asistente de vuelto y de su  gran amistad con el escritor Kurt Vonnegut y su esposa. Ya en la habitación, a eso de las nueve, estaba dispuesto a ponerme a escribir mis impresiones sobre los fragmentos  de obras que había oído y  que me habían inspirado tanto, pero en vez de eso me recosté de la cama y me quedé dormido hasta el día siguiente que ya era nuestra partida.

Nuevamente el día estaba hermoso y el sol  tan brillante como acá en Santo Domingo. Cuando le dije a mi novia que fuéramos a la playa, ella me dijo que prefería  ir al American Aparell que estaba en la esquina. Así que fui solo   a la playa y caminé por los alrededores  mirando de reojo  a las strippers de South Beach que se soleaban en topless. Luego de darme un  chapuzón  y de  merodear por los alrededores volví al hotel y esperé la llegada de mi novia y de Scott que iba a traerme los libros que me llevaría a Santo Domingo.  Ese instante,  en que me encontraba solo en  “la habitación del escritor”, sin duda alguna era el idóneo para sentarme a escribir, pero cuando ya había sacado mi  macbook y procedía a hacerlo, recibí una llamada del recepcionista que  anunciaba que ya era hora de hacer el check out. Tomamos el taxi al aeropuerto a las dos de la tarde. Allá pregunté si podía meter la portada de mi libro enmarcada dentro del avión y me dijeron que sí.  Por lo que fui cargándola a través de migración y  de todas las terminales. En un momento, cuando terminamos de  almorzar y retornábamos a  nuestra terminal  se acercó uno de los dependientes del café.

-Caballero, no olvide su sueño – me dijo entregándome la portada de mi libro enmarcada que había olvidado debajo de la mesa.

Mi novia no paró de reírse, pero a mí no me pareció gracioso y tomé la portada de mi libro enmarcada y avancé hasta la terminal.