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PorJimmy Valdez
Para desafiar a la muerte me puse un piano en la sien, un clavicordio atronador, inexpugnable. Subí hasta el barcón, grité todos los agujeros de un solo golpe, respirando un aire lánguido y sombrío, pero frecuente. Pensaba en Galileo y la oferta de planetas aplanados, el silencio de Dios desvergonzadamente a carcajadas, la misma teoría del dos más dos más la certeza de que la piel de cabra sirve para disfrazar la mordedura de las serpientes.

Me escucho. Comienzo a ser siniestro como un zaguán oscuro, desde la mañana he sido todas las cosas, y la embriaguez juega su papel efervescente:

Qué hermosa es la ciudad en su implacable bostezo de día festivo, mi cuerpo cae en un brevísimo otoño de hojas.