G. Galán
Madre, cada vez que hablo español
te nombro, enseñándome el nombre
de la rosa en el jardín.
Del cielo, dibujándose elefantes de domingos
sobre algún sueño.
Del vestido largo bailando noches
habitadas por tu risa.
Cada vez que cuento eñes,
me abraza el libro que,
con cariño, me leíste
y vuela hacia este lugar tan lejano,
un abrazo contando cercanía.
Madre, cada vez que escribo café,
comparto tu descanso,
siempre apurado,
y el dolor de tus pies
empieza a dolerme en la lengua.
Entonces mis poemas gritan
luces apagadas
donde puedo ver tu abnegación y tu entrega.
Y ahora, aquí me tienes,
enseñando a otras niñas
a deletrear el abrazo de sus abuelas,
mientras recuerdo a la mía,
contándote de niña para que yo no te pierda.
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