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Por Ramón Saba

Nació el 22 de septiembre de 1924 en San Pedro de Macorís y falleció el 23 de abril de 2011 en Santo Domingo a los 85 años de edad.

Poeta, ensayista, abogado y profesor universitario dominicano, considerado como uno de los miembros más destacados y difundidos de la Generación del 48, compartiendo espacio con los distinguidos poetas  Rafael Valera Benítez, Lupo Hernández Rueda, Abelardo Vicioso, Máximo Avilés Blonda, Ramón Cifré Navarro y  Luis Alfredo Torres, quienes además se reconocen como continuadores de La Poesía Sorprendida. Víctor Villegas figuraba entre los más dotados del grupo.

Villegas se doctoró en Derecho en la Universidad Autónoma de Santo Domingo e impartió durante dos décadas la cátedra de Literatura Dominicana. Fue jurado en concursos literarios celebrados en el país y delegado a congresos literarios nacionales e internacionales. Dirigió la revista de arte y literatura Yelidá. Fue miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, del Ateneo Dominicano, de la Federación Latinoamericana de Sociedades de Escritores, del Comité Internacional de la Soberanía de los Pueblos y presidente de la Unión de Escritores Dominicanos. Publicó en las revistas literarias Cuadernos Dominicanos de Cultura y Testimonio, además de en los periódicos La Nación, Listín Diario y El Caribe. Profesor de Literatura en la Facultad de Humanidades y profesor de Literatura Universal e Historia de la Literatura en la Universidad Autónoma de Santo Domingo; profesor de la Propiedad Intelectual e Industrial en la escuela de Derecho de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra en la Maestría de Derecho Empresarial y Legislación Económica. Fue Presidente saliente de la Asociación Dominicana de la Propiedad Intelectual (ADOPI);  Presidente del Comité Haitiano-Dominicano por la Integración de la Cultura; miembro del Colegio de Abogados de la República Dominicana y  presidente de la Editora Nacional de la República Dominicana, además socio del bufete de abogados Jorge Mera & Villegas.

En 1982 recibió el Premio Nacional de Poesía por su obra Juan Criollo y otras Antielegías. En Venezuela le fue otorgada la Medalla al Mérito Literario Hispanoamericano y en Cuba, la Medalla José María Heredia. Ha formado parte de las principales antologías poéticas publicadas en República Dominicana. En el año 2000 obtuvo el Premio Nacional de Literatura. Mereció la condecoración de la Orden de Caballería de Duarte, Sánchez y Mella en el grado de Caballero, que le otorgara el Presidente  Leonel Fernández Reyna. El Ministerio de Cultura declaró a Víctor Villegas como “Activo Cultural Dominicano”. También en el 2010, la Cámara de Diputados del Congreso Nacional de la República Dominicana le impuso la Medalla al Mérito Literario y Cultural.

Hubo que esperar su obra los Diálogos con Simeón para conocer ampliamente los aciertos de este poeta que ya empezaba a dar pasos seguros rehuyendo las publicaciones apresuradas, condición que siempre mantuvo y le caracterizó en su carrera de escritor pulcro y cuidadoso de su producción literaria. Su poesía se acerca al hombre dominicano con fuerza y delicadeza a la vez mezclando, a una suprarrealidad controlada por la razón, los ecos de una poesía oral, que casi pretende explorar el folclorismo, los paisajes y las figuras regionales elevándolos a una significación social.

Entre las principales obras de Víctor Villegas podemos señalar Diálogos con Simeón; Charlotte Amalie; Botella en el mar; Pedro René Contín Aybar, Selección y Prólogo de su Poesía; Antología de Poetas Petromacorisanos; Juan Criollo y otras Antielegías; Botella en el Mar; Cosmos; Poco Tiempo Después; La Luz en el Regreso (Antología); Antonio Fernández Spencer, Poeta y Humanista, Ensayos Críticos; Ahora no es Ahora; Muerte Herida; Poética y presencia de Pablo Neruda en la República Dominicana; La muerte al borde de la muerte y Sueño y realidad.

Víctor Villegas fue el prologuista de mi primer libro Por fin las Amapolas y junto a los consagrados poetas Radhamés Reyes-Vásquez y César Zapata, me aportaron sugerencias importantes para su feliz culminación y para mis futuras producciones literarias, por lo que guardo de ellos un agradecimiento muy especial, sobre todo al primero que me acogió como “ahijado” poético.

Mahya Villegas, su hija, confiesa que “No conocí a mi papá nostálgico. No era nostálgico. Era alegre, creativo, amiguero. Era chistosísimo, un hombre sin ningún tipo de malicia”.

El poeta Basilio Belliard confirma que “Siempre fue un poeta, desde sus inicios hasta los últimos años. Y se mantuvo de manera constante escribiendo y publicando poesía, de manera muy renovada, muy fresca, como si fuera un poeta de 30 años”.

El poeta Alexis Gómez Rosa especifica que “Villegas era tan abierto a las nuevas tendencias literarias que, en su caso, tuvo lugar una forma poco usual de influencia: “Se da un caso curioso. Es que Víctor, que fue un poeta mayor, se sintió revitalizado por los jóvenes. Podemos decir que los jóvenes comenzaron educando a “papá” en la obra de don Víctor”.

El poeta Valentín Amaro asegura que “Víctor Villegas es la representación viva del poeta comprometido con su pueblo y con las nuevas generaciones de escritores… hay varios Villegas en lo que fue su poesía”.

El Historiador Juan Daniel Balcácer expone que Villegas “Era un poeta de un lirismo muy original, excepcional, que dedicó a cantarle a la patria. En el plano intelectual fue un gran conciliador, un partícipe de mantener las distintas corrientes y expresiones del pensamiento dentro del campo intelectual y la literatura, sobre todo. Fue una persona muy afable”, indica a la vez de destacar que las letras nacionales acaban de perder a uno de sus más exquisitos exponentes.”

El poeta y ensayista Simeón Arredondo: “El tema de la muerte tratado con mucha profesionalidad, decencia y delicadeza, con un alto sentir poético y con creatividad extrema, está presente en toda la obra poética conocida de Víctor Villegas. Como Neruda cuando afirma Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta, Villegas ha hablado por muchas bocas calladas, por muchas bocas humilladas, por muchas bocas muertas.”

El ensayista Miguel Collado nos cuenta que “Además de poeta, Víctor Villegas tuvo tiempo y vida para abordar el fenómeno literario desde otras perspectivas: fue crítico literario, ensayista y buen antólogo; pero, sobre todo, supo ser amigo y hacer amigos. Por más de veinte años enseñó Literatura Dominicana en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Víctor Villegas, con esa vocación de maestro que lo hacía noble y antiegoico, fue mentor de escritores jóvenes desde la década del 60 hasta sus últimos días de existencia productiva. Con frecuencia se le oía decir, con ese humor inherente a su personalidad, que él se consideraba ser un poeta tan joven como los poetas que surgieron en los años 80, quienes lo admiraban y respetaban por su espíritu solidario y altruista, solamente comparable con el de don Mariano Lebrón Saviñón, su gran amigo.”

El poeta Benito Manuel nos dice que “Independientemente de las cualidades y caballerosidad que adornaban al ilustre poeta, debemos agregar que fue un poeta hasta el día del viaje de su cuerpo a ese país de Hamlet, aunque su estirpe de poeta comenzó a desarrollar en la Generación del 48, no se quedó rezagado en el tiempo, sino que produjo y adaptó su arte poética entendiendo los nuevos tiempos en el uso del lenguaje y las estéticas que se practica en todos esos años que le tocó vivir y versificar.”

El cuentista y poeta César Zapata agrega con orgullo que “Don Víctor me presentó mi primer libro de poemas. Radhames Reyes-Vásquez fue el maestro de ceremonias. Tanto uno como el otro ya habían recibido la cordial visita de mis coetáneos para “advertirles” de que mi libro era una especie de plagio de ciertos simbolistas (lo que significó el primer elogio de los ochentistas a mi literatura). Don Víctor, con el gran valor humano que ostentaba, nunca me dijo de esa visita. Pero en la presentación refutó los “juicios” de mis cordiales amigos. Así nos acercamos: por viajes compartidos y el encanto de encontrarnos en la Cafetería Colonial. Tuve el honor de leer inédito “poco tiempo después”. Con la muerte de Spencer (mi maestro) le pedí a Don Víctor que me adoptara, así que, aún rechazado por sus hijos blancos, pasé a ser su hijo literario, lo que incluía “besarle la mano” muy discretamente, pues era una acuerdo secreto entre los dos.”

Por último la poeta Farah Hallal reafirma que “Don Víctor creía en los jóvenes y en los ignorantes.  Se explica porque creo que era maestro antes que poeta. Yo secretamente siempre le admiré el porte. Si Dulce Ureña lo confirma, presentó mi primer libro adolescente que mi amigo César Zapata puso en duda con toda razón. Pero que don Víctor, maestro como era, no hizo otra cosa que estimularme y apoyarme. Sin embargo, no fui su pupila; a veces pasaba horas solo mirándolo compartir en el Parque Colón, tan galante y hermoso, tan humilde y risueño… Tan el mismo.”

Concluyo esta entrega de TRAYECTORIAS LITERARIAS con un bellísimo poema de Víctor Villegas…

 

Apoteosis de la luz

En el principio era un túnel más allá de la muerte,
un eco sin metal, sin sonido de abejas,
era un silencio solo mordido por la ausencia,
y no había más guitarras
que el sueño de la lluvia,
y más pan que la espera del oro de los días.

En el principio era el tiempo. Ningún amor furioso
repartió por sus venas de lacerante fuego
el calor del deleite que emana de los cuerpos,
la tentación y el aire de los últimos labios
que mueren con la luna detrás de las ventanas.
ninguna mano, ni mil manos,
ni un millón de corales,
ni el pecho atravesado del ruiseñor, ni la ceniza,
ni el grito de los pueblos con sus ojos de aceite
buscando los paisajes,
nada a no ser una huella sin su pájaro
un latido sin cauce, una mirada ciega,
pudo de luz y ámbar inaugurar la espuma.

¡Entonces, ay, la estrella, los nardos, las espadas!
¡Cuántos rostros sombríos cayeron en las tumbas,
cuántos hijos pudieron desenterrar la sangre!
Ni siquiera la lluvia merece este lamento.
Cuando llegó el más fuerte y doblegó los bosques,
y crujió la madera y el corazón del hombre busca asilo
en un mundo de muerte inverosímil,
cuando las calles solas se hundían en las sombras,
y era confuso el beso y el llanto era confuso
como cola de gallo empujada por soldados,
quién pensaba en la furia del hacha redentora,
en la flecha que el joven capitán encendía,

Mañana es esta hora de alas infinitas,
La otra orilla estará poblada de luceros,
y habrá espacio en la mesa y niños como espigas,
y azúcar empapada de canto y de rocío.

Mañana como siempre caerán las amapolas.
Otra vez el principio, otra vez, sin embargo,
como una llama blanca.

 

saba