El libro es una exitosa prótesis que ha permitido sustituir muchas de las funciones del cerebro. Tal es la línea de pensamiento de Roger Barta, autor de la Antropología del cerebro. El ser humano no tiene la capacidad de almacenar la gran cantidad de memorias que constituyen la genética estructural del pensamiento y el conocimiento. Por tanto, recurrimos a la palabra escrita para conformar, incluso a través de lo que Barta llama “memorias artificiales”, redes de externas a la operación del cerebro para marcar nuestro paso por el tiempo. A esto, en su suma, lo llamamos conciencia –sea colectiva o particular.
Todos aquellos que de alguna forma u otra estamos vinculado al mundo de los libros debemos comenzar a preguntarnos hacia dónde se dirige la industria de las publicaciones, quiénes son sus productores y sus consumidores.
Si un libro es una prótesis, la presente situación del libro en Puerto Rico podría comparse al desmembramiento paulatino de un cuerpo literario.
En Puerto Rico, la gran parte de la literatura nacional se consume en la zona de Río Piedras y su distrito cultural. Otra porción considerable de la producción literaria local llega a la cadena de librerías Borders y una mínima parte se distribuye en librerías pequeñas del resto de la isla afiliadas a veces a museos, zonas universitarias y localidades afines. Es claro: el principal problema del libro en Puerto Rico es la presentcia y ubicación de sus puntos de venta. Esto, sumado al gran paratexto: la crisis económica.
Siendo el libro, como dice el historiador del libro Roger Chartier, “material y discurso”, la reducción de los espacios de exposición para la producción literaria es crucial para la subsistencia no sólo de esa extensión de la memoria, sino que también de la industria. Esto, como le comentaba al mejor librero de todo Puerto Rico, Alfredo Torres, incidirá necesariamente en la manera que los escritores escriben. Por ejemplo, quien escriba para las masas encontrará menos canales para la diseminación de su obra. Por otra parte, quién escriba para un público más selecto entonces deberá pactar con las limitaciones del mercado. Y hablo de mercado, justo o no, porque aquí nadie regala sus libros, hasta donde conozco.
Más aún, la presente crisis económica incluso tendrá repercusiones en la forma que consumimos nuestros libros. Si bien compraremos menos y seremos más exigentes con la calidad del texto, los editores se ocuparán de producir menos libros, en tirajes cortos y hasta de impresión sobre pedido –el famoso Print-on-demand-.
En todo este panorama, el libro digital está aún muy lejos de ocupar un espacio significativo.
En muchas medidas, nuestro contacto con el papel nos acerca más a la naturaleza, nos mantiene en sincronía con nuestra humanidad integrada de la misma manera que Barthes veía que los juguetes de madera, y no los de plástico, eran fundamentales en la vida del niño.
Provoca una conaestesia –una sensación de compleción y plenitud-, decía el filósofo francés.
Y eso todavía queda por negociarse. Por el momento.
¿Qué nos queda?
Ante la falta de una prensa cultural consecuente, las redes sociales, el blog y medios similares de interacción virtual en la Internet ayudarán a promover las obras de los autores, aunque no creo que al solucionar la crisis económica vayamos a ganar más lectores de inmediato. Los lectores se forman, no se compran.
Pero ahí seguimos, aunque sea para satisfacer 100 o 200 lectores, mientras nos comemos de afuera hacia adentro.
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