El poeta y promotor cultural Mariano Flores Castro falleció este miércoles 5 de febrero a causa de un infarto. Tenía 64 años de edad.
El también ensayista perteneció desde los años sesenta al mundo cultural mexicano desde distintos frentes. Fue agregado cultural en varios países, especialista en Artes Plásticas y escribió dos novelas, así como varios libros de poesía, algunos de los cuales fueron galardonados.
Recibió, por ejemplo, el Premio Nacional de Literatura Efraín Huerta con su libro El arte de un día difícil (1990).
Estudió historia en la Universidad Iberoamericana, derecho en la UNAM y tomó cursos de filosofía en la Universidad de Friburgo, Suiza.
Fue cofundador y productor artístico del grupo De la tinta a la voz. En 2006 produjo la lectura dramatizada de Ana en el trópico, de Nilo Cruz, primer hispanoamericano en obtener el premio Pulitzer de dramaturgia. Las presentaciones se efectuaron en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, en la capilla gótica del Centro Cultural Helénico y en el teatro Orientación del Centro Cultural del Bosque.
En octubre de 2005 participó como poeta invitado, por segunda ocasión, en el Encuentro Internacional de Poetas del Mundo Latino, realizado en Morelia, Michoacán.
Como todo poeta, Mariano Flores Castro será recordado por siempre en su poesía.
Pelvis pulimentada en el torno de un instante frutal,
en el cerebro atónito del fuego, en la fiera
doblegada por el cero, en el muro horizontal que miro.
Pelvis arrebatada a los vientos y fluida en los embudos
que la noche tiende sobre una ciudad inconfesada.
Ahí quiero perderme, ave, nube, caliza, incandescente.
Hueso amatorio de mi bien amada,
materia desprendida de estrellas dormitantes,
huecos de guijarros y polvos ancestrales,
laminilla apenas del cierzo que aviva tu nombre.
Pelvis devota, limada al punto del coral,
abierta al sereno, memoria sin pureza, ambidiestra opacidad
—de día es arte y en la noche riega azucenas
donde pacen mis peores intenciones.
Pelvis florida, lujo asiático, penumbra saturada de óleos,
móvil estatua de tu espera, ay, tu nombre, tu pelvis,
tu errabundo nombre ciego, tu nombre de hueso,
tu llamada auricular, tu esqueleto pues, el fulgor de tus giros,
la inmensa terraza de tus ausencias óseas y flagrantes.
Pelvis que va y viene de no se sabe qué epopeyas,
jarros de agua bebida al azar, murmullos rulfianos,
mares disueltos en un cielo desentendido de la tierra.
Pelvis derretida en el hosco cirio de mis plegarias,
arquitectura de renos y castores, de cetáceos dentados,
de sirenas serenas y espirales aspiradas por los ojos,
de lógicas dislocadas y extensiones en celo,
pelvis feraz, feliz cornucopia, vientre del día,
apropiada en la burbuja labial en que me acuerdo.
Ahí quiero perderme, ave, nube, caliza, incandescente.
DESIERTOS
No es cierto que en el todo esté la nada.
No es cierto que el desierto sea un baldío.
Debajo del huizache, entre los cactos,
en diminutas cuevas y senderos
cavados por hormigas faraonas,
hay un ir y venir de febril tráfago
que sin parar calcula y edifica
urbes, puentes extensos como el mar,
solares prodigiosos donde callan
los camaleones rojos de vergüenza
por su lengua lanzadiza y su piel
rugosa como el pan de pueblos nómadas.
Lagartijas, serpientes y escaleras
ocultas en la arena van formando
las calles, las arterias de este imperio
que late como un sol corazonado,
sus murallas, sus lábaros candentes
en el cuarzo chamánico del sueño.
Aquí el escorpión, negro como un piano,
toca sus melodiosas castañuelas.
Aquí el calor del día se torna un puma
y la helada nocturna, una lechuza.
Aquí nace el aljibe de la nube
solita en el azul reverberante
y el discurso heliotrópico del águila
expande la oración de los beduinos,
los seris, hijos de Gengis Kan, chinos de Gobi
y gente dedicada a comprenderse.
No hay silencio en la arena, hato de voces,
el eco de conquistas despiadadas
retumba en este tímpano de azogue
multiplicado al escuchar sin ser oído.
No hay quietud en este antiguo paraíso.
Deshabitado y yermo está ese insecto
que ignora la pasión de los desiertos,
el que todo lo tasa en peso de oro,
el ciego de mirar tanta basura,
el tren descarrilado de la vida
corriendo por las vías de su impaciencia
sin detenerse a ver las odaliscas
guardadas bajo el celo de las dunas.
Deshabitada y yerma es la nación
de los ojos estériles
comidos por los cuervos de la usura.
LA CULPA
Homenaje a Álvaro Mutis
Maneja tu culpa como un cáliz hechizado.
Maneja tu culpa como una antigua joya familiar.
Maneja tu culpa como un espacio inmune
al perdón, a la dicha, a la libertad de cambiar.
Maneja tu culpa como una sentencia inapelable.
El poder se pierde al ocupar el trono de la culpa,
como una guerra sucia contra uno mismo.
Admira sus delicados procedimientos, las maniobras
perfectamente calculadas de la culpa.
Siente cómo recala, cómo encaja los colmillos
la maldita en tu escueta biografía.
Maneja tu culpa con cautela. El movimiento
más eficaz es aquel que nadie espera.
El mejor de los planes es el que no se conoce.
Por eso, mide bien tu culpa, investiga sus coordenadas,
examínala como a un insecto bajo el microscopio.
Advierte que en ella hay condenas,
aunque también redenciones a tu espera,
argucias para sentirla un poco menos.
Pero recuerda:
nada es suficientemente eficaz y curativo
contra la cornucopia enferma de la culpa.
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