Desafiantes, sobre las olas, los barcos
se despedían en silencio.
Yo era solo una niña
que saltaba
y los miraba atenta
desde los banquillos
del Malecón.
Mi padre
me llevaba de la mano
para que no tropezara.
Treinta años más tarde
me encuentro sin mar
y con las manos vacías.
Acariciando una y otra vez
la misma pregunta:
¿hacia dónde se dirigían esos barcos?
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