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Clodomiro Moquete, escritor, periodista, gestor cultural y editor de la Revista Vetas, un dominicano que no calla ante lo que considera es su verdad. Un manantial del que uno puede nutrirse, gracias a su conocimiento sobre la historia dominicana y  su incidencia en la literatura de la isla. 

Con el conversamos y reímos ante alguna que otra respuesta, pero sobre todo meditamos y aprendimos.

En tiempos donde las nuevas generaciones vamos rápido por el trajín que nos presenta cada día, es un regalo poder conversar con alguien que nos abre las puertas de su mundo, ese mundo del que somos parte de manera directa o indirecta y del que aveces no tenemos referencias.

Aquí la primera parte de este encuentro.

 

• ¿Cómo se inicia su trayectoria literaria? hábleme de su primera publicación.

Entre 1970 y 1973 inicié y tuve una intensa vida literaria, en lo individual con los primeros ejercicios formales, con cierto rigor, en la escritura de cuentos y poemas. Publiqué dos cuentos en el suplemento Aquí, del diario La Noticia, en ese momento dirigido por el crítico y escritor León David. Se trató de los cuentos «Caminando hacia Guaza» y «Todos los meses del año»; y  en otro orden participé en la organización de un grupo literario que fue denominado «Pueblano», en que participaron activamente Carlos Cepeda, Tomás Modesto Galán, Domingo Hernández, Fernando de la Rosa Pimentel, Nápoles Calderón y Fernando Calderón. Carlos Cepeda era entonces un periodista de Santiago que residía en Santo Domingo mientras estudiaba en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, UASD; Tomás Modesto Galán era profesor de letras en la UASD; Domingo Hernández era un estudiante de teatro en la Escuela de Arte Escénico de la Dirección General de Bellas Artes; Fernando de la Rosa Pimentel era un activista cultural y era militante político, miembro de la Línea Roja del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, Nápoles Calderón y Fernando Calderón eran estudiantes de la Escuela de Arte Dramático. Yo también era estudiante de teatro en la Escuela de Arte Escénico y estudiaba educación e historia en la UASD.

Del grupo «Pueblano» -en el que participaron otros jóvenes amantes de la cultura artística- he escrito algo que anda por ahí. Nos reuníamos cada sábado en mi casa materna, en la calle Avenida Segunda del barrio de Mejoramiento Social. Cuando me casé en 1974 me fui a residir en otro sector de la ciudad y el grupo se diluyó.

Escribí luego una novela, titulada «El conductor», que narraba la vida cotidiana de un chofer de «concho» en Santo Domingo. Una tarde que prendí fuego en un anafe y el fajo de papeles en que había escrito a maquinilla mi novela ardió en unas pequeñas llamas que todavía me queman. Nunca he dejado de escribir poemas y cuentos pero sólo volví a publicar a partir de 1993 en la Revista Vetas.

 

• ¿Qué es vetas?

Las vetas son las venas. En las minas de oro o de plata vetas son las pepitas o filones. Las vetas aparecen en muchas fuentes materiales, como en la madera. En una tabla de madera puedes ver unas fajas o líneas finas de otro color, son vetas. La voz «veta» se ha utilizado como figura poética, tanto en poesía como en narrativa. En su popular poema «Hagamos un trato» Mario Benedetti dice

«Si alguna vez

advierte

que la miro a los ojos

y una veta de amor…»

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• ¿Cómo evaluaría el desarrollo de la literatura en República dominicana?

La literatura dominicana es una realidad de extraordinario valor artístico durante toda nuestra existencia como país, como nación. A partir de nuestra declaración de Independencia en 1844 y en la segunda mitad de ese siglo, el XIX, el país cultivó una excelente creación, en el sentido de literatura clásica y en lo popular. En el siglo XX esa calidad no dejó de crecer. Si la literatura en cualquier país del mundo se crea y desenvuelve ligada, vinculada a la realidad cotidiana y demandante de la población, en el caso dominicano ese nexo es un fenómeno valioso a estudiar. Si en cualquier país la literatura es un arte al servicio de la identidad cultural, en el caso dominicano ha sido un hecho artístico creado con amor a la gente del país, a la población. Este hecho del  artista que paga con su creación a su país, al amor a su país, a la necesidad y reclamo social de su país, es una de las explicaciones del contenido social de nuestra literatura.

Voy a mencionar dos fenómenos políticos del siglo XX en que el creador y la creación artística dominicanos son protagonistas. Califico este asunto como fenómeno político. Puedo mencionar en la segunda mitad del siglo los grupos La Máscara y El Puño, tras la revolución de 1965, pero me voy a detener con algunos detalles en El Paladión y en la Generación del 48, en la primera mitad de dicho siglo. La horrenda dictadura de Trujillo logró borrar de la memoria combatiente cultural lo que fue El Paladión. Fue el más importante partido político cultural y literario que ha tenido el país. Glenda Galán, querida amiga, aguerrida activista cultural, esto he dicho: El Paladión fue el más importante partido político cultural y literario que ha tenido la nación.

Contamos en el país con un investigador de extraordinaria importancia en el campo cultural. Es el historiador Alejandro Paulino Ramos, quien inició en la Revista Vetas, en 1998, una columna con el nombre de «Pasado por agua». Ya para ese año Paulino Ramos había cedido a su vocación de investigador histórico de la vida cultural dominicana y era profesor en la UASD. Este intelectual aportó, desde su columna y en su investigación para la Revista Vetas, hallazgos sumamente importantes de cuentos y otros textos de Juan Bosch, publicados en Listín Diario, en la revista Bahoruco, que dirigió el intelectual venezolano Horacio Blanco Fombona, residente en el país, y en una revista de San Pedro de Macorís. Varios de esos cuentos de Bosch, de evidente valor literario, fueron entregados al principal editor de la obra literaria de Bosch, el señor Guillermo Piña Contreras, quien los incluyó en ediciones y reediciones antológicas de cuentos y otros textos de Bosch.

Sin duda de ninguna clase el mejor aporte de Paulino Ramos a la Revista Vetas ha sido la investigación acerca del grupo político cultural El Paladión, que surgió y se desarrolló entre 1916 y 1931, encabezado por los intelectuales Carlos Sánchez y Sánchez, Cristian Lugo y Francisco Prats Ramírez, entre otros. El Paladión fue en realidad un amplio movimiento político-cultural de una importancia extrema, ligado en conocimiento y simpatía al marxismo-leninismo, con una postura en contra de la intervención norteamericana de 1916-1924.

Luego de desplegar en Vetas la amplísima labor de El Paladión el historiador Paulino Ramos completó su muy valiosa investigación y la publicó en un libro en dos tomos, una obra más que obligada, editada por la Academia Dominicana de la Historia y el Archivo General de la Nación, con el título «El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la Dictadura de Trujillo». Durante el período de El Paladión y ligado a este movimiento fueron publicados numerosos libros, incluyendo novelas y poemarios. Algunas de esas obras son recogidas en esta publicación, con lo que la obra tiene valor y contenido antológico.

Durante el desarrollo del siglo XX hubo numerosos grupos y clubes culturales que no he mencionado. El de mayor influencia en la vida cultural y literaria fue El Paladión. El otro grupo de la primera mitad del siglo que refiero es la Generación del 48, otro importante grupo político-cultural constituido principalmente por poetas pero con la participación de creadores dedicados a otros géneros artísticos y literarios. Los miembros de esta camada fueron Víctor Villegas, Abelardo Vicioso, Franklin Domínguez, Rafael Valera Benítez, Luis Alfredo Torres, Alberto Peña Lebrón, Rafael Lara Cintrón, Juan Carlos Jiménez, Lupo Hernández Rueda, Abel Fernández Mejía, Ramón Cifré Navarro y Máximo Avilés Blonda. De los que menciono aquí sólo Franklin Domínguez no se dedicó a la poesía sino a que es dramaturgo. Y de ese grupo de poetas sobreviven Alberto Peña Lebrón, Rafael Lara Cintrón, Lupo Hernández Rueda; los otros fallecieron ya. Algunos estudios mencionan a otros poetas y artistas que cultivaron o cultivan otros géneros como miembros de la Generación. He tenido el privilegio de entrevistar para la Revista Vetas a Víctor Villegas, Abelardo Vicioso, Alberto Peña Lebrón y Lupo Hernández Rueda. Máximo Avilés Blonda fue mi profesor de Historia Universal en la UASD.

Lo que interesa destacar acerca de este grupo es su carácter combativo antitrujillista en el período más delirantemente sucio de la tiranía. Fueron publicados poemas abiertamente libertarios y algunos de los miembros fueron apresados por actividades contra el régimen. La publicación del colectivo fue la revista «El Silbo Vulnerado», aparecida en 1957. En ninguno de los números de la publicación se mencionó el nombre de Trujillo, lo que resultaba un abierto desafío en vista de que la norma era que toda publicación impresa aparecida en el país fuera dedicada con elogios al generalísimo Trujillo. Debe ser resaltado siempre en el teatro dominicano la publicación del drama «Espigas Maduras», que el autor, Franklin Domínguez, escribió en honor a los héroes de Constanza, Maimón y Estero Hondo.

Casi todos los miembros de la Generación del 48 estudiaron Derecho en la Universidad de Santo Domingo. Es importante resaltar que, al concluir sus estudios, algunos de ellos, como Abelardo Vicioso, solicitaron empleo al gobierno. La respuesta del régimen fue nombrarlos en funciones públicas ligadas al compromiso político trujillista. Debo mencionar el caso de Abelardo Vicioso, que fue nombrado como oficial del Ejército Nacional, con rango de capitán; y más que eso, luego Abelardo fue designado como director de la revista de las Fuerzas Armadas, que era un instrumento político para defender el régimen del generalísimo Trujillo.

No quiero dejar de mencionar el caso terrible de Rafael Lara Cintrón, quien fue nombrado nada menos que como miembro del Servicio de Inteligencia Militar, SIM, y tuvo que aceptar en contra de su voluntad porque negarse significaba ser torturado y asesinado. Desconozco que la vida de este excelente poeta, en relación a este hecho abominable, haya sido objeto de un estudio riguroso. A partir de su designación como miembro del SIM el poeta Rafael Lara Cintrón dejó de asistir a las reuniones y a sus compromisos literarios con los demás miembros de la Generación del 48. Todavía más: su desmoralización fue tan grande que nunca volvió a integrarse a la vida pública como intelectual y miembro de la Generación del 48, de la que sin embargo es un representante excelente como creador.

Dicho sea a viva voz el hecho de que los miembros de la Generación del 48 siempre defendieron y defienden la dignidad de Rafael Lara Cintrón, a quien han colocado en todos los escenarios a la altura de los demás, y a quien ya por ser elevado como miembro de dicha Generación es reconocido con el valor que tiene de ciudadano ejemplar y uno de los mejores poetas del grupo. El fecundo poeta Lupo Hernández Rueda resalta, como a los demás, la creación literaria de Lara Cintrón y lo incluye por supuesto en su libro -el de Hernández Rueda- «La Generación del 48», publicado en dos tomos por la Comisión Permanente de la Feria Nacional del Libro, en una tercera edición. La primera edición había circulado en 1991 por el sello «Pez Rojo», que dirige el propio Lupo Hernández Rueda.

Lo que quiero resaltar de la Generación del 48 es la importancia extraordinaria que tiene el grupo como un ente político-cultural de primer orden en la vida literaria dominicana; precursor, después de El Paladión, del carácter social de la literatura dominicana, de lo que deben sentirse muy orgullosos quienes aman y ejercen el oficio.

Este criterio puede entrar en contradicción con el asumido por representantes de la Generación de los 80 del siglo pasado, en el discurso conque éstos quisieron diferenciarse de los mentores de la Generación de Post Guerra o de los años 60. Esos representantes de la generación de los 80, que quisieron anteponer el signo a la consigna, en un discurso tan razonable como necesario, deben analizar lo que ha seguido sucediendo con la literatura dominicana: el discurso social como denuncia se ha sostenido, sencillamente porque en nuestro caso es una tradición de tantos años, de tanta práctica, de tanto entusiasmo, de tanta calidad, de tanto resultado, de tanta demanda de parte de la identidad nacional.

 

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• ¿Qué escritores dominicanos le vienen a la mente cuando hablamos de literatura del siglo 20 y 21?

Prefiero comenzar a nombrar autores desde el siglo XIX.  Por supuesto, voy a pecar de olvidadizo, de desconocedor o… Soy un admirador tardío de Manuel de Jesús Galván, comenzando por su Enriquillo, que me arrobó en la primera lectura. Muchos que como yo quedaron atrapados luego soltaron las amarras por las críticas políticas contra la novela y contra el autor. Pero es la novela que nos representa, por lo menos en su período. Luego he leído otros textos de Galván y tras que me había soltado me dejé atrapar otra vez, y otra vez leí el Enriquillo y soy residente amarrado en la obra de Manuel de Jesús Galván.

Otros autores dominicanos de ese siglo que están en el cielo de la literatura hispanoamericana son Salomé Ureña, José Joaquín Pérez y Gastón Fernando Deligne. José Joaquín Pérez fue un pulcro manejador del lenguaje, con una precisión ejemplar, como si aplicara su vocación por los números, pues era contador. Gastón Fernando Deligne estuvo a la altura de la mejor producción española y americana de sus días. Deligne es un excelente ejemplo de intelectual culto, cultísimo en el sentido de sus conocimientos sorprendentes, que tuvieron como resultado la producción de una poesía llena de pasión y de sentido, de dominio del alma humana. Salomé Ureña, según apunta en algún recodo de su sabiduría amplia el crítico Diógenes Céspedes, postulaba la filosofía positivista cuando conoció al maestro Eugenio María de Hostos. Este humanista, Hostos, encontró en Santo Domingo un ambiente muy elevado, muy reducido pero muy elevado, con estas cumbres de la creación literaria y del conocimiento. Estos autores me embelesan y quisiera quedarme aquí, abundar, con Deligne, para mí el poeta por excelencia de su período, que transitó con su talento de un siglo al siguiente (1861-1913). Todavía hay dos cumbres en la poesía dominicana del siglo XIX, dos poetas que resuenan, uno con el colorido de sus décimas populares y otro con el hondo de su capacidad. Me refiero a Nicolás Ureña de Mendoza y a Juan Antonio Alix. Ureña de Mendoza es conocido y reconocido por sus décimas «Un guajiro predilecto», un retrato exquisito del alma suburbana y del paisaje de la región Este del país. Pero indudablemente no es ese excelente poema el principal aporte de Ureña de Mendoza a la cultura dominicana: lo es el cuidado que puso en la formación intelectual de su hija Salomé, a quien dotó de una biblioteca bastante actualizada de los conocimientos de la época y logró de ella una formación intelectual excelente.

¿El siglo XX?  El siglo XX es narrativa y poesía, ensayo severo y patético, escape, negación y elevado espíritu. ¡Uuuuuuuuu! Me niego a citar nombres aquí, revelaría demasiado mi ignorancia… Sólo quiero decir que la narrativa dominicana del siglo XX continúa desconocida, a pesar de la labor ingente de importantes críticos, antologistas, editores, aunque es evidente que la poesía es la constante, la cotidiana. El siglo XXI comienza con un gran auge de la novela, que fue como terminó el siglo anterior, el XX. Insisto en que no voy a citar nombres pero por mis manos pasaron muchísimas novelas, la mayoría publicadas por el esfuerzo de sus propios autores, la mayoría poco promovidas, algunas de relumbrón, la mayoría sin pena ni gloria, posiblemente algún filón que se quedó rezagado por ausencia de críticos e investigadores sagaces. Pero sí puedo decir que la poesía persiste en la vanguardia literaria dominicana y que actualmente hay una camada de calidad elevadísima de nuevos poetas. Publiqué en la edición número 92 de la revista Vetas, el año pasado, 2013, una selección de poemas de 14 autores nuevos, nuevos de hoy, de ahora, de estos últimos diez años. Y hay más que eso. Poesía de calidad indiscutible. Hay mucha ñeca, por supuesto, pero persiste la calidad en la poesía dominicana, mucha calidad, muchísima.

 

• ¿Qué hace falta para que los escritores dominicanos sean más conocidos a nivel mundial?

Actualmente para ser autor conocido y reconocido a nivel mundial hay que ser de una vanguardia a nivel mundial. No quería mencionar el asunto de «la aldea global» porque eso está sonando a pasado ya, a pesar de su realidad presente. Pero ese es el «dominio». Los autores con «calidad» mundial sólo son y serán aquellos aupados por las grandes potencias o por los grandes mercados editoriales. A pesar de la grave crisis de los medios escritos en papel todavía el libro en ese formato tiene la primacía y a nivel de Hispanoamérica, que es por donde debemos aspirar a lo «mundial», a pesar de que el único autor dominicano que tenemos a ese nivel, Junot Díaz, tiene más presencia en el mercado de dominio del inglés. Pero claro, la clase de escritor de nivel mundial de Junot se explica porque está traducido no sólo al español sino otros idiomas en que se logra el consumo masivo, como el francés, el italiano, el portugués… He mencionado los grandes mercados editoriales, que no son grandes porque sus autores sean de mayor calidad sino porque los lectores son mucho más numerosos. Hablo de México, Argentina, España…

  

¿Es la literatura de la diáspora literatura dominicana? ¿Qué hace que una obra sea considerada dominicana,  el tema, el origen de su escritor, la lengua en la que ha sido escrita?

Todo creador tiene una identidad, que es lo que lo identifica y de la que no se puede desprender. Si la diáspora es dominicana su literatura es dominicana. Los dominicanos residentes fuera del país viven con la formación que se llevaron, con los vicios y las virtudes, los traumas, los vacíos, las características, la idiosincrasia del medio que dejaron. ¿Te vas?, te llevas en la personalidad lo que dejaste en el terreno. Si en tu nuevo destino te espera otro idioma vas a reflejar en ese otro idioma lo que eres, tu identidad.

 

• Usted ha vivido muchas etapas de la historia y de la literatura dominicana, ¿es común en nuestro país que suceda lo que aconteció hace poco cuando un grupo de escritores utilizó el tema de la sentencia del TC contra dominicanos hijos de padres ilegales, para desmeritar el trabajo y la trayectoria literaria del dominicano Junot Díaz?

Recuerdo que cuando se produjo ese ataque contra Junot Díaz fuiste una de las primeras personas que respondió con asombro en Facebook y precisamente fui yo quien hizo el primero o uno de los primeros comentarios, en la misma página, ante tu reacción, rechazando también esa agresión. Desde que Junot Díaz apareció como un fenómeno literario con su primer libro en el país se escucharon voces, pocas y disonantes, que negaban al joven su derecho a presentarse como escritor dominicano. Mira que aquella reacción ante el surgimiento de Junot y la negación ahora de la dominicanidad a los hijos de haitianos ilegales nacidos en el país tiene una rara relación que hay que analizar. Al margen de esa «coincidencia» no quiero llegar a una conclusión, porque uno como que no quiere coincidir con quienes han hablado de celos o envidia ante el verdadero estrellato que ha ganado Junot. Mira que en el país un escritor establecido en estas coordenadas puede aspirar a un premio del tamaño de estas coordenadas, como es el Premio Nacional de Literatura, pero por las mismas limitaciones de mercado editorial que he mencionado anteriormente nuestro Premio Nacional de Literatura no se puede comparar con el Premio Pulitzer que arrastra Junot.

La sentencia del Tribunal Constitucional ha mostrado muchos sentimientos aviesos guardados, como si hubiéramos querido aprovechar el espacio abierto para decir el insulto contenido. En verdad-verdad (así mismo expresado, verdad verdad, un dominicanismo que significa muy verdadero, muy cierto), Junot es un excelente caso para analizar la expresión «dominicano ausente» en su contenido peyorativo. El «ausente» es el que no está aquí y por consiguiente el que no aplica, el que no cuenta.

Entre los sentimientos hacia el «dominicano ausente» hay dos que resaltan, el sentimiento de lástima y solidaridad, puesto que se tuvo que ir, y el de rechazo puesto que se fue. Cuando su primer libro, «Drown», en 1996, explotó como un «montante», en el país se puso en evidencia el nivel de la intelectualidad que lo acogió y lo rechazó, y por primera vez tuvimos (en el país) que medir y asimilar al ‘extraño’, al ‘intruso’ que se presentaba como dominicano pero no hablaba el español dominicano.

Creo que conciente o inconcientemente el propio Junot participaba de la controversia, lo que pudo entreverse en su insistente aclaración a los medios de comunicación de que él era dominicano, declaración asimilada como ansiedad, una necesidad de identificación. En aquél momento los suplementos culturales de los diarios y una revista como Vetas acogieron con regocijo a la nueva estrella de la literatura, pero importantes autores del patio no asimilaron que fuera un dominicano quien pudiera escribir, crear una obra en inglés.

El rechazo a Junot Díaz a propósito de su posición sobre la sentencia del Tribunal Constitucional no es más que una reiteración de la incomprensión, el rechazo de una realidad extraña en el medio local. Esa es la palabra, ‘local’: Junot no es local, con todo lo que eso significa. Este es un tema para el que no tenemos suficiente espacio en esta entrevista.

Tú misma, Glenda Galán, sentiste el rechazo de quien te negó el derecho a participar en el debate puesto que estás entre quienes se fueron. Y creo que es lógica tu reacción, indignada, pero también debes adoptar una actitud comprensiva, puesto que por tu misma condición estás en capacidad de entender y colocarte por encima de esa necedad.

 

• Un lugar poético de Santo Domingo es

Las ruinas de las murallas coloniales a las que se tiene acceso por el patio de la iglesia de Santa Bárbara, donde mi corazón fue dibujado en el tronco de un árbol por mi novia de los veinte años de edad. El lugar remeda, por esas ruinas de viejas murallas coloniales, y lo recóndito, corazones de amores ancestrales que palpitan con cada beso nuevo. Si tienes veinte años de edad no pierdas tiempo en una habitación torpe, vete al patio de la iglesia de Santa Bárbara, ama, bésala, bésalo…

 

• ¿Qué escritor dominicano le ha llamado la atención de los que ha leído últimamente?

Por las calles de la ciudad encuentras muchas «regueras», puestos de libros viejos, usados, reliquias, en las aceras. Hace varios días me peché con una novela de Ramón Lacay Polanco que no había leído, se titula «El hombre de piedra» y la estoy leyendo. Es un libro publicado en 1959 por Editorial Atenas, en Santo Domingo. Había leído de este autor «La mujer de agua», «Rosa de Soledad» y algo más que no recuerdo. Lacay Polanco, periodista talentoso y novelista de gran imaginación, es uno de los escritores dominicanos con el que tenemos una gran deuda.

 

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• ¿Cuál ha sido a su juicio la época más prolífera para la literatura dominicana?

Hay una etapa terrible en la historia dominicana: la década de los años 60 del siglo pasado. Tras la muerte de Rafael Trujillo despertó del espanto que fue la tiranía el pensamiento que estaba aplastado, el pensador que prisionero o desterrado salió, vino a la luz, pero apenas con la caída del régimen tiránico comenzaba el trauma que sumaría la escala de tragedia en tragedia. El período entre la caída de la tiranía y la invasión norteamericana de 1965 vio el faro luminoso que significó el gobierno democrático de Juan Bosch, pero el derrocamiento de este régimen de libertad llevó el país a un derrotero de elevado heroísmo, de lucha, guerrilla y martirologio que desembocó en la grosera invasión.

La producción artística en sentido general, y literaria en particular, del breve período de guerra y resistencia durante la ocupación y luego de postguerra llevó al intelectual y al creador al arte y la literatura de protesta, de contenido social. La producción de postguerra despertó a la mayoría de los intelectuales a la poesía y la narrativa y hubo momentos de real confusión en que el panfleto se confundió con la creación, con el arte, pero la calidad terminó imponiéndose.

En la producción de postguerra se destacaron Iván García, René del Risco, Miguel Alfonseca, Ramón Francisco, Marcio Veloz Maggiolo, Antonio Lockward Artiles, Wilfredo Lozano, Norberto James Rawlings, Andrés L. Mateo, Mateo Morrison, Soledad Álvarez, Enrique Eusebio, Rafael Abreu Mejía, Aquiles Azar, Héctor Díaz Polanco, Enriquillo Sánchez…, otros, otros. Hubo una profusa y gran producción literaria pero según mi opinión dos libros son fundamentales en el período, El Viento Frío, de René del Risco Bermúdez, publicado en 1967, y Antología Informal, de Pedro Conde Sturla, 1970. El Viento Frío fue severamente criticado en el ambiente encandilado en que se imponía la poesía de protesta y panfletaria, mientras que este libro, sopesado, reflejaba el ambiente real de la intelectualidad progresista aplastada sin misericordia por la derrota de la revolución y los anhelos libertarios.

René del Risco Bermúdez se perfiló como el intelectual alejado del resto, dedicado a la publicidad, pero punzante porque además de la presencia de este libro en que él aparece ajeno a la lucha social, en ambiente aburguesado, frívolo, pero realista; además, digo, aparecían de él publicados unos cuentos que en el fondo dirigían contenidos críticos a la izquierda despistada. La aparición de la Antología Informal, de Pedro Conde Sturla, le puso la tapa al pomo con una disección sin misericordia del cuerpo poético. Una serie de figuras e intelectuales fueron señalados por sus nombres como entes ajenos a la ruta que debía tener, en calidad, la poesía. El libro de Conde Sturla echa a un lado lo que debía apartarse y resalta de manera crítica lo que tenía valor.

 

• A su juicio, ¿Qué papel jugó la revolución de Abril del 65 en la literatura dominicana?

La revolución de 1965 provocó e introdujo cambios profundos en importantes instrumentos culturales, sobre todo instaló en el Estado la violencia como imposición política, en todas las coordenadas de la administración pública.

El triunfo contrarrevolucionario instaló modelos culturales norteamericanos en los contenidos trasmitidos por los medios de comunicación, creó modelos norteamericanos en la organización de nuevas estructuras de la administración pública, reforzó el carácter represivo de la Policía Nacional, a la que la Agencia para el Desarrollo Internacional había había aportado financiamiento y reorganizado tras la caída de la tiranía de Trujillo; reforzó la participación muy amplia, muy activa, de los distintos cuerpos de las Fuerzas Armadas en la represión contra la población, en particular los mecanismos de inteligencia y espionaje en dichos cuerpos militares y policiales; multiplicó la penetración del espionaje en las agrupaciones de la izquierda revolucionaria, desvirtuando su carácter político y la división; creó mecanismos de supuesta compensación con el visado para viajar a Estados Unidos de centenares de miles de personas de diferentes comunidades del país y en particular de aquellas en que la lucha revolucionaria había creado una conciencia política, en particular, también, visado y exilio a protagonistas, civiles y militares, que habían participado en el escenario de los combates durante la revolución.

La revolución de 1965 dejó un trauma hondo y doloroso, nostálgico, en importantes protagonistas, artistas e intelectuales; dejó un anhelo y un espíritu rebelde en aquellos que no se doblegaron y crearon nuevos canales revolucionarios que incidieron en la conciencia popular, con la creación del sistema de clubes culturales en que se anidó el combate político contra el régimen de fuerza, voces en columnas y suplementos en los medios de comunicación liberales, que permitieron la profusión de nuevas ideas, comunión con la lucha revolucionaria en el resto del mundo, propagación de mensajes revolucionarios en la literatura y las demás artes…

 

• ¿Qué opinión le merece la Feria del libro llevada a cabo todos los años en Santo Domingo? ¿Qué podría mejorarse y que considera acertado?

La Feria Internacional del Libro de Santo Domingo es un espectáculo y es un hecho cultural de primera categoría. Siempre se ha criticado la presencia masiva de gente del pueblo que asiste a la Feria por la diversión, el carácter festivo que se le imprime, el esparcimiento, más que por el motivo intrínseco que tiene la actividad que es el libro.

Lo cierto es que a ese público se le ofrece  y se le brinda eso que va y busca, diversión, encuentro social con amigos, teatro callejero, ventas de alimentos y refrigerios que regularmente esa misma gente va a buscar a sitios de diversión; se le ofrece danza con entrada gratis, cine… Es lógico que haya esa respuesta de público. A los escolares se les ha ofrecido incentivos y miles y miles de niños son llevados a la Feria de lunes a viernes en buses, en visitas que para ellos no tienen otro objetivo que la diversión. Me parece que ese vestuario festivo y popular que tiene la Feria del Libro es muy bueno y le da un carácter alegre a esa manifestación.

Hay un aspecto débil y pobre de la Feria que es urgente modificar, mejorar. Es que, a pesar de la presencia de tanta gente en las callejas y pasillos, en salas de teatro, espectáculos artísticos y fiestas, en cambio en los actos formales, las actividades programadas en los salones de actos, las conferencias, puestas en circulación de libros y ese tipo de propuestas, educativas, académicas, que son sumamente importantes, en esa propuesta tan puntual el público brilla por su ausencia.

Mucha gente asociada a interioridades de la Feria sabe que la inversión que se hace es multimillonaria. Es una inveresión pública de centenares de millones de pesos. Y allí se sabe que una parte importante de esa cantidad de dinero va a los bolsillos de quienes cobran comisiones de diez, quince y más por ciento por participar en los mecanismos burocráticos de organización. En la Feria del año pasado algunos incentivos económicos fueron restringidos.

Hace dos años a mí me pagaron tres mil pesos por participar con una charla, informal, en el pabellón de cocina. El año pasado ese incentivo no fue ofrecido. Este incentivo no puede ser visto como la famosa «ración del boa» que decía Joaquín Balaguer, refiriéndose a las dádivas, las cogiocas y la repartición dolosa de recursos económicos. Debe ser visto simplemente como un incentivo y debe continuar.

Hace tres o cuatro años hice una propuesta para que la academia, pública y privada, las escuelas y colegios de bachillerato, y las universidades, sean involucrados mediante un operativo que comprometa a los maestros y profesores, con incentivos económicos por supuesto, para que ellos incluyan en el plan de clases seminarios, cuestionarios, entrevistas, de los estudiantes a los autores, personalidades e intelectuales a participar en la próxima feria. Esto llevará a esos maestros y profesores a involucrarse con tiempo en el programa de la feria, y debe motivar la presencia de un público interesado en esas actividades educativas.

Lo que debe indicar que iniciativas como esta sean acogidas es el reparto equitativo de los recursos, lo que en realidad ha ocurrido en el pasado, aunque en algunas de las ediciones de la feria las comisiones impuestas, por ejemplo, a impresoras de libros, subieron hasta un treinta por ciento…

 

• Planes para el 2014

En 2014 me propongo formalizar la organización y puesta en marcha de la Agencia Mambí de Noticia Cultural. Este es el aparato más importante y la culminación editorial de lo que es el Grupo Cultural Vetas, arma punzante que tiene tres filos: el primero la revista Vetas impresa en papel; el segundo esa revista volcada en la red con nuestra página web, www.revistavetas.com, y en tercer lugar esto que digo, la Agencia.

En los días que lleva el año 2014 ya he iniciado gestiones para encaminar con mucha fuerza la Agencia de Noticias. Por supuesto, este proyecto es un nuevo mecanismo para vivir del cuento, el objetivo de un iluso, el sueño impracticable. Así que la Agencia de Noticias, además de que estará caminando como tal, tendrá como su cauce la página web y como sus voceros los rieles en que nos movemos en las redes sociales, y la pecaminosa Revista Vetas de Papel.

 

• ¿En qué trabaja ahora como escritor?

Escribo continuamente, con frecuencia poesía, ocasionalmente cuento y, por supuesto, algunos textos que quieren sabor literario y vocación de periodismo al mismo tiempo, comentarios, ensayos, crónicas, reportajes…

Mi mayor preocupación ahora es la edición de una serie de libros que están escritos y diseñados, o en proceso de diagramación y diseño; la organización de otros materiales literarios inéditos o contenidos en ediciones de la Revista Vetas. Como voy a morir muy pronto, si Dios quiere, estoy precisado a reeditar mis libros publicados, mi libro de cuentos, «Canto de púas», el de crónicas literarias, así mismo titulado, «Crónicas literarias», y el de entrevistas a poetas, «Cada uno Dios», éste último muy voluminoso; debo publicar mi libro de poesía, organizar un libro con las entrevistas que concedí y han sido publicadas en diferentes medios.

Mis distinguidos amigos, allegados, adversarios y enemigos, pueden esperar con seguridad mi libro «Historia del carajo», en que los enemigos aparecen como debe ser y en que yo relato todos mis horribles y sucios errores, los que son conocidos, por los que he sido condenado y otros que la gente no conoce, que son tan horripilantes o más que los más sucios que son conocidos. Evidentemente no tendré tiempo de publicar lo que quiero pero dejaré organizada la mayor cantidad de mis documentos literarios, de chismes, denuestos, mala leche, humor…

 

• ¿Porqué dedicarse a la cultura en un país donde esta no se aprecia en su justa medida?

Por vocación de servicio. Porque me da la gana.