A veces siento el letárgico insomnio que es la vida como si un pez nadando a contracorriente intentase desovar en la garganta. Tengo la agrura balbuciente de no saber si habré matado a traición, como si las moscas intuyesen lo que no conozco y los esqueletos de algún genocidio aguardasen a ser descubiertos en los sótanos podridos de la infancia.
No sé cuántos horrores habré cometido, cuántas bocas quedaron ciegas al estallarles mi nombre mientras reían la gastada ilusión de los reclamos. Me siento sin significado, naufrago alcanzando las desérticas dunas de las islas que nadie reclama. Si tan solo el abandono fuese la identidad real de mi existencia, entonces lamería mis heridas, hincharía de sales el cuerpo, acostaría mi ser entre el vaivén y la arena, mirando la redondez del sol, lo amarillo.
Pero sigo siendo torturado, sigo siendo puesto a prueba, como si conociese cierto secreto del que no tengo memoria: la casa, los retratos, la guitarra que descansa amarrada de una cuerda, todos los objetos, uno a uno, vienen y me escupen mientras interrogan.
Imagen: Ezequiel Taveras.
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