Por Elidio La Torre Lagares
Alguna vez me ha dado, simplemente como cuestión de gusto o aburrimiento, por leer los textos de contraportada de los libros, también conocidos como blurbs, término que es el de mi preferencia, porque suena algo así como gástrico, expulsado, breve y ya. Leer el texto de contraportada y ya, pasar al otro libro.
Leer los blurbs en una biblioteca es como sumergirse en una antología de microcuentos o algo parecido. O peor. Como sentarse a leer un resumen de Cliff Notes –los famosos compendios de las grandes obras de la literatura mundial y a los que todos, aunque sea por curiosidad, hemos recurrido en algún momento de nuestras vidas. Por supuesto, siempre habrá alguien en negación que aluda a que nunca, jamás de los jamases, ha osado abrir un Cliff Note, ni siquiera por Guerra y Paz o Gravity Rainbow (en mi vida, sólo conozco dos personas que estoy seguro han leído Rainbow completo, y como a tres que dicen que lo han leído). Pero el asunto es que me siento en mi biblioteca a eso nada más: a leer blurbs.
Los blurbs son como los bigotes: los hay grandes y los hay chiquitos; los hay que dicen todo y otros que no dicen nada; los hay generosos y los hay crípticos; los hay que suenan a acertijo y hay los que le arrancan a uno un WTF!!?
Eso sí: el texto de contraportada es un género en sí mismo. De mirar nada más dos o tres libros al azar, encontramos nombres y renombres por doquier como para privilegiar cualquier Antología del texto de contraportada (¿No suena mejor Antoloblurbs?). Y aunque para muchos es incluso una obra de arte, la realidad es que este tipo de texto es una herramienta de mercadeo desde sus inicios en los tiempos del imperio egipcio.
Para efectos prácticos, es un mapa. Se supone que conduzca al lector hacia el impulso definitivo de abrir el libro y, más aún, que lo comience a leer y, sobre todo, que lo compre. En otras palabras, es un texto breve que debe asomar al lector hacia la luz del texto mayor, que es el libro en cuestión. El punto climático del blurb es cuando está tan bien escrito que supera la obra a la cual hace referencia. De estos casos, conozco uno en particular.
Hay un escrito genial de Eduardo Alonso, titulado “Utilísimas instrucciones para redactar (textos de contraportada)”, que resume muy bien los vaivenes de esta vaina de escribirblurbs, o TC’s, como él los llama (por “texto de contraportada”). Por ejemplo, Alonso ha observado que frases como “historia ambiciosa”, “estilo deslumbrador”, “personajes insólitos” frecuentemente se atribuyen casi como los ingredientes de una receta milenaria:ipso facto, cuando el autor es “lúcido” y la novela “excepcional”. Si el autor es experimentado, será “uno de los grandes narradores de nuestro tiempo”, y si es joven, es “una de las voces reveladoras de nuestra literatura”. Y todos liberan a la literatura que les precede de algo.
En el blurb, hablamos de una relación 75-25, donde la primera cifra corresponde al resumen de la “maravillosa trama” y la segunda al “brillante” autor, aunque en mi biblioteca he encontrado libros donde el 100% del texto recae ya sea en la figura del autor, el tiempo histórico al cual se suscribe, o una extraña mezcla de ambos donde al final uno no puede precisar de qué trata el escrito, pero al menos puede decir que el escritor apenas toca tierra cuando camina. A esto, siempre es bueno buscar algún erudito amigo para que diga esas cosas, cosa que va por iniciativa del autor.
De todas formas, quedan derrotados dos mitos: uno, que las editoriales escriben los textos de contraportada (salvo en casos donde el idiota editor, como yo, lo hace); y, dos, que el espacio de contraportada es una Tabla de Moisés, sagrado, inenarrable e inalterable. Ambas cosas son sustancialmente falsas, pero qué importa. Todo esto viene cuando me tengo que poner a escribir un blurb de contraportada, de menos de 100 palabras o menos, que es como hacer un triangulo de cuatro esquinas.
Escribir un blurb es, a mejor decir, un zen, más si es para uno mismo. Sin duda, que la palabra “apasionado” aparecerá.
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