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©Por Glenda Galán

Desde  la vida en un colegio religioso solo para varones, hasta historias de putas, este escritor argentino ha dejado constancia de no temer a la hora de abordar cualquier tema. Aunque no se considera  irreverente, sí le gusta poner el dedo en la llaga donde molesta y donde duele.

Enzo Maqueira es uno de esos escritores que al conocerle te llevas la impresión de que en un mundo donde casi nada importa, aún quedan algunas personas cuya pasión les mueve a compartir con otros lo mejor de si. En su caso el amor que siente por la literatura, que le han ganado un sitial en las letras argentinas y el respeto de quienes le admiran.

Enzo, nos revela  con gran transparencia, a través de esta conversación, quien fue en sus inicios cuando su admiración por Cortazar le motivaba a escribir y quién es hoy, luego de dar a conocer su propia voz mediante sus historias.

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• ¿Cuándo nace tu inclinación por las letras y cómo fueron esos primeros años de escritor?
Escribo desde chico, casi desde que aprendí a hacerlo. Cuando tenía 10 u 11 años escribía novelas al estilo de “Elige tu propia aventura”. Arrancaba bien, con mucho texto y algunos dibujos, y a medida que avanzaba hacía dibujos cada vez más grandes y menos texto. También me acuerdo de un poema que escribí para el diario del colegio: había leído unos versos camperos en un manual de lengua y literatura y escribí uno bastante parecido… Así que empecé plagiando, como debe ser. Sin embargo, no me sentí escritor hasta mucho tiempo después, cuando la literatura empezó a ser lo más importante en mi vida y sentarme a escribir se convirtió en la única actividad que nunca pude dejar de hacer.

• Tus primeros trabajos son las biografías de Cortazar, cuéntame de esa experiencia.
Fui muy lector de Cortázar. Un profesor de la universidad había sido contratado por una editorial para dirigir una colección de biografías y me pidió que escribiera la de Julio. Lo hice con mucha alegría, sobre todo porque, a medida que estudiaba su vida, me daba cuenta de que todo lo que Cortázar escribía tenía completa coherencia con lo que él había sido. Cortázar fue un maestro para mí, aunque también tuve que luchar contra una influencia que por momentos me llenaba de vicios de escritura.

 • ¿Tienes alguna referencia de la literatura dominicana? o no es muy conocida en Argentina?
La literatura dominicana no es muy conocida en Argentina, al igual que el resto de las letras de Centroamérica y, lamentablemente, de gran parte de América del Sur. A pesar de las redes sociales y de que hoy América latina está sin dudas más conectada que antes, todavía tenemos una cuenta pendiente con el modo en que circula nuestra literatura. A pesar de eso, Junot Díaz trascendió las fronteras y es muy leído en Argentina, y Juan Bosch es un autor que conozco y me resultó interesante.

• ¿Qué ha cambiado en tí desde esos primeros escritos por encargo, al escritor y ser humano que hoy conversa conmigo?
Aprendí mucho sobre el mundo editorial, sobre los egos de los escritores (sobre todo, el mío) y sobre literatura. En este tiempo trabajé el doble y fui mucho más organizado que al comienzo. Dejé de lado gran parte de mi vida social por la literatura, pasé noches enteras escribiendo en lugar de estar con la gente que quiero; me volví más obsesivo con las correcciones y empecé a pensar más en el lector. Antes escribía para mí; ahora tengo en cuenta que eso que quiero decir debe llegar a alguien más. También mejoré el manejo de la ansiedad por publicar y el modo de relacionarme con mis colegas. Antes estaba solo; ahora tengo muchos amigos en el mundo literario (también algunos enemigos), y me siento parte de un movimiento cultural que acompaña los cambios que vive la Argentina.
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• Eres de una generación donde parte de sus vidas transcurren en las redes sociales, ¿qué te han aportado como escritor y como ser humano estos medios ?
Promoción y vínculos. También información. Gracias a las redes me mantengo en contacto con escritores de otras partes de América y fortalezco amistades que hago cuando viajo. Facebook también es una especie de ejercicio literario donde yo soy el personaje, mis contactos los lectores y lo que subo a mi muro una obra fragmentaria que, de algún modo, puede leerse como una autobiografía, aunque también como un larguísmo spot publicitario.

• ¿Qué tipo de música prefieres escuchar?
Jazz, clásica, Piazzolla, Radiohead y electrónica. Hace rato que no me muevo de esos géneros y artistas, aunque soy abierto y puedo disfrutar (y de hecho lo hago seguido) de una morenada boliviana, de la canción de protesta de los setenta, del tango clásico o del rock. La música, como la literatura, tiene que tener emoción e inteligencia. Si tiene eso, es todo lo que necesito.

• ¿El día o la noche?
La noche. Soy muy noctámbulo. Escribo desde las diez de la noche hasta las 4 de la mañana, cuando empiezan a cantar los pajaritos y la amenaza del amanecer me empieza a deprimir. Mi peor momento es a las siete de la tarde: a esa hora me pongo triste, me da sueño, no entiendo qué hago en el mundo. A las nueve empiezo a activar; a las diez tengo toda la vida por delante. Y así vuelta a empezar.

 • ¿El cuerpo o el alma?
Creo en el alma como regente de todo lo que hago, pero el cuerpo es demasiado fuerte y sospecho que  tiene la razón. No sabemos si el alma existe, por más simpática que resulte, por más aferrados que estemos a esa idea. El cuerpo está y pocas veces se equivoca. Por qué sufre el alma nunca lo sabré. Tampoco si el alma no es, en realidad, una parte del cuerpo. ¿El cuerpo o el alma? El alma, que muy probablemente sea parte de un cuerpo que estaría mucho mejor sin ella.

 • ¿Qué nombres vienen a tu mente cuando hablamos de los mejores poetas hispanos del siglo XX y de lo que va de este?
Conozco poco de poesía. No soy experto, pero cada tanto encuentro poetas que me conmueven. De la poesía  no espero otra cosa que eso: pura emoción. Juan Gelman, Osvaldo Bossi, Mariano Blatt, Valeria Tentoni, León Felipe, Gonzalo Unamuno, son algunos de los poetas que lograron conmoverme.

 • Un libro memorable
Siempre digo el mismo: Eisejuaz, de Sara Gallardo; pero ahora voy a agregar también a Que viva la música, de Caicedo. A medida que pasa el tiempo, esa novela se va haciendo cada vez más grande en mi memoria, sobre todo porque la presté y nunca me la devolvieron. Mi alma sufre el despojo.

Cuéntame cómo nace tu primer libro Historias de puta. ¿Tuvo críticas negativas entre las mujeres?
Nace como una propuesta de trabajo. Me pidieron un libro sobre anécdotas de prostitutas y me puse a escribir. No tuvo críticas negativas porque cuidé mucho no dar una versión celebratoria de la prostitución. Si bien los editores me habían pedido sexo, morbo y aventuras, incorporé recortes de artículos periodísticos que daban cuenta del otro lado del tema: las mujeres asesinadas por las redes de trata, por la policía y por los clientes. Creo que, dentro de los límites de un libro por encargo, hice un trabajo que está en sintonía con lo que pienso acerca del tema.

• Dices que historias de putas es periodismo literario, no ficción, háblame de eso.
Es un trabajo basado en hechos reales, entrevistas e investigación, pero tiene un tratamiento literario. Gira en torno a la literatura, aunque no se permite la libertad del arte, sino que busca apegarse a la realidad y, sobre todo, se compromete con una mirada sobre la prostitución que está pensada para aportar a discutir el problema públicamente.

• ¿Novela o cuento?
Me siento mucho más cómodo en la novela, como lector y como escritor. Sin embargo, hay algunos cuentos notables que nunca pude olvidar.
• De historias de Putas pasas a Ruda macho que trata la historia de un joven en un colegio para chicos, ¿se podría decir que eres un irreverente?
No creo. Sí se puede decir que me interesa la literatura que mete el dedo en la llaga, que explora en lo que a mí me molesta y que, probablemente, sea lo que también le molesta a mucha gente.

• ¿Cómo es tu vida en tiempos en los que estas escribiendo un libro?
Feliz. Me encanta saber que llego a casa y tengo una hoja en blanco para seguir escribiendo. Cuando termino un libro me siento vacío, pierdo el rumbo, no sé cómo acomodarme. La literatura es el lugar donde piso firme, pese a que cada vez que publico siento inseguridad y estoy hasta último momento pensando en cambios y correcciones. Sin la literatura sentiria que no tengo motivos para vivir. Es un lugar común, pero las grandes pasiones siempre generan  lugares comunes.

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• ¿Cuál ha sido el mayor reto que has tenido que enfrentar como escritor y como ser humano?
La muerte, siempre. Las que ya sucedieron a mi alrededor y las que tienen que suceder, incluida la mía. Y el amor también. Siempre es un reto y es lo que me desetabiliza. Por suerte está la literatura para sublimarlo todo. No sé si es lo correcto, pero es lo que apaga el dolor.

• ¿Cuéntame qué significa para ti ser profesor, qué te aporta a ti?
Aprendo mucho dando clases. Me ayuda a poner en claro mis pensamientos, a organizar un modo de trabajar y a conceptualizar técnicas o ideas vagas. Además, el contacto con generaciones anteriores me mantiene más o menos al tanto de lo que pasa en esa parte de la vida que ya dejé atrás. También me dio más seguridad a la hora de plantear críticas. No sé si esto es positivo, pero me hizo sentir con cierta autoridad para hablar de otro modo con las personas. Muchos me acusan de “maestro ciruela”, que sería algo así como un hincha pelotas que se la pasa dictando cátedra. Puede ser.

• ¿Qué aportan los talleres de literatura?
Hago talleres hace 4 años y me ayudaron mucho a darle más claridad a mis textos, a construir estructuras más sólidas y personajes completos. También me sirvió para leer con más atención, para prestarle atención a los detalles y a las frases que no dicen nada. Sobre todo, me sirvieron para ser muy autocrítico con mi literatura y extremadamente obsesivo con la fase de corrección. Antes escribía una novela en dos años y la corregía en dos meses. Ahora tardo el mismo tiempo en escribir y en corregir. Todavía voy a talleres porque siento que tengo mucho que aprender.

• ¿Quién ha influenciado tu trabajo literario?
Cortázar, Gombrowicz, Liliana Heker (con quien hago taller), Diego Grillo Trubba (también hice taller con él), Gabriela Cabezón Cámara, Hernán Caicedo, Sara Gallardo; el cine de Godard, Truffaut y Kim Ki Duk; la música de Piazzolla; mi madre, que desde chico me enseñó a amar a los libros; mi padre, que me escribía cartas con mucha emoción.

• ¿En qué proyecto estas trabajando en este momento?
Estoy cerrando las últimas correcciones de una novela que sale el año que viene, que se va a llamar “Mariposas en la panza” y es la historia de una profesora universitaria que se enamora de un alumno. La profesora se da cuenta, recién a los 30 años de edad, de que por fin terminó su adolescencia; pero lo hace a la fuerza, porque su alumno la abandona y, con ese abandono, se derrumba la vida tal cual ella la conocía.

 • ¿Qué has encontrado entre los escritores de tu generación?
Ganas de hacer, de participar y de trabajar en conjunto. También mucha libertad y heterogeneidad. También muchos deseos de figurar antes que de trabajar. Y muchos grandes textos. Encontré de todo, incluso amigos y rivales.

Me gusta formar parte de una comunidad de escritores jóvenes que nadamos contra la corriente, que hacemos algo que le interesa a pocos y nos resistimos a creer que la literatura es parte del pasado. Me gusta que esos escritores sean tan modernos y, sin embargo, no se puedan despegar de la tradición de oler las páginas de un libro antes de empezar la lectura.

 • ¿Se podría decir que nada importa en esta generación? ¿Cómo ves la sociedad en estos momentos?
Hay de todo. A algunos no les importa lo mismo que a otros. Es sólo eso. Sí creo que una buena política de educación y comunicación contribuiría a recuperar algunos valores que me parecen saludables para una sociedad, como la lectura y el amor por el arte. Todo se volvió parte de un gran mercado y eso es lo más grave; pero también hay muchísima gente que insiste en salirde de ese parámetro y que mantiene la llama encendida.

Ojalá la llama se agrande, pero para eso hace falta un cambio cultural que, si bien está siendo favorecido desde algunos sectores de poder (el gobierno, en la Argentina, hace mucho para fomentar la creación), todavía necesita del crecimiento de un público preparado para recibir todo lo que se gesta. Hay miles de escritores, cineastas y músicos que reciben ayuda estatal o privada para llevar a cabo su arte, pero el público no se entera o está lleno de prejuicios por culpa de la mala distribución de la información y de la ausencia de un entrenamiento como receptores.

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• ¿Qué diferencia a esta generación de la anterior(años 80’s y 90’s) en el campo literario en tu país?
La camaradería, aunque siempre se dé en un trasfondo de competencia y “egos revueltos” (como dice Juan Cruz Ruiz). Las redes sociales posibilitaron trabajar en conjunto, apoyarse mutuamente y darle visibilidad a una generación que, en otros momentos, se encontraba mucho más dividida y era difícil de contener. Ahora estamos contenidos, nos conocemos todos y la mayoría tenemos buena relación. Falta crítica y hay poca rivalidad. Creo que eso era mucho mejor antes, aunque no sé si la rivalidad tiene algún sentido en un país donde los lectores son cada vez menos. Prefiero pensar que si nos apoyamos todos mutuamente tenemos más chances de recuperar un espacio en la sociedad para la literatura.

• ¿Qué has leído ultimamente que te ha gustado?
Limonov, de Carrere. Un gran trabajo de investigación para una novela/crónica sobre un personaje fascinante en un país (Rusia) que mete miedo.

• Cuéntame de los concursos de cuentos por Twitter, ¿como ha sido esa experiencia?
Interesante. Generó mucha participación y sirvió para ensayar nuevas formas de literatura.

• Sobre tu libro el impostor, ¿qué fue lo más difícil al concebir esta historia?
El impostor fue el libro que escribí con más tranquilidad, porque volqué toda una parte de mí que tenía encerrada, que representaba una época de mi vida y una manera de pensar. Cuando lo escribí ya no era esa persona, pero el libro sirvió para enterrar a ese ser humano despreciable (y al mismo tiempo triste) que fui o creía ser en cierto momento. Lo más difícil, quizás, fue soportar darme cuenta de que alguna vez había sido ese personaje.