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Por Bernardo Jurado

Ya sonaba el tintineo de las copas de los colegas poetas, escritores y pensadores, brindando en el desvencijado estudio, lleno de papeles, manuscritos, cientos de libros, la vieja máquina de escribir marca Brother y todo por haberse cumplido el sueño común de recibir desde Estocolmo, aquel radiograma que votara a alguno de ellos, como Premio Nobel de literatura de España en aquel 1989.

Suena el teléfono y el Maestro Camilo José Cela lo atiende, todos bajan la voz al escucharle decir “gracias su Majestad”. Si, ciertamente, era el propio Rey quien le informaba del ágape que se haría en su honor, porque él era un ejemplo para las juventudes hispanohablantes, era un profuso escritor de obras laureadas desde que tenía sus nóveles veintiséis años de edad.

Al cerrar la comunicación, todos estaban impresionados y volvió a sonar el teléfono y el volvió a atender, para hablar ahora con el ayudante personal del Rey, quien le informó la hora de llagada de la limousine, que sería en el teatro tal de Madrid, en tuxedo y que si el, como agasajado tenía algún tipo de exigencia para el evento.

Camilo José Cela, solo pidió, que no se le colocase sobre la tarima, como si eso fuera una vidriera donde el estuviese a la venta y que por favor le dotaran, del té verde, que siempre tomaba.

Ciertamente, fue sentado en la primera fila y no se le asignó a una joven de protocolo que le atendiera, se le asignaron a dos y una se sentó a la diestra y la otra a la siniestra. Las imagino delgadas, vestidas de negro muy ajustado, prudentes y jovencitas, intimidadas por esa inmensa personalidad a quienes todos trataban, como un individuo venido de otro planeta, un pensador por encima de lo humano, un gurú del regio uso de la lengua castellana.

Me encantaría pensar, que sonaba “A la turka” de Peter Illich Tchaikosvsky, con la sinfónica correspondiente, porque es una de las piezas clásicas que siempre han llenado mi corazón. El maestro Cela, estando en esa edad de contemplación y lleno del lauro importantísimo del premio, cierra los ojos, se reclina y se entrega a un pensar profundo de agradecimiento a Dios, por tanta gloria.

La joven de protocolo, al darse cuenta, le toca lo que a mi juicio fue irrespetuoso y este al abrir los ojos y verla tan bella y tan boba, no dice nada. Ella le pregunta como a quien se hace un favor: Maestro, está Usted dormido? Y él contesta, no: estoy durmiendo!, la joven de la izquierda al oír la respuesta, repregunta: Maestro, y no es lo mismo estar dormido que estar durmiendo?

No es fácil, tanta bobería y falta de humor y por ello hizo un mutis y contestó: no joven, no es lo mismo estar dormido que estar durmiendo, por cuanto no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo!, le ruego guarde silencio y me deje pensar.

Yo que no pienso tanto como el Maestro Cela y seguramente no hablo ese Castellano purificado del saber y del buen vivir, pero me pregunto: será que lo que está pasando en Venezuela, nos tiene jodidos? O esto es solo jodiendo?

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