Fotos por aquí, fotos por allá. Mi celular registrando imágenes de Miami, tratando de retener esquinas con historias café y guayaba. 

Decenas de imágenes (podría decir que cientos) guardaban la ciudad en mi iPhone, mientras se despojaba de sus pijamas de ensueño y se disfrazaba de adulta. Miami emigraba hacia otra ciudad, como yo.

Miami y yo crecíamos juntos, dejando atrás nuestras antiguas rencillas: que si mucho calor y poco inglés. Que si mucho pantano y pocas palmeras en la playa. Que si amargo el café y demasiado sándwich cubano. Entonces, Miami me dio pavos reales, coloridos murales y muchas sonrisas en medio de un mar de incertidumbres. También me dio sabores en español, calles rectas y un gallo robado que luego apareció.

Miami guardó mis pinceles y me puso los dedos en su teclado soleado. Tap, tap, tap me iba contando mientras yo lo contaba.

En fin, que hoy veo sus fotos y en cada centímetro de verticalidad me reconozco.
Caramba, Miami ¡Cuánto hemos cambiado!

GG