La soledad no está en las calles ni en los parques

ni en la ciudad deshabitada

ni en este cigarrillo que se apaga;

no está en el sopor de las estatuas

ni en los colores que nos gustan

ni en las canciones desoladas

ni en el clavo sin marco en la pared;

no está en los gatos ni en los puentes

ni en los absurdos pasadizos del silencio

ni en el motorista que casi me atropella.

La soledad está en nosotros, azuleando el poema,

pastando en nuestras fuerzas, crispándonos la vida.

René Rodríguez Soriano

GG

Cada día amanece diferente. El sol se va moviendo, yo también. Sin embargo, nunca me había detenido a pensar en ello, hasta ser inducida por el encierro a disfrutar de cuanta cosa pasa por mi mente, sin el menor juicio. En este largo-corto tiempo he perdido amigos, rutinas, certezas, libertades, libras y si sigo enumerando me extendería demasiado. He ganado, por supuesto, muchas otras cosas, como el poema contenido en la respiración consciente, agradecimiento constante a la misericordia divina. Mucho ha pasado en mí durante estos días de reloj renovado, creando nuevas formas de convivir conmigo misma, con la familia y los amigos, convirtiendo el encierro en un viaje, tan enriquecedor como los plasmados en fotos, durante mi paso por diversas ciudades de este mundo, hoy recluído en una pantalla.

Lavando mis manos cuento los segundos necesarios en la contemplación de cada nueva arruga en mi rostro, un descender tan profundo como cualquier parada de tren bajo la ciudad más amada por mí, durante mucho tiempo. Hoy, esa ciudad soy yo, con mis paisajes infinitos y mis ritmos, cada vez más atentos al baile.

Atravesar por la situación de vulnerabilidad de muchos otros, me ha recordado la parte donde se nos agota esta vida. Nunca había estado la muerte tan presente en mis pensamientos como ahora, cuando las redes sociales parecen una esquela mortuoria sin fin, desvelando la desgracia sembrada, desde siempre, en lugares tan remotos como África o alguna cañada de República Dominicana, donde la desesperanza no guarda distancia social. Siempre ha sido así. Todos estamos destinados a morir, pero, también, a vivir mientras respiremos, en mi caso, caminando por este desierto en compañía de lo único esencial.

No sé si los demás seres humanos sobrevivientes de esta experiencia extrema se convertirán en mejores personas, espero que sí, aunque en mis manos solo reposa la capacidad de crear en mí esa realidad, en esta transparencia del instante, aferrándome, sin perder jamás, a la mujer valiente, emergiendo de sus noches, agradecida del mejor paseo de su vida en el que se ha convertido cada amanecer.

Lunes 13 de Abril.