Por Juan Dicent
Como no tenía cable puse la radio. No recuerdo la última vez que había escuchado algún programa de radio. Me asombré de la calidad de la radio pública de Nueva York. Mientras leía la biografía de Roald Dahl escrita por él mismo, debí decir la autobiografía, escuché gran parte de la programación del martes en la noche, una noche fría de lluvia, como me gustan.
“Singing Schumann after Wagner is like taking your throat to have an oil change”, dijo el tenor galés al conductor del programa. Contestaba preguntas y comentaba su gusto por no todos los musicales de Broadway mientras promocionaba su nuevo cd, “Opera’s Bad Boys”.
La programación era tan buena, que tuve que bajarlo un chin para imaginar un chin la extraordinaria vida de Roald Dahl:
“It was all this, I think, that made me begin to have doubts about religion and even about God. If this person, I kept telling myself, was one of God’s chosen salesmen on earth, then there must be something very wrong about the whole business”, escribió sobre el director de su escuela, que llegó a ser el Arzobispo de Canterbury y coronó a la reina en Westminster Abbey, y que era un hijo de la gran puta que disfrutaba golpeando a los niños con un palo hasta la sangre.
El sábado fui a Strand, parece que había un especial de Dahl, muchísimos libros baratos. Me compré unos cuantos, incluyendo The Fantastic Mr Fox. Y leyendo su ficción y su realidad, me doy cuenta de que Dahl es el perfecto ejemplo del famoso aforismo del oscuro Heráclito: somos el mismo río pero no la misma agua. El ser humano puede ser varias cosas durante su vida. No fue a la universidad, trabajó en la Shell y lo enviaron, para su felicidad, a una ciudad en el oriente de África con el bello nombre de Daar-es-Salaam, capital de Tanganyika (Tanzania):
“It was a fantastic life, the heat was intense but who cared? There were giraffes, elephants, zebras, lions and antelopes all over the place, and snakes as well, including the Black Mamba which is the only snake in the world that will chase after you if it sees you. I learned to speak Swahili.”
Qué hermosas son las palabras africanas, visión y sonido: Mombasa, Kenya, Serengeti, Nairobi, Kilimanjaro, Zanzibar, Fela Kuti.
Y estando en África estalla la guerra. Nazi time. Y nuestro bienamado Dahl hace un recorrido increíble en su carro desde Tanzania a Nairobi para unirse a la R.A.F.:
“I drove through the Masai country where the men drank cows’ blood and every one of them seemed to be seven feet tall. I nearly collided with a giraffe on the Serengeti Plain. But I came safely to Nairobi at last and reported to R.A.F. headquarters at the airport. For six months, they trained us in small aeroplanes called Tiger Moths, and those days were also glorious.”
El primer cuento que leí de Dahl fue “Man from the South”. Conseguí el libro escondido entre genios. Twain, Camus, Steinbeck, Monterroso. Libros que estaban en especial porque no se vendían. Después de leerlo me dieron ganas de volver a Mateca y pagarles el descuento. Ya sabía quien era, sus libros para niños, pero nunca imaginé que sus historias para adultos pudieran ser tan sorprendentes, y macabras:
“You strike lighter succesfully ten times running and my Cadillac is yours.”
“Then, what do I bet?”
“I make it very easy for you, yes?”
“Okey. You make it easy.”
“Some small ting you can afford to give away, and if you did happen to lose it you would not feel too bad. Right?”
“Such as what?”
“Such as perhaps, de little finger on your left hand.”
Dahl voló aviones ingleses, tumbó aviones alemanes, y fue tumbado par de veces, perdiendo la nariz por segunda vez en su vida. Después de una temporada en el hospital fue enviado a Washington como Assistant Air Attaché, whatever that means. Parece que el puesto era una botella, una sinecura, pasaba los días wondering what on earth he was meant to be doing. Pero el tercer día entró el destino en la figura del escritor C.S. Forester, quien le pidió alguna anécdota sobre volar en la guerra para él escribir un cuento ya comprado por el Saturday Evening Post:
“Look”, le contestó Dahl, sin imaginarse que él mismo era un mejor escritor que Mr Forester; tenía 26 años y nunca había escrito nada que no sean cartas, “if you like, I’ll try to write down on paper what happened and send it to you. Then you can rewrite it properly yourself in your own time.”
Y Mr Forester, hombre honesto, benefactor de la humanidad, como Walker Percy con Kennedy Toole, leyó sin creerlo el primer cuento de Dahl, titulado con ironía, “A Piece of Cake.” Y a las dos semanas Dahl recibió la siguiente carta:
“Dear RD. You were meant to give me notes, not a finished story. Your piece is marvelous. It is the work of a gifted writer. I didn’t touch a word. I sent it to my agent under your name. You will be happy to hear that the Post accepted it inmediately and have paid one thousand dollars. I enclose a check for nine hundred dollars. My agent commission is ten per cent. The post is asking if you will write more stories for them. Did you know you were a writer?”
Leyendo la biografía de Dahl escrita por él mismo, coño, debi decir la autobiografía, siento que nunca sintió que era un genio. Leyendo los cuentos de Dahl, a pesar de mi ateísmo intermitente, exclamo a viva voz, God bless him!
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