Quiero contarles la historia de Ventanas, un libro que ha merecido la Silver Medal en los Florida Book Awards 2018. Y para contarla, es necesario que cuente un poco la mía, que contiene esas páginas premiadas.
Hace unos años llegué a Estados Unidos, llena de sueños. Algunos se hicieron realidad, otros aún no y otros, ya no podrán materializarse. Eso está bien.
Uno de mis sueños era seguir mi carrera de event planner. Solo yo recuerdo el tapón de las cuatro y treinta de la tarde de Doral a Kendall, cada semana (hora y media de camino, a veces dos), para lograr sacar mi certificación como wedding planner, y la logré. No así, continuar con este negocio que tanto me apasionaba. Y también está bien.
Luego inicié mis estudios de inglés. Algo sabía, pero no lo suficiente como para desempeñarme en el plano laboral en este país que saca lo mejor o lo peor de ti. Solo Dios Sabe cuántos viajes di a Berlitz y luego a Miami Dade College, hasta que completé todos los programas de la institución. Después me tocó completar mi diploma en periodismo y, pasados los cuarenta años de edad, sacar mi maestría en literatura. Y eso estuvo maravilloso.
Así llegó el quiebre del que es producto Ventanas: Entrar en un cuarto oscuro en el que permanecí por años, sin saber cómo salir de él, sin ni siquiera entender por qué había entrado en ese espacio sin tiempo ni gravedad, donde la vida se detuvo continuando. Todo perdía sus colores y tuve miedo de desaparecer, cuando ya no distinguiera el azul del mar que tanto amo. Ese pensamiento rondaba por mi mente y me hacía dudar de poder volver de allí.
Si pienso detenidamente quién tuvo la “culpa” de ese proceso por el que atravesaba, esa palabra no tiene cabida en mi historia. Todos los que me rodearon siempre me dieron lo mejor que podían darme, hasta yo. Si fue suficiente o no es otra cosa, pero, ¿a quién culpar cuando uno no puede entender el lugar que habita? ¿A quién reclamar lo incontrolable?
Aceptar que estaba perdida me condujo a la derrota de saberme imposibilitada de salir de allí y eso me movió a dejar de gastar mis energías en la frustrante y estéril tarea de desear que mis dedos se convirtieran en llaves. Así empecé a dar vueltas a ciegas por el cuarto, palpando cada detalle de su superficie. Confiando en que ese camino me estaba regalando una experiencia única para fortalecer mi determinación de seguir viviendo feliz.
En ese proceso pasé por muchos estados de ánimo que fueron de la tristeza a la negación, de la desesperación a la falta de esperanza, de la búsqueda a la inercia, de la oscuridad parcial a la oscuridad total, pero, nunca a la conformidad. Las cosas cada vez empeoraban más, pues por más que buscaba, no sabía qué buscaba o qué faltaba. El peor sentimiento era sentirme de esa manera cuando yo tenía tantas cosas bellas en mi vida. Perdida y mal agradecida, así me sentía.
Muchas personas pasaron por mi vida, maestros todos, a los que les debo la vida que respiro en este momento que escribo. En cada uno me vi, en cada uno crecí. Amigos, familiares, conocidos, todos cumplieron su papel en ese cuarto oscuro del que no lograba salir. Del que, de hecho, en un momento dado no sabía si quería salir, pues no imaginaba lo que había fuera de esas paredes que, al palparlas una y otra vez, se hicieron familiares.
Casi todo lo perdí, porque perdí las ganas de emprender nuevos proyectos y nuevos retos. Nada lograba maravillarme como cuando tenía veinte años, entonces creí injusto que, con los años, la vida se convirtiera en ese sentirme a la deriva, flotando. En todo ese tiempo la fe, que desde muy joven me acompañaba crecía. De verdad que no veía a Dios en ninguna parte, y a pesar de eso, creía que Él seguía a mi lado. Esa sí que era una fe a ciegas, tan a ciegas que me olvidé de pedir milagros y me concentré en tratar de hacer lo mejor que podía con lo que me estaba tocando atravesar. Eso era: escribir. Nunca cesaron mis ganas de escribir, de leer, de contar, de unir palabras y corregir textos. Nunca. Así me embarqué en recopilar todas las entrevistas que conforman mi libro premiado. Recuerdo que los días se hicieron Ventanas, porque no hacía otra cosa que escribir, corregir, trabajar en la estructura del libro, hacer literatura desde quienes hacen literatura, como si de eso dependiera mi vida, o lo que habitaba en aquel cuarto oscuro. En esa oscuridad, cada una de esas entrevistas fue luz. Cada uno de esos escritores me habló, me contó, me habitó y me acompañó. Cada uno de ellos me salvó de perder mis colores.
En casa de una amiga se gestó este libro, día tras día, noche tras noche, madrugada tras madrugada, café tras café. Ya casi terminado, en casa de otra amiga lo corregí y lo envié al editor, junto a las ilustraciones de otra gran amiga. Los míos, mis tres fantásticos, nunca dejaron de apoyarme en esa obsesión de terminar, también, ese proyecto. ¡Qué increíbles seres humanos me rodean! ¡cuánta luz poseen!
El ciclo de escritura terminó e inició el tiempo de presentarlo en la Feria del Libro de Bogotá, de conocer a gente maravillosa y paisajes infinitos. Luego vino la Feria del libro de Miami donde, por primera vez, presenté uno de mis libros, también, las entrevistas que mis amigos colegas hicieron posibles; las universidades y colegios que me acogieron con entusiasmo. Ventanas se abrió a mucha gente.
En ese trajín de dar a conocer Ventanas escribí mi primera novela, que se convirtió en la llave para salir del cuarto oscuro. Lo más curioso es que esa salida implicó entrar en mí, verme desde las entrañas, y eso dolió. Más que mil muertes, dolió. En medio del dolor de verme a viva carne estaba Ventanas abriendo mundos por los que se colaba la maravilla. Estuvieron, también: Aquí [ellas] en Miami y Todas las mujeres [fulanas y menganas], dos antologías de poesía donde, por primera vez, se tomaba en cuenta mi trabajo en este tipo de publicaciones, junto al de otras poetas. Mujeres que mostraron sus cuartos oscuros y sus iluminaciones. Conspiraba lo bueno para insistir en este viaje que aún realizo hacia la re-programación de lo que fue dañado en mí mientras crecía.
Ventanas no va a salvar el mundo, no va a mejorar la calidad de vida en los barrios pobres de mi país, ni va a cambiar el rumbo de la historia de Miami, pero sí me cambió positivamente a mí en esta parte del trayecto y esa es una medalla que abrazo y que disfruto. Una medalla que se escribe con siete letras: GRACIAS.
A todos, a todas, gracias.
P.D. La primera novela que escribí la desbaraté, era malísima. Ahora me encuentro en el proceso de escribir una nueva.
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