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… y me inyectaron suero de colores y me sacaron la radiografía

J.L. Guerra

 

Los muros parecen cobrar vida cada vez que vuelvo a Santo Domingo. Nuevos murales y grafitis conviven con los que dejo en viajes previos, nuevos colores acompañan el bullicio, la prisa, el calor y las edificaciones que se levantan por todas partes.

Santo Domingo habla desde sus paredes sobre una identidad que seguimos buscando, a pesar de los siglos de los siglos. Ni blancos, ni negros, pero blancos y negros, sin olvidar el exterminio de una raza masacrada. Escenas que trascienden los contornos estéticos tipo bizcocho ofreciendo un nuevo lenguaje que se desprende de los muros para resurgir en otro espacio.

Santo Domingo no es el mismo, ¿pero Cuándo no ha sido?

Recuerdo que El Conde era una calle de dos vías, que luego fue de una vía y que terminó siendo peatonal. “Eso va acabar con el comercio de la zona”, dijo más de uno de los propietarios de tiendas de ese entonces, que evaluaba el calor que hace en la isla y lo complicado que se le haría a las personas transitar a pie las cuadras que conforman la arteria comercial.

Nunca supe si El Conde decayó por eso o porque parte de las personas que lo frecuentaban decidieron realizar sus compras en, las entonces modernas, Plaza Naco y Plaza Central, que ofrecían sus mercancías más cerca de ello,  en locales rodeados de pasillos con aire acondicionado. Lo cierto es que El Conde se transformó en un museo de edificios hermosos listos para su restauración y que el Santo Domingo donde está ubicado también se ha transformado en otra cosa. Entre esas transformaciones, la aparición de murales llama mi atención, al igual que los grafitis, desde los que puedo descifrar códigos de Santo Domingo que, quizás, de otra forma no pudiera percibir.