Un olor a mar, tabaco y café me recuerda el olor de Miami, una mezcla que arropa los rincones de esta ciudad multicultural, contenedora de un gran número de amantes de la cafeína que, a pesar del intenso sol que nos calienta durante la mayor parte del año, estamos prestos a conversar, tacita en mano, y a disfrutar de la aromática bebida en cualquiera de sus variantes.
Un cortadito en el Versailles
El Versailles ha sido testigo de mis frecuentes encuentros con los poetas Manuel Adrián López y René Rodríguez Soriano. Con ellos he leído, armado libros, desarmado poemas y, sobre todo, he reído con los cuentos y ocurrencias de ambos.
Ya sea en el restaurante, en el Bakery o pedido para llevar a casa, la experiencia de beberse ese cafecito del Versailles es siempre bien valorada por los amigos, artistas y escritores a los que he traído a este lugar, o los que me han invitado a mí; entre los que recuerdo a Frank Báez, Homero Pumarol, María Juliana Villafañe, Maricel Mayor Marsán, Pablo Brescia, y muchos más, con los que he tenido el placer de degustar uno de los mejores cortaditos de la calle ocho y, ¿porqué no decirlo? de todo Miami.
No hay presidente o personalidad, de cualquier área, que no sucumba a tomarse su foto, cafecito en mano, en la ventana del emblemático restaurante, como todo buen versaillita.
Muy frecuente es, además, salir de la presentación de algún libro y parar en el Versailles, que mantiene sus puertas abiertas hasta altas horas de la madrugada y donde, hace unos años, era recurrente ver la Aplanadora de Vigilia Mambisa, aplastando CD’s (nunca originales), en plena vía pública, en protesta por algo referente al comunismo. Y es que no solo de café se compone el folclor de Miami.
El Versailles ha sido testigo de muchas historias vividas por mí, pero la que más recuerdo es la vez que salimos de una actividad patrocinada por un ron dominicano. Mi amiga Luisa, que no bebe, pero bebe, no podía dejar pasar el brindis de cocteles y se bebió la actividad ella sola.
Al salir de la exposición de pintura, el grupo de dominicanos con el que andaba decidió cenar en el Versailles, pues la picadera no estuvo de nada y con el moro no se relaja.
Ya sentados, compartíamos puntos de vista sobre las obras de arte que habíamos apreciado, cuando Luisa se paró abruptamente y empezó a caminar en zigzageante estilo.”Voy al baño, vuelvo ahora”, dijo con la lengua estropajosa.
Los minutos pasaron y seguíamos conversando, hasta que alguien recordó a Luisa.
“Yo voy a ver qué pasa”, expresé preocupada.
Al llegar al baño, la escena era dantesca, solo atiné a pedirle a una de las camareras cubanas que pasó por ahí “Juye, busca berrón”. Pedido al que ella respondió en inglés cubano “Guat?”
“Berrón, berrón” repetí con el corazón a mil.
Al ver a la mujer inmóvil, comprendí que el dominicano es una lengua difícil de entender y entonces le dije en español “Busca alcohol, por favor, o algo que reanime a esta muchacha”.
Sacamos a Luisa entre dos y lo único que la revivió fue el cortadito que, amablemente, nos brindaron a toda la mesa, luego de montar aquel show.
Tinto en Mondongos
La primera vez que comí comida colombiana en Miami fue en Mondongos, un restaurante ubicado en Doral, cuyo menú se limita a varias opciones: Bandeja Paisa (Típico), Ajiaco, empanadas, mondongo y otros platos provenientes del país, cuyas habichuelas son coloradas, como las de la bandera dominicana (arroz, habichuelas y carne).
Luego de pasar muchos meses comiendo frijoles negros fue una delicia encontrarme con esas habichuelas rojas que tanto añoraba,– allá por el 2006 – pero también me gustó mucho el tinto que sirven en sus tacitas alusivas a Colombia y que contienen un café aguadito; distinto al que, hasta entonces, había probado en Miami.
Café Turco en Mandolín
Mandolín es un pequeño restaurante al aire libre (la mayor parte de él), ubicado en el Design District y en otras localidades, perteneciente a una pareja descendientes de griegos y turcos. La primera vez que fui era muy tarde y tuve que esperar dos días para hacer reservaciones. La espera trajo consigo unas de las mejores comidas griegas que he comido en mi vida y que he seguido disfrutando en los últimos años.
Esa primera vez, fui conducida a una mesa colocada bajo la sombra de un hermoso árbol que, con sus hojas, esparcía aromas mediterráneos. Los platos que fueron sirviéndonos se superaban unos a otros, haciendo de esa experiencia un inolvidable recordatorio de que “en Miami hay de to'” como escribiera en uno de mis cuentos. En este caso, una iniciación suculenta de manjares rociados con aceite de oliva sobre pan pita.
El broche de oro de la saludable experiencia gastronómica fue el Baklava acompañado de un espeso café turco, servido de manera muy sencilla en una tacita que hacía juego con el lugar.
Eternity Coffe Roasters y sus exóticos sabores
Con sus exóticos cafés este pequeño local, ubicado en Downtown, ofrece un buen servicio y una forma muy llamativa de servir el café que es molido por ellos diariamente. Proveniente de diversos lugares del mundo, desde África hasta América del Sur, la variedad de granos es de excelente calidad.
Recuerdo que pasé por este estableciemiento una tarde en la que caminaba con unas amigas en busca de una tela, para mandarme a hacer un vestido (sí, aún aparecen costureras en Miami). Me llegó a la mente que en semanas anteriores había visto, a través de la vitrina, cómo decoraban el lugar con unos sacos de café, detalle que ahora entendía como parte de la esencia del lugar y que me atrajeron a entrar.
Varios fueron los cafés que probé ese día, acompañada por Rosa y Amelia, y varias fueron las llamadas que nuestro vecino de mesa realizó, desde su celular, para enamorar a medio Miami e invitarlo a salir. Y no es que uno esté atento a lo que hablan los extraños que le rodean, es que su tono de voz era lo bastante intenso, como para pasar desapercibido.
Luego de varios intentos infructuosos y par de cafecitos, Mr. Muela había coordinado su tan anhelada cita con una, o uno de sus interlocutores. Partimos de allí convencidas de que esa noche el susodicho iba a gozar.
Un bowl de café en Le Pain Quotidien
Entre mis múltiples mudanzas del año pasado (tres en total), mi estadía en Coconut Grove estuvo acompañada del sabroso desayuno de Le Pais Quotidien, donde le sirven agua a las mascotas que visitan el lugar y el bowl de capuchino es tan grande que pudieran beber tres personas de él y hasta una de las mascotas que frecuentan la panadería.
Cosas que pasan en cualquier lugar son las que me suceden en Miami, por eso, una de esas mañanas, mientras me bebía mi gigantesco café y le untaba mantequilla a la variedad de suculentos panes que reposaban sobre mi mesa, se me acercó un señor con acento norteamericano. “Hola Brenda”, me dijo parándose frente de la mesa y extendiendo su mano hacia mí.
“Es Glenda, no Brenda”, contesté instintivamente, –como lo hago cada vez que alguien confunde mi nombre–, extendiendo mi mano por cortesía.
Él se acomodó en mi mesa y me dijo “Disculpa yo pensando que era Brenda”.
Viéndolo sentarse y cruzar las piernas, entendí que se trata de una equivocación o de un propasado. “Yo creo que es Brenda con quién ibas a encontrarte, no conmigo”, dije un tanto divertida con la situación.
El pobre hombre saltó de la mesa como una pulga fumigada y con los ojos más grandes que mi bowl de capuchino. “Disculpa, es el vestido amarillo”, me dijo alejándose hacia la entrada del lugar.
Antes de terminar mi desayuno Brenda llegó vestida de girasol y se sentó a conversar con el señor de unos sesenta años que, por lo visto, no usa redes sociales.
Pasión del cielo y sus sabores
En Brickell, casi frente al consulado dominicano, una variedad de cafés de diversas partes del mundo son ofrecidos en Pasión del cielo. Mi preferido es el proveniente de Costa Rica, aunque los cafés de otros países que he probado, también, han sido muy buenos (el de Guatemala y el de Brazil, me han gustado mucho).
Aunque siempre acudo a esta cafetería, por su cercanía a casa, el primer local que visité de esta cadena, fue el de Coral Gables, donde Néstor E. Rodríguez me presentó a la poeta Reina María Rodríguez, con quien andaba el día que coordinamos juntarnos allí. Reina María me contó algunos pasajes de su vida y me habló sobre su poesía, mientras saboreaba un café que ya había pedido cuando llegué. Nunca supe lo que ella o Nestor bebían, pero yo, desde ese día, quedé prendada del Tico sabor de aquel café que siempre pido cuando voy.
Helado con café caliente en Ironside
Lo primero que hago, en Miami, cuando llego a una tienda o a un restaurante es hablar en español; como toda buena latina, caribeña, dominicana y capitaleña. El horno no está pa galletitas y no se puede andar desperdiciando el poco de inglés que le queda a uno, luego de vivir en esta ciudad por más de doce años.
Eso fue lo que hice cuando visité Ironside Kitchen Pizza & Coffe, donde la pizza es sabrosa y el ambiente al aire libre, rodeado de galerías de arte, es un deleite. El camarero que me atendió pasó de largo mi español y me respondió en italiano, entonces cambié al ingles para que pudiera entenderme. El joven, muy amablemente, volvió a responderme en italiano.
“Pizza” dije, a ver si captaba mi orden. Él me sonrió y me contestó en inglés, resetiando su cerebro a: Miami-dominicana-cero italiano. Así obtuve mi pizza a la leña humeante y deliciosa en cualquier idioma.
La gran sorpresa de la noche fue el postre: un exquisito helado con café caliente que daba la hora y las calorías necesarias para ir a dormir feliz.
Ciao.
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