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©Por Glenda Galán

Siguiendo con el ciclo de entrevistas que nos hemos propuesto realizar en torno a la narrativa dominicana de principios el siglo XXI, conversamos, esta semana, con el académico Néstor E. Rodríguez quien, muy amablemente, compartió sus puntos de vista sobre el tema.

Varios escritores jóvenes dominicanos se han destacado en los círculos literarios hispanoamericanos en lo que va de siglo, ya sea por algunos reconocimientos o por la publicación y reseñas positivas de sus libros en otros países. Me vienen a la mente: Frank Báez con sus crónicas, Rita Indiana y Rey Andújar con sus novelas y Juan Dicent con sus relatos. Los cuatro comparten el hecho de haber vivido fuera del país, también el dominar el inglés, utilizar las redes sociales como herramienta de publicación y desarrollarse en varios géneros literarios o artísticos. Además de estas coincidencias, ¿consideras que hay elementos comunes en su forma de narrar?

NR:No es fácil encajonar la escritura de los autores que mencionas. Sería un ejercicio un poco forzado tomando en cuenta de que los cuatro tienen poéticas literarias muy particulares. Además, Rita Indiana y Rey Andújar se reinventan constantemente en cada libro. A mi juicio, si hay algo que hermane a este conjunto de escritores sería una cuestión que no tiene que ver con la factura de sus obras: la disciplina. Y eso es admirable. •¿Existen algunas diferencias marcadas en la narrativa dominicana de principios de este siglo de cara a la narrativa de las dos últimas décadas del siglo XX?

¿Crees que ante el desencanto, la ironía con la que algunos escritores abordan ciertos temas, pudiera ser una característica?

•NR:La ironía ante lo que describes como desencanto en la narrativa dominicana ya estaba presente en los textos de René del Risco Bermúdez y Miguel Alfonseca, pero la producción de estos autores fue escasa. De las generaciones que le sucedieron me parece que la narrativa de Aurora Arias es la que mejor aprovecha el recurso de la ironía. Curiosamente, mientras la crítica dominicana ningunea olímpicamente a Arias, esta autora ha recibido una considerable atención por parte de la crítica especializada en Norteamérica y Europa.

•Hablar de “lo dominicano” resulta difícil, ya que al leer obras como Winterness de Dicent, uno entiende que para abordar este término, es válido trasgredir las fronteras de la media isla, algo que desde tiempos de la dictadura trujillista es incómodo para ciertos sectores ¿Qué opinión te merece este mirar y contar “lo dominicano”?

NR:El prurito geográfico para hablar de lo cultural dominicano se vuelve cada más absurdo. La literatura dominicana más novedosa en sus apuestas estéticas está años luz de la cerrazón mental del pensamiento nacionalista y la fantasía de un estado autárquico que le da la espalda al mundo. Ahí está la obra de Rey Andújar, la de Dicent, como muestra de ese distanciamiento. Pero también la impresionante obra de Josefina Báez mucho antes que ellos. En esa literatura se teoriza lo dominicano desde la cotidianidad del afuera geográfico insular. Es una dominicanidad que se asume desde Nueva York, San Juan o Barcelona, y que es tan genuina como la que se construye en la cotidianidad de la isla.

•Me ha sucedido que al hablar de literatura dominicana con personas de otros países (incluyendo académicos), éstas en su mayoría solo hacen referencia a Juan Bosch, Pedro Henríquez Ureña, Junot Díaz y en algunas ocasiones a Julia Álvarez. ¿A qué se debe el que, teniendo otros buenos escritores y poetas, no se conozcan sus obras en el exterior?

NR:Me parece que una de las posibles razones es la distribución tan pobre del libro dominicano. Aparte de la obra de Bosch y Henríquez Ureña, fíjate que la de otros clásicos de la literatura dominicana apenas se conoce. A mí me resulta chocante, por ejemplo, que la poesía de Pedro Mir se conozca tan poco fuera del país. Solo en México el nombre de Pedro Mir suena como la figura gigantesca que sin duda es en la historia de la poesía del continente. En cuanto a Junot Díaz y Julia Álvarez, más allá del mérito indiscutible de su narrativa, estos son nombres que suenan a nivel global porque sus libros marchan respaldados por la industria literaria corporativa. Otra de las cosas que ha perjudicado a la proyección internacional de la literatura dominicana es la ínfima cultura crítica de nuestro país. La crítica literaria en República Dominicana es prácticamente inexistente y dentro de ese minúsculo espacio lo que domina es una crítica desfasada, muchas veces incomprensible y que no pasa del balbuceo. Esto nunca ha dejado de sorprenderme: que una sociedad que produjo a un Pedro Henríquez Ureña, pionero de la crítica literaria a nivel continental y modelo de concisión y claridad, termine engendrando una casta de críticos de mediocridad supina. Entre las funciones principales de la crítica figuran el resaltar la importancia del texto, separar el grano de la paja, picar con gracia y rigor la curiosidad de los lectores. Lamentablemente, lo que se aprecia en el circuito de la crítica literaria dominicana es la tendencia a celebrarlo todo, y a celebrarlo con torpeza. En el mundillo literario dominicano una lectura no celebratoria se interpreta como una afrenta personal a su autor. Es una actitud muy infantil y que da la medida de la miseria de ese campo en nuestro país. Esa pobreza de la crítica literaria se agrava cuando te percatas de que muy pocos de esos críticos se preocupan por publicar su trabajo en revistas especializadas de prestigio a nivel internacional. La razón es obvia: la inmensa mayoría de los ensayos que estos críticos publican en el país jamás pasaría el cedazo de los comités de evaluación de ninguna revista importante. Así tenemos el caso de que cada año se publican volúmenes de cientos de páginas de “crítica literaria” que ningún especialista leería sin soltar una carcajada. O críticos de carrera con treinta libros publicados que puestos en la balanza del escrutinio de especialistas a nivel internacional no hacen uno. Esa pobreza de la crítica dominicana le ha hecho mucho daño al conocimiento de la literatura nacional más allá de nuestras fronteras.

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•El caso de Junot Díaz ha despertado la curiosidad hacia la literatura caribeña y dominicana de muchos sectores culturales. Aún así, hay algunas personas pertenecientes a los círculos literarios dominicanos que no consideran su obra como dominicana, principalmente por dos razones: 1. “Escribe en inglés.” 2. “Al haberse criado fuera de República Dominicana, su ritmo al narrar no es propio del Caribe”. Respecto a esto me surgen dos preguntas: 1. ¿Qué debe ser considerado literatura dominicana por los críticos y académicos, que son quienes clasifican? 2. ¿Consideras que el trabajo escritural de Junot Díaz forma parte de lo que tú, como académico y escritor, concibes como literatura dominicana?

NR:Junot Díaz es un ejemplo claro de la porosidad del concepto de literatura nacional, que es un resabio romántico que se niega a desaparecer. De hecho, a Díaz se le analiza en estos tiempos desde la perspectiva de la Literatura Mundial (World Literature), una tendencia en auge en el campo de la crítica literaria, en particular en la academia inglesa, y que se enfoca en el análisis de la literatura como el laboratorio en donde se registra la historia del capitalismo a nivel planetario. Yo creo que Junot Díaz es tan dominicano como Karl-Anthony Towns.

•A tu juicio, ¿qué diez obras dominicanas despuntan en el campo de la narrativa de lo que va de siglo? NR:Te voy a decir una: La mucama de Omicunlé. •Existe una tendencia en algunos escritores dominicanos de usar el idioma tal y como lo hablamos en las calles, algo que no es nuevo en la literatura, pero que es mal visto por algunos sectores conservadores de la media isla. ¿Cómo percibes esta tendencia?

NR:La percibo como lo que es: otra de las estupideces de esa crítica rancia que tanto daño ha hecho y sigue haciendo a la literatura de nuestro país.

•En la media isla y fuera de ella el tema de “lo nacional” se ha convertido en un “discurso” que ha dividido a los dominicanos, dependiendo de sus posiciones frente al tema haitiano. De cara a este fenómeno, ¿Cómo ha incidido este tema en la literatura dominicana de este siglo?

NR:Históricamente, desde la literatura se ha abordado el debate de lo nacional dominicano y el estrecho contacto con la cultura haitiana de manera mucho más efectiva que desde el discurso intelectual. Hay un archivo significativo de textos en los cuales ese debate se maneja a partir de ópticas innovadoras. En ese archivo hay que incluir toda la narrativa de Bosch, algunas de las novelas de Veloz Maggiolo, la poesía de Manuel Rueda. De los escritores más jóvenes habría que mencionar otra vez la narrativa de Aurora Arias, la de Alanna Lockward y en particular la de Rita Indiana.

•En el circuito literario dominicano falta… y sobra…

NR:Falta un espacio literario serio y profesionalizado. Sobran las actitudes mezquinas hacia la conformación de ese espacio.