Por Bernardo Jurado
Alguna vez fui a la tienda de un asesino en serie, que queda en Tyson Corner, en Washinton DC, de nombre Louis Vuitton. Las inmensas puertas de vidrio negro, se abrieron para endulzar mis pupilas con las cortas faldas de dos modelos bellísimas vestidas de negro y recibí el choque olfativo del éxito y ella, la dama que me acompañaba, entró en trance hipnótico y no pudo articular palabra alguna.
Era una suerte (para ella) de parque temático y yo observaba con desdén lo absurdo de comprar una cartera que podía costar unos $800, para meterle dentro $50.
Le pregunté a qué le olía y ella me contestó desde la escases de su pensamiento que le olía rico y callé para no interrumpir la estupidez que a menudo hace falta para seguir teniendo vigencia y aceptación y tan solo hice una mueca de comprensión.
Me considero culpable, porque yo también tengo mi parque temático, pero casi siempre iba solo y ahora me acompañan y para ella, la de ahora (y espero que sea la de siempre), las librerías le atraen tanto como a mí y volvemos a la vigencia y seguiremos teniéndola en la medida en que tengamos más coincidencias que disidencias y pregunté por mis libros y fui a verlos como quien lo hace con los hijos adultos, esperando que crezcan y se vendan bien y en el camino de vuelta, me conseguí con la mas reciente obra de mi admirado amigo Carlos Alberto Montaner y no pude evitar comprarla, porque aclaro que yo compro los libros de mis amigos y aquí en Miami, les vendo mis libros a mis amigos también, por aquello de “lo que nada cuesta, hagamos una fiesta”.
Las librerías tienen un olor particular a cultura, a sosiego y tranquilidad. Son una suerte de templos, donde todos hablamos en voz baja para no interrumpir la liturgia del pensamiento y de allí salimos persuadidos de llevar en la bolsa de plástico, tesoros inexplorados, que nos harán millonarios, porque la mejor conversación que podemos tener con un humano es leyéndolo y por ello pocos escriben, a menos que les importe un comino lo que piensen de él y sus talentos.
Otra vez adiós posee una métrica novelística encantadora, donde se entretejen las tres vidas del judío David Benda, junto a sus tres mujeres y la historia es crecedora y documentada históricamente, por ello le llamé –a Carlos Alberto- y le dije que ese hijo que lanzó al mercado para hacer crecer a esta sociedad es un gran varón lleno de la valentía del honor y la masculinidad.
Me vi retratado en sus personajes y no pude soltarlo desde que le abrí, porque al menos en dos de las oportunidades mas críticas de la vida, he tenido que preguntarme ¿otra vez adiós? Y vuelvo a mis recuerdos portátiles como único equipaje en la despedida sempiterna que nos da la vida para seguir creciendo. Felicitaciones a Carlos Alberto Montaner, porque hace loas al difícil oficio de escribir con calidad y cordura.
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