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Por Bernardo Jurado 

Llegué a la tienda Macy’s de mujer y como odio acompañar a alguien a comprar ropa, decidí irme a la cafetería con mi libro de turno, donde la dependiente me recibió con una forzada sonrisa y me dotó del café que le solicité. Como estábamos solos y yo estaba allí contra mi voluntad, comenzó a interrogarme y no me permitía tan siquiera leer una línea y no tardó en preguntar a que me dedicaba. Pensé por unos segundos y le pregunté: ¿quiere saber la verdad? Y ella, una mujer de unos cincuenta años contestó solícita, ¡por supuesto! ¡Soy actor porno y por ende debo tener algún talento oculto! Leyendo a Dwayer y otros autores de habla inglesa, ductores de la conducta postmoderna y precursores de comportamientos, he caído en cuenta que a tan solo cinco cortos minutos de conversación, nuestros interlocutores siempre preguntan a que nos dedicamos y por ende de allí podrán sacar cuanto tenemos, de manera que en la sociedad actual creemos que somos lo que tenemos y lo que hacemos.

 Nos ensenan desde niños que somos nuestra reputación y en la mayoría de las veces, y como lo escribiera Arjona en una de sus canciones ella (la reputación) son solo las primeras seis letras de esa palabra. Nos convencemos que somos lo que los demás piensan que somos y engañamos y nos engañamos en un sistema falso de creencias propio de personas vacías y sin formación y por ello no podemos exigir a un tonto como Justin Beaber que sea otra cosa, él se ha creído sobradamente lo que todo el mundo le ha repetido y creo que ha perdido el humor y también el amor, ha perdido su personalidad en el ruido de la fama y la tontería de los demás y ha entrado a formar parte de los idólatras de lo fatuo y superfluo y por ende debe encontrarse a años luz de separación de sus orígenes y por añadidura de Dios.

 La dependiente reaccionó contrariamente a mi intención de alejarla y seguía preguntándome sobre el protervo trabajo de tener sexo sin amor, de cuanto pagaban, de cómo era el casting y en su cinesia se notaba agrado y hasta admiración y yo reía hasta que decidí dejar de jugar con la tontería haciendo una antipática pregunta: ¿respetable señora, realmente cree Ud. que con esta avanzada edad que me adorna, mi sobrepeso y mis características, yo pudiera dedicarme a ese trabajo?, yo soy un escritor que nadie lee, para ventaja de mis muy pocos lectores y debo aclararle que el talento que su mente imaginó es sumamente normal y cuadra perfectamente con la media de los caballeros mundanos como yo y vi su cara de decepción que fue un poema que seguiré recordando como ejercicio sublime de humildad y ella dejó de pensar en mi miembro y yo volví a ser quien realmente soy.

 El ego es el enemigo que no nos pertenece, está fuera de nosotros pero siempre le abrimos la puerta, para que socave la dignidad de ser auténticos y honestos con nosotros mismos.

 

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